En la
solemnidad de Corpus Christi resalta el contraste que existe entre el mundo
–entendido este no como la
Creación, que en sí es buena, por venir de Dios, sino como
aquello que se opone a la santidad de Dios, es decir, lo “mundano”-, y la Iglesia: mientras el mundo
confía en el poder del dinero, en la fuerza de las armas, en la violencia, en
la astucia, en la política, en el oro, en los medios de comunicación, la Iglesia, por el contrario,
pone toda su confianza en algo que es, en apariencia, muy frágil; algo que
precisamente por su apariencia, frágil y de poco valor, pasa desapercibido para
el mundo; algo que, materialmente, no cuesta prácticamente nada -¿cuánto puede
costar, en términos monetarios, un poco de agua y un poco de trigo?-, y eso que
parece tan frágil y de tan poco valor a los ojos del mundo, en lo que la Iglesia pone absolutamente
toda su confianza, es la
Eucaristía.
Para el
mundo, la Eucaristía
no vale nada, porque es algo muy simple, de escaso valor, ya que parece solo un
poco de pan.
Pero no
solo para el mundo la
Eucaristía no vale nada: lamentablemente, también para muchos
cristianos, la Eucaristía
no tiene valor, ya que la dejan de lado por los atractivos del mundo, las
diversiones, por el placer, por el dinero, por el deporte, por la política.
Para muchos cristianos, los Domingos, si no se hace algo “divertido”, se
“aburren”, y esto es así porque en su espíritu mundano el fin de semana y el
Domingo son “días de diversión”, y es así como buscan divertirse, llenando los
estadios de fútbol y vaciando las iglesias, lo cual sucede porque que
desprecian a la Eucaristía
y tienen en nada su valor.
Pero lo
que el mundo desprecia, sí lo valoran lo ángeles y los santos en el cielo, y el
“resto fiel”, quienes saben que la Eucaristía no es un pancito bendecido en una
ceremonia religiosa dominical obligatoria para no caer en pecado: saben que la Eucaristía es Cristo
Dios en Persona, con su Cuerpo resucitado, glorioso, vivo, lleno de la luz, de
la gracia y del Amor divino.
Ante la Eucaristía, los ángeles
más poderosos del cielo inclinan sus cabezas y se anonadan en su presencia,
adorándola con toda la fuerza de sus angélicos seres, y lo mismo hacen los
innumerables santos del cielo, y lo mismo hacen los cristianos que, iluminados
por el Espíritu Santo, ven en el sacramento del altar al Dios Tres veces Santo,
Jesucristo.
Por este
motivo, para ellos, para los que aman a Dios, la Eucaristía es un tesoro
de valor imposible siquiera de ser imaginado, puesto que ante ella la majestad
y hermosura de los cielos eternos queda reducida a la nada más absoluta, ya que
son conscientes de que la
Eucaristía contiene al Sagrado Corazón de Jesús, de donde
mana la Misericordia Divina
y el Amor eterno de Dios Trino como de una fuente inagotable.
Dejemos
de lado la visión mundana, y apreciemos el valor incalculable del Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Cristo,
presentes en el santo sacramento del altar, ya que se ha quedado en la Eucaristía para
acompañarnos en nuestro peregrinar por el desierto de la vida terrena hacia los
prados eternos del Reino de los cielos.
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