“Movido por el Espíritu
Santo el rey David reconoce la divinidad del Mesías, el Cristo” (cfr. Mc 12, 35-37). El evangelio plantea la
cuestión de la divinidad de Cristo: David, siendo rey y por lo tanto señor,
llama “Señor” a Dios, el mismo Dios con el cual Jesús de Nazareth se
auto-identifica.
Por lo tanto, Jesús se
revela como Dios, como el Dios a quien David llama “Señor”.
Este tema de la divinidad de
Cristo es de capital importancia, tanto más, cuanto que la secta neo-pagana de la
Nueva Era insiste en presentar un falso
cristo, un anti-cristo, un cristo que es solamente un hombre, o un cristo
panteísta, una especie de fuerza cósmica vital que anima al universo, pero que
de ninguna manera es Dios Hijo en Persona.
Ahora bien, si Cristo no es
Dios, como lo afirma la Nueva Era,
entonces todo el edificio espiritual de la Iglesia se viene abajo: Dios no es Uno y Trino, y
el Hijo no se encarnó, ni tampoco prolonga su Encarnación y su misterio pascual
en el altar, ni se dona a sí mismo en la Eucaristía, ni da la filiación divina en el
bautismo, ni perdona los pecados en la confesión, ni transubstancia el pan y el
vino en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la
Santa Misa, con su omnipotencia divina, por
medio del sacerdote ministerial, y por lo tanto, no tiene nada de lo que el
cristiano cree y practica.
Y al revés, es verdad todo
lo que la Nueva Era
o Conspiración de Acuario falsamente enseña: yoga, reiki, adivinación,
esoterismo, luciferismo, ecologismo, etc.
Precisamente, es tarea del
cristiano defender la verdad de la divinidad de Cristo Dios, presente en
Persona en el sacramento de la
Eucaristía, principalmente mediante el ejemplo de vida,
apartándose del mundo y viviendo según los preceptos de la Santa Iglesia Católica.
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