(Domingo XI – TO – Ciclo B – 2012)
Con las
parábolas de la semilla que cae en tierra y germina, y el grano de mostaza que
se convierte en arbusto, Jesús nos proporciona imágenes gráficas para que nos
demos una idea de cómo es el Reino de los cielos.
Con la imagen
de la semilla, Jesús quiere que veamos cómo es la acción de la gracia en el
alma: así como cuando un hombre echa una semilla en tierra, y sin que sepa él
de qué manera, la semilla germina y termina por dar fruto, así la gracia
divina, depositada en el alma por el bautismo sacramental, germina en esa
tierra agreste que es el corazón del hombre, para luego dar frutos de vida
eterna.
Y así
como no es igual un campo o un terreno sin cultivar, en donde crecen todo tipo
de malezas y de plantas silvestres que solo dan frutos pequeños, agrios,
amargos, que no satisfacen el apetito ni mucho menos calman el hambre, así
también, en un alma en la que no existe la semilla de la gracia, en la que no
se la cultiva por la oración, la penitencia, la mortificación, los frutos
espirituales que de esta alma se recogen, son todos amargos y de agrio sabor:
impaciencia, enojo, rencores, pereza, orgullo, ausencia de caridad para con el
prójimo más necesitado.
Todos
estos frutos, amargos y agrios, crecen en el corazón en donde no se encuentra
la semilla del Reino, que es la gracia de Dios.
Por el
contrario, allí donde esta semilla es sembrada y en donde es cultivada por la
mortificación, la oración, la caridad, la compasión para con el más necesitado,
florecen todo tipo de virtudes humanas y celestiales, sobrenaturales: caridad,
bondad, mortificación, humildad, sencillez, sacrificio.
De esta
manera, el corazón del hombre se parece no ya a un campo sin cultivar, lleno de
arbustos silvestres, de malezas, y hasta de alimañas: por el contrario, se
parece a un prado florido, en donde crecen todo tipo de hermosas flores y de
árboles frutales de toda especie, cargados de dulces y sabrosos frutos; un
prado en donde no hay alimañas ni fieras salvajes –la impaciencia, el enojo, la
ira-, sino pacíficos animales que retozan alegres –la humildad, la paciencia,
la caridad-.
La otra
imagen que usa Jesús, además de la semilla echada en tierra, es la de otra
semilla, esta vez de mostaza: “El Reino de Dios se parece a un grano de
mostaza” (cfr. Mc 4, 26-34). Jesús
compara al Reino de Dios a un grano de mostaza: así como el grano de mostaza es
pequeño en su inicio, ya que es una semilla, y luego se convierte en un árbol
tan grande que hasta los pájaros anidan en él, así el Reino de Dios es pequeño
como una semilla en sus comienzos y luego crece hasta volverse grande como un
árbol.
El grano de mostaza es la
figura gráfica con la cual Jesús compara al Reino de Dios pero, ¿qué es el
Reino de Dios?
Una interpretación sostiene
que el Reino de Dios es la gracia de Dios en el alma: la gracia de Dios es una
participación a la vida de Dios Uno y Trino, que comienza en el momento del
bautismo y que se hace más intensa y viva por medio de la fe; en sus inicios
esta participación es pequeña, pero luego se hace más grande a medida que la
persona crece en la vida de la fe; a medida que la persona crece en la gracia y
en la fe, el Reino de Dios se acrecienta cada vez más, hasta quedar configurada
en su alma la imagen de Jesucristo, Hijo de Dios. La semilla de mostaza es
entonces uno de los elementos de la parábola, y es la gracia de Dios que
configura al alma con Cristo.
“El Reino de Dios se parece
a un grano de mostaza”. Por la comunión, recibimos a Jesucristo, Fuente de la Gracia, Gracia Increada,
que hace crecer al alma en la gracia; junto a Él vienen las Personas del Padre
y del Hijo, que hacen nido en el corazón en gracia.
Pero
además, en esta comparación, hay otra comparación más: “El Reino es como un
árbol donde anidan los pájaros” (cfr. Lc
13, 18-21). El Reino de los cielos es como un grano de mostaza: siendo éste
inicialmente pequeño, luego crece de tal manera, que se convierte en un
frondoso árbol, en donde los pájaros del cielo van a hacer nido en sus ramas.
Es la
idea de algo que, siendo muy modesto y pequeño al inicio, luego crece de forma
desmesurada: una semilla aumenta su tamaño cientos de miles de veces hasta
convertirse en un árbol, y es tan grande, que da lugar a que los pájaros del
cielo aniden en él.
Esta
figura puede aplicarse al alma sin la gracia divina, y con la gracia divina:
sin la gracia, el alma es pequeña, insignificante, como pequeño e
insignificante es un grano de mostaza, lo cual quiere decir que posee
únicamente su limitada y mortal vida humana: conoce, ama, actúa y vive con la estrechez
de su naturaleza humana; por el contrario, con la gracia divina, el alma se
agiganta de forma desmesurada, puesto que comienza a participar de la vida
divina, y así el alma es divinizada por la gracia, de modo tal que deja de
vivir una vida puramente humana, para comenzar a vivir, ya desde esta tierra,
una vida divina, celestial y sobrenatural.
Pero si el grano de mostaza
que se convierte en árbol es el alma humana en gracia; ¿qué representan los
pájaros que anidan en sus ramas? ¿Quiénes son
estos misteriosos pájaros del cielo? ¿Qué representan, qué simbolizan, estos
misteriosos pájaros que anidan en el árbol, el alma que participa de la vida de
la Trinidad?
Los
pájaros del cielo, que hacen nido en las ramas del árbol, representan a las
Tres Personas de la Trinidad,
que inhabitan en el alma en gracia: así como los pájaros encuentran su reposo y
su contento en las frondosas ramas, y demuestran su contento con su trinar, así
las Personas de la Trinidad
encuentran su reposo y su contento en el alma en gracia, y lo demuestran
comunicándole algo más grande que el canto de un pájaro, y es la vida y el amor
divinos.
Las aves
misteriosas
que anidan en el árbol representan a la Trinidad de Personas, que moran en el alma en
gracia.
Si el alma se agiganta por la participación en la vida de Dios Uno y
Trino, el pájaro que hace su nido en el árbol representa a la misma Trinidad,
que viene a hacer morada en el árbol, en el alma que ama a Dios: “Si alguien me
ama, Mi Padre y Yo vendremos a Él y haremos morada en Él”.
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