lunes, 13 de mayo de 2013

“Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”


“Ámense los unos a los otros como Yo los he amado” (Jn 15, 9-17). Antes de subir a la Cruz, Jesús deja a sus discípulos y a su Iglesia toda, un nuevo mandamiento: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”. Con respecto a este mandamiento, la crítica racionalista ha interpuesto tres objeciones: una, tildándolo de sensiblero, reduciendo el mandato nuevo y el cristianismo todo a la pura sensiblería; la segunda objeción, considerando al mandato nuevo como imposible de ser cumplido, puesto que Dios no puede “obligar” a alguien a amar, y mucho menos puede obligar a amar a un enemigo, tal como está comprendido en este mandamiento: “Ama a tu enemigo” (Mt 5, 43-48). Una tercera objeción sostiene que Jesús no agrega nada nuevo, puesto que el mandamiento del amor al prójimo ya estaba presente en la ley de Moisés.
Para responder a estas objeciones, hay que decir que son inconsistentes y nada tienen que ver con el núcleo del mandato de Jesús y que la comprensión sobrenatural del mandamiento nuevo, también sobrenatural, se obtiene en la contemplación de Cristo crucificado.
Es Cristo crucificado quien da la medida, el alcance y la cualidad substancial del Amor sobrenatural con el que se debe vivir este mandamiento.
A la primera objeción, hay que responder que el Amor con el que se debe amar al prójimo –incluido, y en primer lugar, a aquel que es nuestro enemigo-, es el Amor de Cristo crucificado, un Amor que a primera vista, está muy lejos de ser meramente “sensiblero” o puramente afectivo, puesto que la sensiblería o la mera afectación sensible se contraponen de modo radical con la Cruz. Un amor meramente sensible o afectivo rechaza radicalmente la Cruz, y por eso no es con este amor con el cual hay que vivir el mandamiento nuevo de Jesús.
A la segunda objeción, interpuesta por Sigmund Freud-, de que Dios no puede obligar a nadie a amar, hay que responder que no es verdad, porque Dios, que “es Amor” (1 Jn 4, 8), ha creado al hombre “a imagen y semejanza suya” (Gn 1, 26ss), lo cual quiere decir que ha creado al hombre con capacidad de amar, y de tal manera, que esta capacidad no le es extraña, sino que forma parte de su esencia, porque es de la esencia del hombre conocer y amar. Por lo tanto, Dios sí puede “obligar” o mandar al hombre a amar a su prójimo, porque en realidad no lo está “obligando” o “mandando”, sino que le está “indicando” o “aconsejando” que actúe según la única forma en la que el hombre puede actuar, según el designio divino. De todos modos, el hombre permanece siempre libre, ya que la libertad es tal vez la imagen más patente que de Dios lleva en sí mismo el hombre. Sin embargo, si el hombre no ama, y en vez de eso, odia, ahí sí está haciendo un acto anti-natural para él, porque Dios no lo creó para el odio, sino para el amor. Dios sí puede “obligar” al hombre a no odiar, en el sentido de prohibirle dicha actividad, que le es contrario a su naturaleza y, como todo lo anti-natural, le provoca un gran daño.
A la tercera objeción, hay que responder que Jesús agrega un mandato nuevo, porque la cualidad del Amor con el que manda amar es substantivamente diferente al amor con el que Yahvéh mandaba amar en el Antiguo Testamento. Según este mandamiento, los israelitas debían amar a sus prójimos pero con un amor humano, puramente natural, y ese no es el amor con el cual Jesús manda amar. Jesús da una indicación de este Amor cualitativamente diferente cuando dice: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”, y Él nos ha amado con su Amor, que es el Amor infinitamente perfecto del Hombre-Dios; es un Amor humano-divino: humano, porque surge de su naturaleza humana perfectísima, la naturaleza humana asumida en el seno de María Virgen por la Segunda Persona de la Santísima Trinidad; divino, porque es el Amor que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad espira, junto a Dios Padre, desde la eternidad: el Espíritu Santo. Es decir, Jesús nos ama con un amor completamente nuevo, su Amor humano-divino de Hombre-Dios, y por eso el mandamiento es radicalmente nuevo. Pero es también nuevo porque este Amor conduce a la Cruz y se manifiesta en la Cruz en su máximo esplendor y potencia, porque solo un Amor de origen celestial, perfectísimo, sobrenatural, como el de Cristo Jesús, puede llevar a dar la vida “por los amigos” (cfr. Jn 15, 13), pero también “por los enemigos” (cfr. Mt 5, 43-48), como lo hace Jesús, porque muere por toda la humanidad, que era  enemiga de Dios por el pecado. Ningún amor puramente humano, por más perfecto que sea, conduce a dar la vida, y menos en la Cruz, por los enemigos, y por eso Jesús crucificado es la prueba irrefutable de que el Amor con el que nos amó, y con el cual nos manda amar entre nosotros, es el Amor de Dios.
“Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”. Solo en la contemplación de Cristo crucificado puede ser comprendido y vivido el mandamiento nuevo del amor.

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