“El
que deje todo por Mí recibirá el ciento por uno, persecuciones y la vida eterna”
(Mc 10, 28-31). Los discípulos habían
dado ya muestras de pretensiones de gloria terrena y mundana en el seguimiento
de Jesús, y ese es el motivo por el cual ahora Jesús les advierte claramente
que quien lo siga, recibirá de parte suya recompensas terrenas –el ciento por
uno- y en la otra vida, la vida eterna, pero también les advierte que en esta
vida recibirán además “persecuciones”. Por lo tanto, los discípulos quedan
advertidos, a fin de que no solo no se presenten más las discordias y peleas
por motivos de vanagloria, sino para que eleven la mirada no a las cosas de la
tierra, sino a la eternidad que los espera. La perspectiva de la persecución
ayuda a mitigar los deseos de vanagloria, al tiempo que hace apreciar mucho
mejor el premio final que implica el seguimiento de Cristo, la vida eterna.
Mientras
en el mundo a los seguidores de los líderes terrenos se los premia con grandes
recompensas y con puestos de honor, recibiendo la alabanza de los hombres, a
los seguidores de Cristo les espera la persecución y la tribulación. La razón
es que el discípulo no puede ser nunca más que el maestro, y si el Maestro fue
perseguido, también lo serán los discípulos. Es decir, quien siga a Cristo “dejándolo
todo”, recibirá en recompensa “el ciento por uno en esta vida” y “la vida
eterna” en la otra vida, pero mientras viva en la tierra, sufrirá también la “persecución”,
porque el Maestro, Cristo, fue perseguido. Y esta persecución será tanto más
encarnizada, cuanto más fiel sea el discípulo a Jesucristo. Por el contrario,
tal como le sucede a Judas Iscariote, aquel que reniegue de Cristo, recibirá
dinero a cambio por parte del Príncipe de este mundo y sus satélites, pero
perderá la vida eterna, lo cual confirma las palabras de Jesús: “No se puede
servir a Dios y al dinero”. O se sigue a Cristo, o se sirve al dios del dinero,
el Príncipe de las tinieblas. No hay posición intermedia.
Seguir
a Cristo no es fácil ni está exento de tribulaciones persecuciones porque su
seguimiento implica ir contra uno mismo, contra el mundo y contra las “potestades
malignas de los aires”. Seguir a Cristo quiere decir negarse a uno mismo, en las
pasiones, vicios, pecados, tendencias contrarias al Bien, y obrar al modo como
lo haría Cristo; seguir a Cristo quiere decir ir en contra de los poderes del
mundo, porque el mundo está “gobernado por el maligno”, y así quiere decir ir
en contra de todo lo malo que el mundo propone como bueno –la anti-natura en
las relaciones humanas, el aborto, el ateísmo, el gnosticismo, etc.-; seguir a
Cristo quiere decir ir en contra del Príncipe de las tinieblas, que “hace la
guerra” a la estirpe de la Mujer del Apocalipsis, la Virgen María, porque el
que sigue a Cristo lo hace porque es hijo de la Virgen. El ejemplo máximo de
seguimiento a Cristo está en los santos y en los mártires, que dejaron
literalmente todo, incluso hasta la vida terrena, para ir en pos de Cristo,
camino del Calvario y ser crucificados con Él. Y como fueron crucificados con
Él, ahora lo adoran en los cielos por la eternidad.
“El
que deje todo por Mí recibirá el ciento por uno, persecuciones y la vida eterna”.
La tribulación y la persecución por Cristo –exclusivamente por Cristo y no por
otras causas- es la señal, para el seguidor de Cristo, de que se encuentra por
el buen camino, el camino de la Cruz, camino que finaliza en el Monte Calvario,
Puerta abierta al Reino de los cielos.
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