“El
Espíritu Santo les dirá dónde está el pecado, la justicia y el juicio” (Jn 16, 5-15). En la Última Cena, antes
de sufrir la Pasión, Jesús anuncia a sus Apóstoles su partida a la Casa del
Padre y el posterior envío del Espíritu, y les dice que aunque eso los
entristezca –porque les anuncia que morirá en la Cruz-, les conviene que Él se
vaya, para que así pueda enviar al
Paráclito.
Una
vez enviado por Jesús y por Dios Padre, el Espíritu Santo actuará contra el
mundo, acusándolo acerca de tres agravios cometidos contra Jesús, haciéndole
ver el error cometido: el mundo pensaba que Jesús era culpable y él inocente;
que la justicia estaba de su parte, y que no debía incurrir en condenación
alguna[1].
El Espíritu Santo dará testimonio de que Jesús era el Mesías, y al obrar así
hará ver a los judíos que su pecado es un pecado de incredulidad, un pecado
contra la luz, y esto fue lo que sucedió cuando tres mil judíos reconocieron
esto en Pentecostés (Hch 2, 37-41), y
es lo que confiesa todo enemigo de Cristo que se convierte. En segundo lugar,
el Espíritu Santo atestiguará que Jesús, que subió a los cielos y está sentado
a la diestra de Dios, no solo no es un delincuente y un malhechor, tal como lo
consideraron los judíos al condenar a Jesús y pedir la liberación de Barrabás, sino
que es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios tres veces santo, y
esta santidad de Jesús aparecerá cuando la Iglesia crezca y comience a dar
frutos de santidad. En tercer lugar, el Espíritu Santo hará ver claramente que
en la batalla sostenida entre el Príncipe de este mundo y Cristo, las cosas son
diversas a lo que aparece a simple vista: aunque Cristo crucificado aparente
ser derrotado, ha triunfado, porque ha resucitado, y aunque el demonio aparezca
triunfante el Viernes Santo, al haber logrado dar muerte, instigando a los
hombres, al Hombre-Dios en la Cruz, ha sido derrotado de una vez y para
siempre. Con la Cruz y la Resurrección, Cristo ha herido de muerte a Satanás y
lo ha arrojado fuera de sus dominios, y la prueba de esto será la destrucción
de la idolatría y la expulsión de los demonios de los poseídos por parte de los
Apóstoles, con el solo nombre de Jesús[2].
El
Espíritu Santo que Jesús enviará luego de ascender a los cielos, acusará al
mundo de este triple agravio contra Jesús, mientras que para los Apóstoles,
actuará no como revelador de nuevas verdades, sino como iluminador interno de
las enseñanzas de Jesús, llevando a los Apóstoles a la comprensión interior,
espiritual y sobrenatural de las verdades reveladas por Jesús. La actuación
iluminativa interior del Espíritu Santo sobre los Apóstoles hará que estos vean
a Jesús como Quien es: Dios de inmensa majestad, encarnado en una naturaleza
humana sin dejar de ser Dios, que dio su
vida en la Cruz por Amor a los hombres, para librarlos de la eterna condenación
y para concederles el don de la filiación divina y de la vida eterna, y que
renueva incruentamente su sacrificio en Cruz cada vez en la Santa Misa.
Esta
es la función que ejerce el Espíritu Santo en la Confirmación, y para esto es
que la Iglesia confirma a sus bautizados, para que los bautizados conozcan
interiormente a Jesús como a su Dios y Salvador, y conociéndolo lo amen, y
amándolo, en el cumplimiento de sus mandatos y en la recepción de sus
sacramentos, se salven. Sin embargo, lejos de permitir ser iluminados, muchos
cristianos rechazan voluntariamente esta luz celestial, y es así que a pesar de
haber estudiado el Catecismo y a pesar de haber recibido la Comunión y la
Confirmación, desconocen por completo quién es Jesús o, lo que es lo mismo,
conocen a Jesús con el conocimiento del mundo, pensando que Jesús es un enemigo
al exigirles vivir en la castidad, en la pureza, en la caridad, en la renuncia
de sí mismos. Esto es lo que explica que muchos bautizados, de todas las
edades, se alejen de Jesús como si Jesús fuera culpable, como si Jesús fuera
malhechor, como si Jesús fuera injusto, haciendo inútil la acción del Espíritu
Santo, que en vano quiere sacarlos del error, advirtiéndoles acerca del “pecado,
la justicia y el juicio”.
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