lunes, 6 de mayo de 2013

“El Espíritu Santo les dirá dónde está el pecado, la justicia y el juicio”


“El Espíritu Santo les dirá dónde está el pecado, la justicia y el juicio” (Jn 16, 5-15). En la Última Cena, antes de sufrir la Pasión, Jesús anuncia a sus Apóstoles su partida a la Casa del Padre y el posterior envío del Espíritu, y les dice que aunque eso los entristezca –porque les anuncia que morirá en la Cruz-, les conviene que Él se vaya, para que así pueda enviar al  Paráclito.
Una vez enviado por Jesús y por Dios Padre, el Espíritu Santo actuará contra el mundo, acusándolo acerca de tres agravios cometidos contra Jesús, haciéndole ver el error cometido: el mundo pensaba que Jesús era culpable y él inocente; que la justicia estaba de su parte, y que no debía incurrir en condenación alguna[1]. El Espíritu Santo dará testimonio de que Jesús era el Mesías, y al obrar así hará ver a los judíos que su pecado es un pecado de incredulidad, un pecado contra la luz, y esto fue lo que sucedió cuando tres mil judíos reconocieron esto en Pentecostés (Hch 2, 37-41), y es lo que confiesa todo enemigo de Cristo que se convierte. En segundo lugar, el Espíritu Santo atestiguará que Jesús, que subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios, no solo no es un delincuente y un malhechor, tal como lo consideraron los judíos al condenar a Jesús y pedir la liberación de Barrabás, sino que es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios tres veces santo, y esta santidad de Jesús aparecerá cuando la Iglesia crezca y comience a dar frutos de santidad. En tercer lugar, el Espíritu Santo hará ver claramente que en la batalla sostenida entre el Príncipe de este mundo y Cristo, las cosas son diversas a lo que aparece a simple vista: aunque Cristo crucificado aparente ser derrotado, ha triunfado, porque ha resucitado, y aunque el demonio aparezca triunfante el Viernes Santo, al haber logrado dar muerte, instigando a los hombres, al Hombre-Dios en la Cruz, ha sido derrotado de una vez y para siempre. Con la Cruz y la Resurrección, Cristo ha herido de muerte a Satanás y lo ha arrojado fuera de sus dominios, y la prueba de esto será la destrucción de la idolatría y la expulsión de los demonios de los poseídos por parte de los Apóstoles, con el solo nombre de Jesús[2].
El Espíritu Santo que Jesús enviará luego de ascender a los cielos, acusará al mundo de este triple agravio contra Jesús, mientras que para los Apóstoles, actuará no como revelador de nuevas verdades, sino como iluminador interno de las enseñanzas de Jesús, llevando a los Apóstoles a la comprensión interior, espiritual y sobrenatural de las verdades reveladas por Jesús. La actuación iluminativa interior del Espíritu Santo sobre los Apóstoles hará que estos vean a Jesús como Quien es: Dios de inmensa majestad, encarnado en una naturaleza humana sin dejar de ser Dios, que dio  su vida en la Cruz por Amor a los hombres, para librarlos de la eterna condenación y para concederles el don de la filiación divina y de la vida eterna, y que renueva incruentamente su sacrificio en Cruz cada vez en la Santa Misa.
Esta es la función que ejerce el Espíritu Santo en la Confirmación, y para esto es que la Iglesia confirma a sus bautizados, para que los bautizados conozcan interiormente a Jesús como a su Dios y Salvador, y conociéndolo lo amen, y amándolo, en el cumplimiento de sus mandatos y en la recepción de sus sacramentos, se salven. Sin embargo, lejos de permitir ser iluminados, muchos cristianos rechazan voluntariamente esta luz celestial, y es así que a pesar de haber estudiado el Catecismo y a pesar de haber recibido la Comunión y la Confirmación, desconocen por completo quién es Jesús o, lo que es lo mismo, conocen a Jesús con el conocimiento del mundo, pensando que Jesús es un enemigo al exigirles vivir en la castidad, en la pureza, en la caridad, en la renuncia de sí mismos. Esto es lo que explica que muchos bautizados, de todas las edades, se alejen de Jesús como si Jesús fuera culpable, como si Jesús fuera malhechor, como si Jesús fuera injusto, haciendo inútil la acción del Espíritu Santo, que en vano quiere sacarlos del error, advirtiéndoles acerca del “pecado, la justicia y el juicio”.  


[1] Cfr. B. Orchard et al., 756.
[2] Cfr. ibidem.

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