(Ciclo C - 2013)
Con su Ascensión a
los cielos, Jesús completa su misterio pascual: encarnación, Pasión y Muerte,
Resurrección, y Ascensión a los cielos. Con su Ascensión, Jesús cumple las
promesas que había hecho a sus discípulos antes de sufrir la Pasión , la promesa de ir a
preparar aposentos para los suyos en la
Casa del Padre: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas, y
voy a prepararos un lugar” (Jn 14,
1-12). La “Casa del Padre” es un misterio insondable, porque si bien Jesús
“asciende a los cielos”, cuando dice que va “a preparar un lugar” para
nosotros, no está hablando de los cielos, sino de algo infinitamente más grande
y glorioso que los mismos cielos, y es el seno eterno, el Corazón mismo de Dios
Padre. La “morada” que Jesús va a prepararnos con su Ascensión, no son los
cielos eternos, lo cual sería algo inimaginablemente grandioso para el hombre,
sino algo todavía más inimaginablemente grandioso, y es el seno eterno de Dios
Padre, origen de la Santísima Trinidad.
Con su misterio pascual
de muerte y resurrección, y con su Ascensión a los cielos, Jesús lleva a la más
alta cumbre jamás imaginada a la naturaleza humana, porque la lleva al seno
mismo de la Trinidad.
Esto, que suena
abstracto y cuya realidad trasciende y supera absolutamente la capacidad de raciocinio del hombre, quiere decir que cada uno de nosotros está
llamado a vivir, en la eternidad, en la comunión de vida y amor con las Tres
Divinas Personas: Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo. La solemnidad de
la Ascensión del Señor no debe limitarse, por lo tanto, a una mera
conmemoración por parte del cristiano, ni debe quedar, como frecuentemente
sucede, en una celebración litúrgica que se realiza una vez al año. La
Ascensión del Señor es ocasión para reflexionar y meditar acerca de la grandeza
admirable del don que nos ha conseguido Jesucristo con su sacrificio en Cruz,
que es el conseguirnos el acceso a la
Casa del Padre, que es su mismo seno eterno, origen de la
Trinidad; por la Cruz
de Jesús, los hombres podemos entrar en el Corazón mismo de Dios Padre, para
vivir por la eternidad en comunión de vida y amor con las Tres Personas de la
Santísima Trinidad. La Ascensión del Señor no es entonces una ceremonia
litúrgica que nada tiene que ver con mi vida personal, con la vida de todos los
días, porque yo –Álvaro Sánchez Rueda, Juan Pérez, Fulano, Mengano-, estoy
llamado a vivir, algún día, en íntima comunión de vida y amor con Dios Uno y
Trino.
Quiere decir que yo
en persona estoy llamado a ascender a los cielos, luego de la resurrección, en
cuerpo y alma, como Cristo Jesús, para ver cara a cara y amar, adorar, y
alegrarnos por la eternidad en la visión de la Trinidad, y a ese mismo destino
de gloria estamos llamados todos y cada uno de los seres humanos. Todos estamos llamados a participar del Misterio Pascual de Jesús, misterio que finaliza con la ascensión a los cielos unidos a Cristo, para contemplar y amar a Dios Trino por la eternidad.
La conmemoración de
la Ascensión del Señor debe llevar a una firme determinación de vivir en estado
de gracia: mi cuerpo, ya desde la tierra, es templo del Espíritu Santo, y por
eso debo cuidar no solo de no profanarlo, sino de acrecentar cada vez más el
estado de gracia; debo velar por adquirir la mansedumbre y la humildad del
Sagrado Corazón de Jesús, porque un corazón iracundo y soberbio jamás entrará
en el Reino de los cielos, ni podrá estar delante de un Dios que es infinita
bondad y misericordia.
Jesús se encarna,
muere en Cruz, resucita y asciende a los cielos: el itinerario recorrido por
Jesús, desde su Encarnación, hasta su Ascensión, es el itinerario al que está
llamado todo cristiano, ya que es la única vía de salvación y el único modo de
llegar al cielo, y para esto debo trabajar espiritualmente todos los días de la
vida terrena, cargando la Cruz de todos los días, negándome a mí mismo y
siguiendo a Jesús camino del Calvario.
Ahora bien, el
camino del Calvario es un camino difícil, porque es angosto y en subida y
además hay que llevar la Cruz, que aunque está hecha a nuestra medida, es
pesada. ¿De dónde sacar fuerzas para ascender por el Camino de la Cruz,
requisito indispensable para ascender luego
a los cielos?
La respuesta está en
la Eucaristía, porque si es verdad que Jesús asciende a los cielos con su
Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, y desaparece de la vista de los discípulos y
de su Iglesia, que ya no lo ven más, es verdad también que no nos deja solos, porque
que al mismo tiempo que asciende con su Cuerpo glorioso y resucitado al seno
del Padre, se queda, con su mismo Cuerpo glorioso y resucitado, entre nosotros,
en el seno de la Iglesia ,
la Eucaristía. Jesús asciende, pero no nos deja solos, porque su nombre es
“Emmanuel”, que significa “Dios con nosotros” (cfr. Mt 1, 23), y porque en la Eucaristía Él cumple su palabra de que
“no nos dejaría solos hasta el fin del mundo” (cfr. Mt 28, 19).
Adorar la Eucaristía
y consumirla en la comunión eucarística es ya comenzar, desde esta vida, el
ascenso a la vida eterna, , porque al unirnos al Cuerpo resucitado de Jesús, Él
nos infunde su Espíritu, y por el Espíritu nos unimos en el Amor de Cristo a
Dios Padre, y esto es anticipar la comunión de vida y amor con las Tres
Personas de la Trinidad, que es para lo cual ascendió Jesús.
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