“Vende
todo lo que tienes, dalo a los pobres y sígueme” (Mc 10, 17-27). Un hombre rico le pregunta
a Jesús qué es lo que hay que hacer para ganar la vida eterna. Jesús le dice
que tiene que cumplir los mandamientos, y como este hombre rico era piadoso,
devoto y de buen corazón, le contesta que eso ya lo hacía desde su juventud. Pero
hay algo que le falta hacer, y que todavía no ha hecho, y es vender todo lo que
tiene, dárselo a los pobres, y seguirlo a Él. Hasta ese momento, el hombre rico
pensaba que con cumplir con las oraciones y con los mandamientos, bastaba para
conseguir la vida eterna, pero ahora se da cuenta que le falta algo muy
importante: vender todo lo que tiene, dárselo a los pobres, y seguir a Jesús.
El
pasaje del Evangelio ha sido interpretado tradicionalmente en el sentido del
llamado a la vocación religiosa, puesto que por esta vocación se empieza a
realizar, en el tiempo, aquello que se vivirá en la eternidad, es decir, la
consagración total de cuerpo y alma a Dios Trino. El religioso debe “vender
todo lo que tiene” porque nada de lo material se llevará al Reino de los
cielos, y si su estado religioso anticipa la vida del cielo, en donde los
bienes materiales no cuentan para nada, entonces debe desposeerse de lo
material. Las otras condiciones también son necesarias: “dar a los pobres”,
porque la misericordia es la “materialización” del amor profesado a Dios, a
través de la ayuda al prójimo más necesitado. El otro requisito es “seguir a
Jesús”, puesto que no se puede acceder a la vida eterna de cualquier manera,
sino solo a través de Cristo crucificado, y para esto es necesario cargar la
cruz todos los días, negarse a sí mismo, y seguir a Jesús camino del Calvario.
Pero
el pasaje puede interpretarse también en otro sentido, más cotidiano: el hombre
rico que se entristece al enterarse de que debe vender todo lo que tiene, puede
ser alguien que reciba el llamado a la conversión, conversión que implica que dejar atrás las pasiones desordenadas y la vida de pecado, sintiendo
reticencia para hacerlo, es decir, manifestando todavía apego al pecado, lo cual se manifiesta en la tristeza que experimenta el hombre rico al no sentirse capaz de vender sus bienes.
En
este sentido, “vender todo lo que se tiene”, puede significar el tener que dejar
de lado al hombre viejo con sus pasiones desordenadas y el apego a este mundo y
a los bienes terrenos. “Vender todo lo que se tiene” es dejar definitivamente
todo aquello que obstaculiza la vida de la gracia: vicios, defectos, pecados,
apegos desordenados a las criaturas, para poder emprender el camino de la Cruz,
el único camino que lleva al cielo. No se puede llevar la Cruz, que es pesada, con
las fuerzas del hombre viejo; se necesita la fuerza de la gracia, que es
incompatible con la malicia del hombre viejo, y esta malicia es la que hay que
dejar cuando Jesús dice que hay que “vender todo lo que se tiene”. A su vez, el
“seguir” a Jesús, implica cargar la Cruz de todos los días precisamente para
dar muerte de cruz al hombre viejo y así poder nacer a la vida de la gracia en
el tiempo y a la vida eterna en el Reino de los cielos, en la otra vida.
“Vende
todo lo que tienes, dalo a los pobres y sígueme”. Si queremos alcanzar la vida
eterna, no basta con simplemente ser buenos: se debe ser santos y eso se
consigue solamente dejando de lado al hombre y viejo, viviendo la vida de la
gracia, cargando la propia cruz, todos los días siguiendo a Jesús camino del
Calvario.
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