jueves, 9 de mayo de 2013

“Me voy y estarán tristes, pero volveré y se alegrarán”



“Me voy y estarán tristes, pero volveré y se alegrarán” (Jn 16, 20-23). El anuncio, durante la Última Cena, de su Pasión y Muerte, entristece a los discípulos de Jesús. Jesús se percata de la situación y por eso los tranquiliza diciéndoles que esa tristeza que ahora sienten, se les convertirá en gozo. A la inversa, mientras los discípulos se entristecerán y llorarán por la muerte de Jesús, el mundo y su Príncipe, el rey de las tinieblas, se alegrarán y gozarán, porque habrán logrado su máximo triunfo, dar muerte al Hombre-Dios.
La hora de la alegría del mundo es la “hora de las tinieblas” (cfr. Lc 22, 53), hora en la que los enemigos de Dios y de los hombres pensarán haber triunfado para siempre. Pero este triunfo de las tinieblas es sólo aparente, y no durará mucho tiempo: Jesús dice que durará “un poco tiempo” y luego de pasado ese “poco de tiempo”, los discípulos “lo verán” y “se alegrarán”. Ese “poco de tiempo” representa, para el cristiano, esta vida terrena, porque en esta vida terrena –con raras excepciones- no se ve a Jesús sensiblemente, con los ojos del cuerpo. Esta “ausencia de visión” de Jesús provoca tristeza a los cristianos, a lo que se suma el hecho de que, hasta el triunfo definitivo en el Último Día, el mundo vive en la “hora de las tinieblas”, y por eso el cristiano, al igual que los discípulos en la Última Cena, se entristece por la ausencia de Jesús.
Sin embargo, el cristiano no vive en la tristeza ni está sometido al poder de las tinieblas, aunque esta sea “su hora”. El cristiano “ve” a Jesús con los ojos de la Fe en la Eucaristía, y esta visión de Cristo glorioso y resucitado ilumina sus días y le concede alegría, una alegría que se origina en el Amor de Jesús, Amor que es “más fuerte que la muerte” (Cant 8, 6) y que por ser más fuerte que la muerte, la ha destruido para siempre con la Resurrección. De esta manera el cristiano, que ve por la Fe a Jesús resucitado y glorioso en la Eucaristía, obtiene de la Eucaristía la fuente inagotable de paz, amor y alegría, en medio de las tribulaciones y persecuciones del mundo, paz, amor y alegría que “nadie podrá quitar”.
La adoración eucarística y la comunión sacramental conceden al cristiano el Amor y la alegría de Cristo Jesús, que le permite superar ampliamente las tristezas que ocasionan las tinieblas del mundo presente, al tiempo que le anticipan la felicidad que habrá de durar para siempre, por toda la eternidad, en el Reino de los cielos.

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