(Ciclo C - 2013)
“Tomó entonces los cinco
panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la
bendición y los partió, y los iba dando a los discípulos para que los fueran
sirviendo a la gente” (Lc 9, 11-17b). Jesús multiplica milagrosamente
panes y peces y da de comer a la multitud hambrienta. A pesar de que son más de
cinco mil personas y de que comen hasta saciarse, sobran panes y peces en tal
cantidad que los restos llenan hasta doce canastas.
Con
todo lo que significa el milagro de la multiplicación de panes y peces -una
muestra de la omnipotencia divina y de la condición de Jesús de ser Hijo de
Dios en Persona y no un simple hombre-, es sin embargo una ínfima muestra de su
poder divino, y en cuanto a su objetivo final, no es el de simplemente dar de
comer, satisfaciendo el apetito corporal, a una multitud de personas. La
finalidad del milagro es servir de pre-figuración de otro milagro,
infinitamente más grande, realizado por la Iglesia en la Santa Misa : la
conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre. Así como Jesús, por la
bendición que pronunció sobre los panes y peces multiplicó sus materias
inertes, de la misma manera, por la fórmula de la consagración en la Santa Misa la Iglesia convierte, a través
del sacerdocio ministerial, la materia inerte del pan y el vino en el Cuerpo, la Sangre , el Alma y la Divinidad de Nuestro
Señor Jesucristo.
Podemos decir entonces que la escena evangélica del domingo de hoy, en la que
Jesús primero alimenta el espíritu a los integrantes de la multitud, para luego
alimentarles el cuerpo con los panes y peces, es una pre-figuración de la Santa Misa , en donde el
alma se alimenta primero con la
Palabra de Dios -por medio de la liturgia de la Palabra- y luego se alimenta
con la Eucaristía ,
el Cuerpo de Cristo.
Por este motivo,
para apreciar en su dimensión sobrenatural el alcance y significado del milagro
de la multiplicación de los panes y los peces, hay que considerar con un poco
más de detenimiento qué es lo que está representado en la escena evangélica: la
multitud que escucha a Jesús, compuesta por toda clase de gentes y por todas
las edades, representa a la humanidad; el hambre corporal que experimentan,
representa el hambre espiritual que de Dios tiene todo ser humano, porque todo
ser humano ha sido creado por Dios para Dios. Ahora bien, Dios ha creado al
hombre dotándolo de una sed inextinguible de amor y de belleza y por eso todo
ser humano tiene necesidad de satisfacer su sed de felicidad -todo hombre desea
ser feliz, dice Aristóteles-, pero como Dios lo ha creado al hombre para que
sacie su sed de amor y belleza en Él y sólo en Él, mientras no se une a su
Creador, el hombre experimenta esa sed de amor y de belleza que le quema las
entrañas, pero que no puede ser satisfecha sino es en su contemplación y unión
con Él. Si el hombre busca saciar esta sed de felicidad en cualquier otra cosa
que no sea Dios, no lo logrará nunca, y esta es la razón por la cual el hombre
experimenta dolor, tristeza, frustración y muerte, cuando se aleja de
Dios.
La
multitud hambrienta delante de Jesús es, en este sentido, una representación de
la humanidad hambrienta de su Dios, que busca saciar su sed de amor y de
satisfacer su hambre de paz, verdad y alegría, aunque de momento no sepa bien
cómo hacerlo. Jesús, que está delante de la multitud enseñando las parábolas
del Reino y anunciando la
Buena Noticia , es ese Dios Creador que ha venido a este mundo
para redimir a la humanidad por medio de su sacrificio en Cruz y santificarla
con el envío del Espíritu Santo y concederle así la felicidad que tanto busca.
Puesto que Cristo Jesús es Dios, solo en Cristo Jesús encuentra el hombre –todo
hombre, la humanidad entera- la saciedad completa y absoluta de su sed de amor
y de paz, de alegría y de felicidad; puesto que Cristo Jesús es Dios, solo en
Él encuentra el hombre el sentido último de su vida; puesto que Cristo Jesús es
Dios, sólo en Jesús, y en nadie más que Él, reposa en paz el corazón humano,
encontrando en el Sagrado Corazón la satisfacción total de su sed de felicidad.
Es
esto entonces lo que está representado en la escena evangélica: la humanidad,
sedienta de amor y hambrienta de felicidad, ante su Dios, Cristo Jesús, el
Único -por ser el Hombre-Dios- capaz de extra-colmar, con la abundancia de Amor
de su Sagrado Corazón, la felicidad que todo ser humano busca, búsqueda de
felicidad que se inicia cuando nace y no se detiene hasta el momento de la
muerte, continuando incluso hasta la vida eterna.
Jesús, porque es Dios en Persona, es entonces el Único en grado de satisfacer
el hambre de amor y la sed de felicidad que tiene el hombre, y el milagro de la
multiplicación de panes y peces será solo un anticipo y una pre-figuración del
modo en el que Él piensa satisfacer esa hambre: en el tiempo de la Iglesia , por el poder del
Espíritu Santo, a través del sacerdocio ministerial, por la Santa Misa , Jesús
obrará un milagro infinitamente mayor, por medio del cual no multiplicará la
carne muerta de peces, ni tampoco la materia inerte del pan: por su Espíritu,
convertirá el pan y el vino en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, y se donará
a sí mismo en la Eucaristía
como alimento celestial que alimenta con la substancia misma de Dios; por el
milagro de la transubstanciación, Jesús se donará a sí mismo para saciar el
hambre de amor y la sed de felicidad de toda alma humana, donándose a sí mismo
como Pan de Vida eterna y como Carne del Cordero de Dios. El modo por el cual
Jesús satisface la sed de felicidad del hombre, es entregando su Cuerpo, el
Cuerpo de Cristo, el Corpus Christi, en la Eucaristía , para que
sirva de alimento celestial al alma que lo reciba con fe y con amor.
“Tomó entonces los cinco panes y los dos peces, y
levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición y los partió,
y los iba dando a los discípulos para que los fueran sirviendo a la gente”. Si
en el Evangelio Jesús obra un maravilloso milagro, por el cual multiplica la
carne muerta de un pez y la materia inerte del pan, con lo cual da de comer a
una multitud satisfaciendo su hambre corporal, en la Santa Misa obra un
milagro infinitamente mayor, convirtiendo el pan y el vino en su Carne, su
Sangre, su Alma y su Divinidad, obrando el milagro de la Eucaristía , donando su
Cuerpo, el Cuerpo de Cristo, el Corpus
Christi, como alimento celestial que sacia y extra-colma con abundancia la
ardiente sed de amor y la incontenible hambre de felicidad que alberga toda
alma. Éste es el sentido final del Corpus
Christi: saciar el hambre de Amor divino que toda alma posee.
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