“Vivan
en paz unos con otros” (Mc 9, 41-50).
El mandato de Jesús no se reduce a un mero mandato moral; no se trata de una
norma más dentro de un plan que regula el convivir entre los hombres. La paz en
la que tienen que vivir los discípulos, sus discípulos, es la paz suya, la paz
que Él da en cuanto Hombre-Dios –“La paz os dejo, mi paz os doy”-; es la paz que se derrama sobre los hombres desde
el Corazón traspasado de Jesús en la Cruz; es la paz de Dios, que Dios concede
al hombre al perdonarle sus pecados, todos sus pecados, incluido y en primer
lugar el más horrible de todos, el deicidio de su Hijo en la Cruz. Si alguien
se pregunta cuál es la reacción de Dios Padre ante la muerte de Dios Hijo en la
Cruz, causada por los pecados de los hombres, solo tiene que contemplar a
Cristo crucificado, para darse cuenta de que Dios Padre, lejos de condenarnos
por haber dado muerte al Hijo de su Amor, nos perdona, y el signo de ese perdón
es la Sangre de Jesús derramada en la Cruz.
Es
esta paz, la que se derrama sobre el alma junto con la Sangre de Cristo, la paz
que se origina y funda en el Amor trinitario y que llena de gozo y de alegría
al alma, es la que el cristiano tiene que transmitir a su prójimo, a todo
prójimo, independientemente de su estado espiritual o anímico y de si este
prójimo es amigo o enemigo.
El
que recibe de Cristo crucificado la paz, debe dar paz a los demás, y esta paz
es la condición para la unidad, y la unidad es signo distintivo de Dios que es
Amor: “Que todos sean uno como Tú y Yo, Padre, somos uno, y así el mundo creerá” (Jn 17, 21).
La discordia, por el contrario, provoca desunión y a esta reflexión nos quiere
conducir el Santo Padre Francisco cuando contrapone la unidad en el amor y en
la paz de Dios producto de Pentecostés, del soplo del Espíritu sobre los
discípulos, a la desunión, producto de la discordia y de la ausencia del
Espíritu de Dios. El Santo Padre dice: “¿Creo unidad en torno a mí o divido,
divido, divido? (…) ¿Llevo la palabra de reconciliación y de amor que es el
Evangelio en el medio en el que vivo?”. El cristiano tiene que preguntarse también:
“¿Soy causa de discordia, desunión y ausencia de paz en el medio en el que vivo?
¿Llevo la palabra de reconciliación y de amor o de discordia y odio?”. Si el
cristiano se descubre como el causante de la falta de paz de los demás, es
porque no ha rezado al pie de la Cruz, no se ha enterado del perdón de Dios en
Cristo, no ha recibido su paz y, como no tiene paz, no puede dar paz.
“Vivan
en paz unos con otros”. Para dar la paz de Cristo a los demás, es necesario
hacer oración ante el crucifico y ante el sagrario, para que la paz de Cristo inunde
nuestros corazones y, desde allí, se irradie a todo prójimo.
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