(Ciclo C – 2013)
La solemnidad de la Santísima Trinidad no es una fiesta
litúrgica más en la Iglesia. En esta fiesta la Iglesia resplandece, pero no
porque hayan más o menos luces encendidas en el templo; en esta fiesta brilla en la Iglesia una luz más
resplandeciente que miles de millones de soles juntos, porque la Iglesia
proclama al mundo la Verdad sobrenatural absoluta acerca de Dios; la Verdad que
sólo Ella posee, en cuanto única y verdadera Iglesia de Dios. Sólo la Iglesia
Católica sabe, porque Jesús lo ha revelado, cómo es Dios en sí mismo. Nadie,
que no sea la Iglesia Católica, posee la Verdad completa y absoluta sobre Dios;
sólo Ella custodia y revela a los pueblos, con la fidelidad que le concede el
Espíritu Santo, la Verdad acerca de Dios, que es Uno y Trino.
La Iglesia nos revela que Dios es Uno y es Trino: Uno en
naturaleza y Trino en Personas, la Persona de Dios Padre, la Persona de Dios
Hijo y la Persona de Dios Espíritu Santo. Cada Persona divina de la Santísima
Trinidad posee aquello que es propia de su condición de ser Persona divina, esto
es, inteligencia y voluntad. Cada Persona de la Santísima Trinidad conoce y ama
al modo divino, es decir, en acto de ser perfectísimo y puro. Dios, en la
doctrina de la Iglesia, no es nunca una energía difusa, cósmica, impersonal,
que no conoce ni ama, tal como lo pretende la Nueva Era, la secta luciferina de
la Conspiración de Acuario. Dios es Uno y es Trinidad de Personas, y como
Personas divinas que son, conocen y aman y también obran libremente en el amor,
y precisamente la dignidad más alta del hombre es el haber sido creado a imagen
y semejanza de las Personas de la Trinidad, el haber sido creado persona, es
decir, con capacidad de conocer, de amar y de obrar libremente en el amor, es
decir, eligiendo lo que es bueno.
Esto
quiere decir que el hombre nunca puede establecer una relación real y verdadera
con Dios, si esta relación no es personal, de tú a tú, de vos a vos, de ser
pensante y con capacidad de amar, a ser pensante y con capacidad de amar. Muchos
cristianos -muchos católicos, en realidad- piensan, aman y hablan de Dios como
si fueran de otra religión y no la católica, porque piensan, aman y hablan de
un Dios Uno pero no de un Dios Uno y Trino, un Dios Uno en el que hay Tres
Personas distintas. Establecen, desde el inicio, una relación falsificada con Dios,
porque se retrotraen al Dios del Antiguo Testamento, y eso es un retroceso,
porque Dios se reveló como Uno al Pueblo Elegido, como preparación para su
revelación como Dios Uno y Trino en el Nuevo Testamento, Revelación llevada a
cabo por Jesús. Debido a que establecen esta relación falsificada desde un
inicio, porque nunca se dirigen a un Dios Trino, muchos católicos terminan
abandonando la Iglesia, terminan apostatando de su fe, abandonando la fe, o si
no, ingresan a otras religiones o, lo que es peor, ingresan en las sectas, las
cuales destruyen el concepto de Dios como paso previo a la destrucción de la
persona en sí misma.
Dios
es Uno y Trino; es Trinidad de Personas, y cada Persona divina conoce, ama y
obra libremente en el amor, y las Tres Personas están empeñadas en salvarnos:
por pedido de Dios Padre, Dios Hijo se encarna sin dejar de ser Dios en el
cuerpo y el alma humanos de Jesús de Nazareth, para morir en Cruz y donarnos a
Dios Espíritu Santo por medio de la Sangre vertida a través de su Corazón
traspasado. Y este Dios Uno y Trino, cuya Segunda Persona es Dios Hijo, Jesús
de Nazareth, está en la Eucaristía, para que en el tiempo que dura nuestra vida
en la tierra nos unamos a Él por la fe y por el amor, por la adoración y por la
comunión, de manera tal que al fin de nuestras vidas ingresemos en la vida
eterna, en donde adoraremos y amaremos por la eternidad a Dios Uno y Trino, y
en esto consistirá nuestra salvación.
Ésta
es nuestra fe, esta es la fe de la Iglesia Católica, y éste es el misterio
sobrenatural absoluto que la Iglesia celebra exultando de gozo en este día. Esto
es lo que significa la “Solemnidad de la Santísima Trinidad”: Cristo Jesús es
Dios Hijo en Persona, y ha venido a este mundo a morir en Cruz y donarse en la
Eucaristía por pedido de Dios Padre, para que unidos a Él recibamos a Dios
Espíritu Santo, el Amor del Padre y del Hijo.
Por
este motivo no podemos hablar de Dios como si fuera solo uno, como si
perteneciéramos a otras religiones monoteístas; mucho menos podemos hablar de
un “dios-spray”, un “dios difuso”, como lo define el Santo Padre Francisco. El Papa
nos anima a que reflexionemos acerca de nuestra fe en Dios; nos anima a que nos
preguntemos en qué Dios creemos, si en el Dios Uno y Trino revelado por
Jesucristo, o en el “dios-spray”, el dios impersonal, energético y difuso de la
Nueva Era. Así nos dice: “¿Cuántas veces -se pregunta el Pontífice- tanta gente
dice que cree en Dios? Pero ¿en qué Dios crees tú?”[1].
Esta pregunta es válida sobre todo en nuestros días, dominados por el
relativismo, error filosófico según el cual cada uno se construye una “verdad”
de acuerdo a su conveniencia, y es así como muchos se construyen un “dios” a su
medida, incluso dentro de la Iglesia, eligiendo creer lo que les conviene y
descartando aquello que no les conviene.
La
pregunta del Papa es una buena ocasión para reflexionar acerca de nuestra fe
como miembros de la Iglesia, como bautizados, como católicos, puesto que según
sea la fe en Dios, así será la oración y la vida. Si creo en un “dios-spray”,
como él dice, entonces mi fe será también “spray”, es decir, difusa, aguada,
inconsistente, imprecisa. Con una fe así, las pasiones arrastran al hombre y
las tentaciones del mundo y de la carne se vuelven irresistibles. Con una fe
así, aguada, inconsistente, difusa, también la vida y el testimonio de vida
será difuso, aguado, inconsistente, impreciso. Será una “vida-spray”, producto
de una “creencia-spray”.
Por
eso, repetimos la pregunta del Papa Francisco: ¿en qué Dios creo? Y la
respuesta a esta pregunta nos la da el mismo Papa, en cuya fe se basa la fe de
la Iglesia y, por lo tanto, la fe de todos los bautizados, la fe propia de cada
uno. El Papa nos orienta en la respuesta recordándonos que como cristianos
creemos en un Dios Uno y Trino: “Dios no es un ‘dios difuso’, un ‘dios-spray’,
que está en todas partes pero que no se sabe qué es. Nosotros creemos en Dios
que es Padre, que es Hijo, que es Espíritu Santo. Nosotros creemos en Personas,
y cuando hablamos con Dios [lo hacemos] con Personas: o hablo con el Padre, o hablo
con el Hijo, o hablo con el Espíritu Santo. Esta es la fe”.
“Tener fe” es creer en
una Persona real, no en un “Dios difuso”, impersonal, que se encuentra por allá
arriba, en quién sabe qué lugar alejado.
“Tener
fe” en la Iglesia Católica es creer en un Dios que es Trinidad de Personas.
Todavía más, debido a que este Dios Trino está, como decíamos, empeñado en
nuestra salvación, puesto que el Padre envió a la tierra a la Segunda de esas
Personas, a Dios Hijo, a Jesús de Nazaret, para que se encarnase y nos salve
por su muerte en Cruz y, una vez resucitado y ascendido a los Cielos, nos envíe
a Dios Espíritu Santo, la Persona-Amor de la Trinidad; debido a esto, a la
condición de Dios de ser Trinidad de Personas y debido a la implicación en
pleno de la Trinidad en nuestra propia salvación, no puedo nunca dirigirme a Dios
sino es a un Dios que conoce y ama en su Trinidad de Personas.
Ahora
bien, la relación con este Dios Trino nos viene a través de Jesucristo, Dios
Hijo encarnado y revelador del Padre y del Hijo, y esto nos lo recuerda también
el Santo Padre, a fin de purificar nuestra fe. El Papa nos dice que nuestra fe
en Dios Trino, que nos salva, comienza con el encuentro personal con la Persona
real de Jesús de Nazaret –“Persona real y no difusa”-, puesto que es Él, y solo
Él, quien nos conduce al Padre en el Espíritu Santo. A su vez, este encuentro
con Jesús, encuentro que transforma radicalmente nuestras vidas porque nos
concede la vida eterna y por su Cruz nos abre el horizonte de eternidad que
estaba cerrado para nosotros, es un don de Dios. Él nos concede el don de la fe
en Jesús, y por Jesús vamos al Padre: “Jesús afirma también que ninguno puede
venir a El ‘si no lo atrae el Padre’”. Estas palabras demuestran que “ir hacia
Jesús, encontrar a Jesús, conocer a Jesús es un don” que Dios concede. Ir hacia
Jesús, encontrar a Jesús, conocer a Jesús: esta es nuestra fe, la fe en una
Persona real, Jesús de Nazaret, Hombre-Dios. Y se trata de ir hacia Jesús,
encontrar a Jesús, conocer a Jesús, para ser atraídos al Padre -porque nadie va al Padre sino es por Jesús-
para amarlo en el Espíritu Santo. Esta es nuestra fe, la fe en un Dios Uno y
Trino, empeñado en salvarnos, que ha adquirido un rostro en Jesús de Nazaret,
que viene a nuestro encuentro como niño, como crucificado, como resucitado y glorioso,
surgiendo triunfante del sepulcro el Domingo de Resurrección, y también viene a
nuestro encuentro, resucitado y glorioso, en la Eucaristía.
Finalmente,
no es indiferente creer en un “dios-spray” o en un Dios Uno y Trino. Quien cree
en un “dios-spray”, difuso, impersonal, que es mera energía cósmica que anda
dispersa por el universo, no recibirá nunca ni el perdón, ni el amor ni la
misericordia que solo están en Dios Trino. Por el contrario, quien cree en Dios
Uno y Trino y en Jesús Hombre-Dios, y recibe con fe y amor a ese Dios que viene
crucificado en la Cruz y glorioso en la Eucaristía, recibe el perdón, el Amor y
la misericordia de Dios Trino, todo lo cual es el fundamento para la verdadera
y plena alegría, la alegría del Ser divino trinitario. En definitiva, ¿en qué
Dios creo? En un Dios que me da la vida eterna y con la vida eterna me da su
alegría.
Esto
es lo que nos quiere decir el Santo Padre Francisco cuando comenta el pasaje de
la conversión del funcionario de la reina de Etiopía: “Quien tiene fe tiene la
vida eterna, tiene la vida. Pero la fe es un don, es el Padre que nos la da.
Nosotros debemos continuar este camino. Pero si caminamos en este camino,
siempre con nuestras cosas –porque pecadores somos todos y siempre tenemos
cosas que no van aunque el Señor nos perdona si le pedimos perdón […]- nos
sucederá lo mismo que a aquel ministro de economía que, después de haber
descubierto la fe en Cristo Jesús, lleno de alegría proseguía su camino”. Quien
cree en Dios Uno y Trino, aun cuando sufra la prueba de grandes tribulaciones,
caminará su vida terrena cargando la cruz con alegría, porque sabe que al final
del camino lo esperan Tres Personas para darle su Amor para toda la eternidad: Dios Padre, Dios Hijo y
Dios Espíritu Santo.
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