“Los
dos no serán sino una sola carne” (Mc
10, 1-12). Jesús presenta a la indisolubilidad del matrimonio sacramental como
su característica principal: al unirse sacramentalmente, el varón y la mujer
forman “una sola carne”. Para entenderlo, podemos tomar la siguiente figura:
así como a un cuerpo –es decir, la “sola carne” formada por la unión
sacramental- no se lo puede dividir en dos partes y pretender que el cuerpo
sigua vivo, así tampoco al matrimonio sacramental. Es decir, los esposos unidos
en matrimonio sacramental y que pretenden divorciarse, serían el equivalente a
una persona que pretendiera seguir caminando y viviendo, luego de ser cortado
su cuerpo al medio en dos partes independientes. Y también, una relación de
adulterio, sería como si a esa persona, partida en dos, se le agregara, a una
de sus mitades, una mitad correspondiente a otra persona.
Ahora
bien, el fundamento de la indisolubilidad del matrimonio sacramental y la
condena y pecaminosidad del adulterio, no se fundan en razonamientos humanos,
ni en la decisión de la conciencia del hombre: se fundan en la unión
indisoluble, casta, pura y fiel, entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. Es decir,
todo matrimonio sacramental obtiene sus notas fundamentales por el hecho de
estar injertado en la Alianza esponsal, mística, sobrenatural, entre Cristo
Esposo y la Iglesia Esposa. Las características de esta unión esponsal son
participadas y deben ser hechas visibles a través de los esposos humanos unidos
en matrimonio sacramental. “Separar lo que Dios ha unido” –divorcio- o “unir lo
que Dios no une” –adulterio- significa, para el hombre, colocarse él y su
conciencia por encima del mismo Dios, de sus Mandamientos y del Magisterio de
su Iglesia, expresión fiel de su Palabra revelada en Cristo Jesús.
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