viernes, 17 de febrero de 2017

“El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”


“El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mc 8, 34-38.9, 1). Jesús da las condiciones para su seguimiento: querer seguirlo, renunciar a sí mismo y cargar la cruz propia. Si no se cumplen estos requisitos, no se puede ser discípulo suyo. ¿Qué significan cada uno de los requisitos, indispensables para ser verdaderamente “cristianos”, es decir, discípulos de Jesús?
El primero es “querer”, ya que Jesús dice: “el que quiera seguirme”; esto significa que si bien es Jesús el que nos llama, la respuesta a su llamado, que es personal, es también personal, es decir, es libre. Jesús dice: “el que quiera seguirme”; no obliga a nadie, porque nadie entrará en el Reino de los cielos “obligado”; quien lo haga, será porque libremente habrá decidido seguir a Jesucristo y esto en razón de la libertad del hombre, que es aquello que constituye su imagen y semejanza con Dios-, y también por el respeto que Dios tiene a la libre decisión del hombre. Es decir, Dios respeta en tal grado la libertad del hombre de querer seguirlo o no, que aquello que el hombre decida, eso acepta el mismo Dios. En otras palabras, Dios da la gracia de querer seguirlo, pero el hombre tiene en sus manos, por así decirlo, la decisión libre y final de querer seguirlo o no. De esto se sigue que, por un lado, nadie entrará obligado en el Reino de los cielos, sino de forma voluntaria; por otro lado, nadie entrará injustamente, viendo atropellada su libre decisión de no querer seguirlo, en el Infierno: quien no quiera seguirlo, indefectiblemente irá al Infierno, pero no porque Dios “lo condene”, sino porque el hombre libremente eligió no querer seguirlo. El Infierno se presenta, así, como una muestra del máximo respeto que Dios tiene de la libertad humana, porque quien se condena, lo hace por la libre decisión de no querer seguirlo: “El infierno consiste en la condenación eterna de quienes, por libre elección, mueren en pecado mortal[1].
El otro requisito para ser discípulos de Jesús es la “renuncia a sí mismo”, lo cual implica tener en cuenta que nuestro ser está afectado por el pecado original, que hace difícil el acceso a la Verdad por parte de la mente, y el obrar el Bien, por parte de la voluntad, además de provocar un grave desorden en las pasiones, en los sentimientos y en los sentimientos. Es decir, por el pecado original, estamos condicionados por la concupiscencia de la carne y de la vida, porque por el pecado el hombre ha sido invertido y en vez de ser la razón la que guíe la voluntad y esta domine las pasiones, son estas, las pasiones desordenadas, las que dominan la voluntad y ofuscan la razón. La negación de sí mismo significa tener en cuenta esta situación “original” y luchar, con la ascesis, la oración y la gracia de los sacramentos, contra nuestra tendencia al mal: “No hago el bien que quiero, sino que hago el mal que no quiero” (cfr. Rom 7, 19).
El último requisito para ser discípulos de Jesús es el de “cargar la cruz” propia, porque si el Hijo de Dios, siendo Inocente, cargó la cruz camino del Calvario, nadie puede ser discípulo de Cristo si no lo imita en su Pasión, en el cargar la cruz. Es decir, si Jesús, siendo Inocente, pasó de esta vida al Padre por la cruz, todo discípulo que se precie de serlo, debe también cargar la cruz, único camino para llegar al Reino de Dios.



[1] Catecismo de la Iglesia Católica, Compendio, 212.

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