“El
que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz
y me siga” (Mc 8, 34-38.9, 1). Jesús da
las condiciones para su seguimiento: querer seguirlo, renunciar a sí mismo y
cargar la cruz propia. Si no se cumplen estos requisitos, no se puede ser
discípulo suyo. ¿Qué significan cada uno de los requisitos, indispensables para
ser verdaderamente “cristianos”, es decir, discípulos de Jesús?
El
primero es “querer”, ya que Jesús dice: “el que quiera seguirme”; esto significa que si bien es Jesús el que nos llama,
la respuesta a su llamado, que es personal, es también personal, es decir, es
libre. Jesús dice: “el que quiera
seguirme”; no obliga a nadie, porque nadie entrará en el Reino de los cielos “obligado”;
quien lo haga, será porque libremente habrá decidido seguir a Jesucristo y esto
en razón de la libertad del hombre, que es aquello que constituye su imagen y
semejanza con Dios-, y también por el respeto que Dios tiene a la libre
decisión del hombre. Es decir, Dios respeta en tal grado la libertad del hombre
de querer seguirlo o no, que aquello que el hombre decida, eso acepta el mismo
Dios. En otras palabras, Dios da la gracia de querer seguirlo, pero el hombre
tiene en sus manos, por así decirlo, la decisión libre y final de querer
seguirlo o no. De esto se sigue que, por un lado, nadie entrará obligado en el
Reino de los cielos, sino de forma voluntaria; por otro lado, nadie entrará
injustamente, viendo atropellada su libre decisión de no querer seguirlo, en el
Infierno: quien no quiera seguirlo, indefectiblemente irá al Infierno, pero no
porque Dios “lo condene”, sino porque el hombre libremente eligió no querer
seguirlo. El Infierno se presenta, así, como una muestra del máximo respeto que
Dios tiene de la libertad humana, porque quien se condena, lo hace por la libre
decisión de no querer seguirlo: “El infierno consiste en la condenación eterna
de quienes, por libre elección,
mueren en pecado mortal[1].
El
otro requisito para ser discípulos de Jesús es la “renuncia a sí mismo”, lo
cual implica tener en cuenta que nuestro ser está afectado por el pecado
original, que hace difícil el acceso a la Verdad por parte de la mente, y el
obrar el Bien, por parte de la voluntad, además de provocar un grave desorden
en las pasiones, en los sentimientos y en los sentimientos. Es decir, por el
pecado original, estamos condicionados por la concupiscencia de la carne y de
la vida, porque por el pecado el hombre ha sido invertido y en vez de ser la
razón la que guíe la voluntad y esta domine las pasiones, son estas, las
pasiones desordenadas, las que dominan la voluntad y ofuscan la razón. La negación
de sí mismo significa tener en cuenta esta situación “original” y luchar, con
la ascesis, la oración y la gracia de los sacramentos, contra nuestra tendencia
al mal: “No hago el bien que quiero, sino que hago el mal que no quiero” (cfr. Rom 7, 19).
El
último requisito para ser discípulos de Jesús es el de “cargar la cruz” propia,
porque si el Hijo de Dios, siendo Inocente, cargó la cruz camino del Calvario,
nadie puede ser discípulo de Cristo si no lo imita en su Pasión, en el cargar
la cruz. Es decir, si Jesús, siendo Inocente, pasó de esta vida al Padre por la
cruz, todo discípulo que se precie de serlo, debe también cargar la cruz, único
camino para llegar al Reino de Dios.
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