domingo, 5 de enero de 2020

San Juan describe, en el prólogo de su Evangelio, al Niño Dios


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(Domingo II - TN - Ciclo A - 2019 – 2020)

         “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios Juan” (Jn 1, 1-18). ¿Por qué la Iglesia establece, para el Segundo Domingo después de Navidad, en tiempo de Navidad, que la lectura del Evangelio corresponda al inicio del Evangelio de San Juan? Porque San Juan describe, en el prólogo de su Evangelio, al Niño Dios. Antes de continuar con esta idea, hagamos un breve paréntesis: el Evangelista Juan es retratado con la figura de un águila por lo elevado de su teología: así como el águila, con los ojos fijos mirando al sol, toma vuelo y se eleva majestuosa a los cielos, así el Evangelista Juan, llevado por las alas de la gracia, se eleva hacia lo sobrenatural, hacia el cielo, para contemplar con los ojos del espíritu al Sol de justicia, Cristo Jesús, el Verbo del Padre. Y de la misma manera a como el águila, cuando está en lo alto, ve desde las alturas con su vista magnífica al cordero que está en la llanura, así también el Evangelista Juan, desde las alturas de la contemplación del Verbo, ve hacia la tierra cómo el Verbo, el Cordero de Dios, se encarna. Retomando entonces la idea del porqué de la inserción del principio del Evangelio de Juan, esto se explica porque Juan, en su Evangelio, en el Prólogo, cuando describe al Verbo de Dios junto al Padre y luego encarnado, está describiendo al Niño del Pesebre de Belén, que es el Verbo de Dios, que está junto al Padre y que se encarna.
         Cuando Juan dice que “el Verbo era Dios (que), Él estaba en el principio junto a Dios”, que el Verbo “era la vida y la luz de los hombres”, está diciendo que el Niño de Belén es Dios, el Hijo de Dios, que desde la eternidad está junto a Dios y que Él, en cuanto Dios, es la vida y la luz de los hombres, porque es la Vida Increada, Fuente de toda vida creada y es la Luz Eterna e Inaccesible, Fuente de toda luz participada. Juan dice también en su Evangelio: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” y así está describiendo perfectamente al Niño Dios, porque el Niño Dios es Dios Hijo, el Verbo de Dios, que se encarnó y habitó entre nosotros, apareciéndosenos en forma de niño humano. Luego dice que “hemos visto la gloria (del Verbo)”, que es “gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad”: esto quiere decir que Juan contempla al Niño Dios en el Pesebre y en Él contempla la gloria de Dios, que antes era inaccesible a los hombres y ahora se ha hecho accesible y visible en la carne del Niño de Belén.
Por último, Juan dice algo que tiene suma importancia para todos los católicos y también para toda la humanidad: quienes no reciben al Niño Dios, el Verbo de Dios hecho carne, permanecen en las tinieblas del pecado, del demonio y de la muerte: “la luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no lo reconocieron”; en cambio, al que lo recibe, a ése lo convierte en hijo adoptivo de Dios y en heredero del cielo: “A cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su Nombre”.
         “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios”. Al contemplar el Pesebre de Belén, recordemos que el Evangelio de Juan describe al Niño Dios, Verbo Encarnado y dejémonos alumbrar por su luz eterna y recibamos del Niño Dios su vida, que es la vida divina de Dios Uno y Trino.

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