miércoles, 1 de enero de 2020

Feria de Navidad 2020 3 030120



          Al considerar el Nacimiento de Belén y sus circunstancias, algo que llama inmediatamente la atención es la pequeñez, al menos aparente, del acontecimiento, según es narrado en ese libro de historia religiosa que es la Biblia. Desde el punto de vista humano, no se trata de un hecho significativo, grandioso, monumental, o trascendental, tal como sucedió, por ejemplo, en grandes batallas en donde intervinieron miles de soldados y se decidió la historia de esos pueblos en el porvenir inmediato; tampoco es un acontecimiento grandioso, como la conquista de un país o de una gran ciudad, ni un hecho como el nacimiento, apogeo o decadencia de un imperio.
          Todavía, más, podríamos preguntarnos, estrictamente desde el punto de vista histórico la razón y el por qué, al ser un hecho tan insignificante desde el punto de vista humano, figura en un libro de historia religiosa, cuando contemporáneamente había, siempre desde el punto de vista humano, eventos más importantes o trascendentes, como la presencia del imperio romano en Palestina y sus operaciones.
          Cuando se consideran las cosas desde este punto de vista, no parece tener sentido que los autores sagrados dejen de lado eventos relacionados con el imperio, para fijar su atención en un matrimonio hebreo pobre en el que la madre, que está a punto de dar a luz, debe recurrir a un refugio de animales al no encontrar sitio en una posada. Es decir, no se justifica, desde el punto de vista humano, la detención de la narración en un hecho que humanamente es insignificante, cuando se tienen en cuenta otros factores como el mencionado imperio romano.
          En otras palabras, los escritores evangélicos, si se hubieran dejado llevar por un criterio meramente humano, habrían recogido las crónicas de personajes importantes del imperio, como el emperador romano y sus decisiones sobre Palestina, o habrían escrito acerca de los reyes hebreos de la época, o los acontecimientos históricos del momento, etc.
          Ahora bien, sabemos que todo esto es considerado desde un punto de vista meramente humano, pero cuando se trata del Nacimiento de Belén, no cabe el punto de vista humano sino el divino, puesto que se trata del Nacimiento en el tiempo, en la historia humana, del Hijo de Dios, de la Palabra de Dios eternamente pronunciada. Es esto lo que justifica plenamente que los narradores evangélicos centraran su atención no en eventos geopolíticos del momento ni en personajes importantes en ese momento de la historia, sino en una humilde familia hebrea cuyo primogénito nace en un también humilde portal, refugio de animales. La razón se justifica cuando se observa el Nacimiento desde la óptica divina: el que nace en un pobre portal de Belén no es un niño cualquiera, sino Dios que se hace Niño sin dejar de ser Dios. El que nace es el Emperador Victorioso que triunfa en la Cruz sobre los grandes enemigos de la humanidad, el Demonio, el Pecado y la Muerte. La narración del Nacimiento se justifica porque es un evento que marca la historia de la humanidad en un antes y un después y fija el destino eterno de todo hombre en relación al Niño que nace en Belén: quien lo reconoce como Dios se salva, quien no lo reconoce, se condena y esto por la eternidad.
          Por esto, está más que justificado que los evangelistas centren su atención en algo que es humanamente tan pequeño, pero que es tan trascendental para la humanidad entera, tal como lo es el Nacimiento del Niño Dios en Belén. Se puede decir, con toda razón, que el Nacimiento de Belén es el centro del universo visible y también del invisible, pues el Niño que nace es el Rey de hombres y también de los ángeles. Lo que captura la atención de los evangelistas es el Niño de Belén, Dios Hijo hecho Niño sin dejar de ser Dios. Belén se convierte, por el Nacimiento, en el centro del universo visible e invisible y en el centro de la historia humana y de todo hombre. Al contemplar la escena del Pesebre de Belén, no dejemos de considerar lo que consideraron los evangelistas –y ésa es la razón del porqué escribieron acerca de este evento-: el Niño del Pesebre es Dios Hijo en Persona, que viene a nuestro mundo como un Niño, pero es Dios omnipotente y omnisciente.
          Entonces, si los planetas giran alrededor del sol, todo el universo visible e invisible –los planetas, las estrellas, el sol, la tierra, los ángeles- gira en torno al Niño del Pesebre, Dios Hijo encarnado y esto es lo que justifica su narración en un libro de historia sagrada como lo es la Biblia.


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