“Algunas
mujeres acompañaban a Jesús y lo ayudaban” (Lc
8, 1-3). El Evangelio revela, en una sola afirmación, cuán grande es, desde el
inicio mismo de la religión católica, el respeto que la Iglesia Católica ha
profesado desde siempre a la mujer. Contrariamente a lo que afirman los
movimientos feministas, abortistas y contrarios a la vida, la Iglesia Católica
ha considerado desde siempre a la mujer con una dignidad similar a la del
varón, tal como lo demuestra este Evangelio. Las mujeres, dice el relato
evangélico, “acompañaban y ayudaban” a Jesús y esto significa que ambas cosas
las hacían voluntariamente y si lo hacían voluntariamente, era porque nadie las
obligaba y porque se sentían seguras en el entorno de los discípulos de Jesús.
Si el ambiente de los discípulos de Jesús hubiera sido hostil contra las
mujeres, éstas no habrían “acompañado y ayudado” de ninguna manera a Jesús.
Que
la Iglesia Católica haya considerado a la mujer en dignidad igual a la del
varón, se ve en las grandes mujeres santas que ha dado la Iglesia Católica,
desde el inicio de la Cristiandad, hasta ahora. Baste pensar con María
Magdalena, con las Santas Mujeres de Jerusalén, que acompañaron a Jesús en su
Camino de la Cruz, el Via Crucis, hasta mujeres de nuestros tiempos, como las
santas que ofrecieron sus vidas, para dejar vivir a los hijos que llevaban en
su seno materno, antes que cometer aborto. Pero la Mujer que más sobresale,
entre todas las mujeres y también entre todos los varones, es sin dudas la
Madre de Dios, María Santísima, Virgen y Madre, la cual, al ser concebida sin
mancha del pecado original y Llena de gracia, cumple a la perfección el ser
femenino en sus dos vocaciones, la consagrada –al ser Virgen- y la materna –al ser
Madre de Dios-. Y es por esto que la Virgen, siendo mujer, es considerada, por
su santidad, inmensamente por encima de todas las mujeres y de todos los
hombres de todos los tiempos, además de estar por encima de todos los ángeles y
de tal manera, que la Virgen sólo es superada, por así decirlo, en santidad,
por su Hijo Jesús, por el solo hecho de ser Jesús la Santidad Increada en Sí
misma. Por todas estas razones, nadie puede decir, sin faltar a la verdad, que
la Iglesia no ha respetado ni tenido en valor y consideración a la mujer.
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