“No
ha nacido uno más grande que Juan el Bautista, aunque el más pequeño en el
Reino de los cielos, es más grande que
él” (Mt 11, 11-15). Juan el Bautista
recibe un gran elogio, nada menos que por el mismo Hombre-Dios en Persona. Ahora
bien, en el elogio, hay también una frase de Jesús que separa al Antiguo
Testamento –representado por el Bautista- del Nuevo Testamento –encarnado, obviamente,
por Jesús- y la distinción es la siguiente: cuando Jesús dice que “No ha nacido
uno más grande que Juan el Bautista”, se refiere a la bondad natural con el que
Dios ha creado al hombre, a pesar del pecado original, todavía conserva; es a
esta bondad natural a la que el Bautista hace referencia, pidiendo que los
corazones se aparten de lo malo y elijan lo que es bueno, como paso previo para
la conversión del corazón, necesaria a su vez para la acción de la gracia
santificante; en este sentido, es verdad lo que dice Jesús, en cuanto a que “no
ha nacido uno más grande que Juan el Bautista”, porque el Bautista hace un
llamado a esa parte del corazón humano que conserva su humanidad,
paradójicamente, en el sentido de que, a pesar del pecado original, todavía puede
el hombre hacer el bien; a pesar del pecado original, todavía el hombre puede
ser humano, puede ser bondadoso, puede desear y hacer el bien. Pero en la frase
subsiguiente, Jesús hace la distinción entre el llamado a la bondad natural que
predica el Bautista, con el llamado a la santidad que Él viene a traer: cuando
Jesús dice “aunque el más pequeño en el Reino de los cielos, es más grande que él”,
lo dice porque así explicita la superioridad de la gracia santificante, que proviene
del Ser divino trinitario, que más que hacer “bueno” al hombre, lo hace “santo”,
lo cual es ser bueno con la Bondad divina y no con la simple bondad humana. Porque
la gracia santificante o bondad divina es infinitamente más grande que la
bondad meramente humana, todo aquel que posea el más mínimo grado de gracia en
la tierra, o de gloria en el cielo, como por ejemplo, el más “pequeño”, por así
decir, de los santos, esos, son más grandes que el Bautista. Así, Jesús deja
establecida la superioridad de la gracia santificante, por encima de la bondad
humana. Entonces, el Bautista proclama la vuelta del corazón a la bondad
primigenia con la que Dios creó al hombre, pero a partir de Cristo, esa bondad
no basta, sino que para entrar en el Reino de los cielos, es necesaria la
gracia santificante, la cual es concedida gratuitamente al alma, por los
méritos de Cristo en la cruz, a través de los Sacramentos de la Iglesia.
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