“El
que no lleva su cruz detrás de Mí, no puede ser discípulo mío” (Lc 14, 25-33). En este Evangelio, Jesús plantea el seguimiento de Él, para lo cual hay que llevar la cruz de cada día. Ahora bien, es una realidad que, en la vida de todos los días, la inmensa mayoría de los seres humanos -principalmente los católicos-, no lo siguen a Jesús, aún cuando Jesús es Dios y en vez de seguir a Jesús, prefieren seguir, no a Dios, sino a otros seres humanos, como por ejemplo, a deportistas, cantantes, artistas, y sobre todo a los
políticos, quienes les prometen todo tipo de prebendas a cambio de votos. Para seguir
al político de turno, la persona debe renunciar a muchas cosas a las que está
aferrado -como por ejemplo, su tiempo, su familia y muchas otras cosas más-, de lo contrario, no podrá seguirlo. Ahora bien, el seguimiento de un
ser humano por parte de otro, no tiene mayor sentido, pues el ser humano sólo
puede dar, en el mejor de los casos, dádivas y prebendas que no tienen ningún
valor trascendental. Si para seguir a un político, se debe renunciar a muchas
cosas de la vida cotidiana y sólo para obtener una prebenda de escaso o nulo
valor, el hombre debe plantearse seriamente si vale la pena este seguimiento.
Un
caso muy distinto es el seguimiento de Jesús: Jesús no nos promete prebendas
mundanas si alguien lo sigue: nos promete nada menos que la vida eterna en el
Reino de los cielos, lo cual quiere decir un estado de alegría, de felicidad,
de bienaventuranza, de gozo, inimaginables y además interminables, pues durarán
para siempre, por toda la eternidad. En el caso de Jesús, para su seguimiento,
lo que hace falta es “cargar la cruz” y “seguir detrás de Él”, porque es Él
quien, con la cruz a cuestas, encabeza la marcha. ¿Hacia dónde va Jesús con la
cruz? Va hacia el Calvario, para allí subir a la cruz y morir a la vida
terrena, para luego resucitar glorificado y así ascender a los cielos. Es esto lo
que nos promete Jesús, si lo seguimos por el Via Crucis, por el Camino Real de la Cruz: el ingreso en el Reino
de los cielos. No vale la pena seguir a un simple ser humano, que solo podrá
dar, en el mejor de los casos, una prebenda de mayor o menor valor pero que,
siempre, será inútil para el Reino de los cielos. Sí conviene, por el
contrario, seguir a Nuestro Señor Jesucristo, cargando la cruz de cada día,
para así, subiendo con Él al Calvario, muriendo al hombre viejo, seamos
recibidos, por la Misericordia Divina, en el Reino de los cielos.
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