lunes, 29 de abril de 2019

“Soy Yo, no temáis”



“Soy Yo, no temáis” (Jn 6, 16-21). Jesús se acerca a los discípulos caminando sobre las aguas y, ante el temor que estos expresan al verlo, les dice, calmándolos: “Soy Yo, no temáis”. El temor de los discípulos está justificado hasta cierto punto: era de noche de particular oscuridad -noche cerrada dice el Evangelio-, había empezado a soplar viento y el mar comenzaba a encresparse. Además, al ser de noche, no podían ver bien, por lo que es muy posible que no reconocieran a Jesús por el hecho de la oscuridad, lo cual, sumado al modo extraordinario de aparecer de Jesús, caminando sobre las aguas, les conduce a pensar que se trata de un fantasma y, en consecuencia, tienen miedo. Es decir, todo se suma para que los discípulos tengan miedo: es de noche cerrada, no reconocen a Jesús, sino que ven su silueta y lo confunden con un fantasma, el viento empieza a soplar y el mar comienza a encresparse. Estaban dadas todas las condiciones para que los apóstoles tuvieran miedo -estaban verdaderamente en peligro- y es eso lo que les pasó. Luego de llegar cerca de la barca, Jesús les dice que es Él y la barca toca inmediatamente la orilla, con lo cual todo el peligro desaparece. Lo que resulta llamativo -y es un indicador de la divinidad de Jesús- es el modo en que Jesús se presenta: les dice “Soy Yo”, es decir, utiliza el nombre con el que los judíos conocían a Dios: “Yo Soy”. Con esto, Jesús se auto-proclama como Dios y es esto lo que tranquiliza a los discípulos: no el mero hecho de la aparición física de Jesús, sino el hecho de que quien les habla es Dios encarnado, el Dios al cual sus padres rezaban como el “Yo Soy” y ahora se les aparece en Persona, encarnado en Jesús de Nazareth. Apenas Jesús dice “Yo Soy”, todo el peligro desaparece, porque la barca, dice el Evangelio, “tocó la orilla”.
“Soy Yo, no teman”. Puede sucedernos a nosotros lo mismo que a los discípulos, en el sentido de vivir tiempos que provocan temor: la apostasía generalizada y el ateísmo más la proliferación del ocultismo y satanismo, hacen que estemos viviendo en una noche espiritual sin precedentes en la humanidad; el viento que sopla simboliza la acción del demonio en la historia de los hombres y sobre todo en la Iglesia, a la cual quiere hacer zozobrar; el mar encrespado es la historia humana vivida en la violencia, fruto de la ausencia de Dios y su paz en los corazones. Es decir, vivimos en tiempos en que, también para nosotros, se dan todas las condiciones para que, razonablemente, tengamos un cierto temor. Sin embargo, al igual que les ocurrió a los discípulos, a quienes Jesús se les apareció de modo extraordinario y los calmó diciéndoles que Él era Dios –“Soy Yo, no temáis”-, también a nosotros Jesús se nos aparece, de modo extraordinario, en la Eucaristía y desde la Eucaristía nos tranquiliza y nos da la paz de Dios al decirnos: “Soy Yo, vuestro Dios, en la Eucaristía. No tengáis miedo de nada ni de nadie, pues Yo estoy con vosotros y estaré con vosotros hasta el fin del mundo”.

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