“Yo
soy el pan de vida” (Jn 6,
35-40). Si alguien escucha a Jesús con fe racionalista y no sobrenatural, puede
estar pensando que Jesús habla de Sí mismo como “Pan de Vida” haciendo una
metáfora, como si Él fuera un “pan” en el sentido de la mansedumbre que evoca
el pan y como si la “vida” que Él da con sus enseñanzas, fueran el alimento
para una vida nueva, en el sentido moral, puesto que Él predica una nueva
religión, una nueva espiritualidad y por lo tanto una nueva moral. Sin embargo,
escuchar las afirmaciones de Jesús respecto de Sí mismo como “Pan de Vida” con
una fe racionalista, que quite todo elemento sobrenatural, es limitar el alcance
de sus palabras al estrechísimo campo de lo que la razón humana puede entender.
Cuando
Jesús dice de Sí mismo “Yo Soy el Pan de Vida”, está diciendo, por un lado, que
es Dios, puesto que se adjudica el nombre propio de Dios, “Yo Soy”, nombre con
el que los judíos conocían a Dios y por lo tanto, declara ser Él en Persona el
Dios en el que los judíos creían y al cual adoraban. Por otra parte, cuando
dice que es el “Pan de Vida”, con “Pan”, se está refiriendo a su Cuerpo y a su
Sangre, como lo dejará establecido en la Última Cena y con “Vida”, hace
referencia a la Vida eterna, a la vida absolutamente divina del Ser divino
trinitario, porque también dice que quien coma de este Pan, “no morirá jamás”, “jamás
tendrá hambre”, “jamás tendrá sed” y esto no puede referirse de modo alguno al
pan material el cual, luego de ser ingerido y al cabo de poco tiempo, deja de
saciar al cuerpo y el cuerpo vuelve a sentir hambre y sed.
“Yo
soy el pan de vida”. Quien come pan terreno, material, el pan de mesa
cotidiano, solo alimenta su cuerpo y al tiempo, vuelve a tener hambre y,
pasados sus días en la tierra, muere indefectiblemente; quien se alimenta del
Pan de Vida eterna, el Cuerpo y la Sangre de Jesús en la Eucaristía, alimenta
su espíritu con la substancia divina del Ser divino trinitario y jamás vuelve a
sentir hambre ni sed de Dios, porque estas quedan extracolmadas con el Cuerpo y
la Sangre del Cordero; además, el que se alimenta de la Eucaristía, no morirá
jamás, porque aunque muera a la vida terrena y temporal, al recibir en esta
vida el germen de vida eterna en el Pan Eucarístico, será resucitado para la
gloria por Jesús en el momento de pasar de esta vida a la otra.
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