lunes, 13 de abril de 2020

Viernes de la Octava de Pascua



(Ciclo A – 2020)

         “¡Es el Señor!” (Jn 21, 1-14). Jesús resucitado se aparece a Pedro y a algunos de los discípulos “junto al lago de Tiberíades” en horas del amanecer. En esta aparición obrará la segunda pesca milagrosa, similar a la primera, pero la diferencia es que ahora Jesús está resucitado.
          Tal como había sucedido con la primera pesca milagrosa, que había sido precedida por una pesca infructuosa, aquí se vuelve a repetir la misma escena: Pedro y los discípulos habían estado pescando toda la noche, pero sin resultados y recién después de que Jesús les ordena dónde sacar peces, es que obtienen una pesca abundante.
          La escena tiene un significado sobrenatural, el cual se obtiene reemplazando lo natural por lo sobrenatural: así, la Iglesia es la Barca de Pedro; Pedro es el Papa, el Vicario de Cristo en la tierra; el mar es la historia de los hombres y el mundo en el que éstos viven; los peces son los hombres; la pesca sin frutos, realizada por Pedro y los discípulos durante la noche, significan el trabajo realizado por cierta parte de la Iglesia, trabajo que es loable por el empeño apostólico pero que es infructuoso porque le falta la oración y la contemplación, por medio de las cuales se obtiene la dirección de Cristo Jesús; la pesca infructuosa representa también al alma que piensa que todo depende de su esfuerzo y por lo tanto no confía en la gracia de Dios ni en la acción de Jesús, es decir, es el esfuerzo humano que no cuenta con el obrar de la gracia santificante. De modo opuesto a este activismo sin frutos, la pesca milagrosa, realizada bajo la guía y mandato de Jesús resucitado, es una representación de aquellos que obran en la Iglesia buscando la salvación de las almas, pero que tienen bien presentes las palabras de Jesús: “Sin Mí, nada podéis hacer” y es así que el trabajo apostólico está precedido y acompañado por la oración, la contemplación y la acción de los sacramentos.
             Quienes así obran, reconocen el accionar milagroso de Jesús en las almas y es por eso que exclaman, como Juan: “¡Es el Señor!” cuando ven los frutos de su obrar apostólico. 


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