jueves, 6 de septiembre de 2012

Jesús increpaba a los demonios y no los dejaba hablar



“Jesús increpaba a los demonios y no los dejaba hablar” (Lc 4, 38-44). En este episodio del Evangelio, Jesús cura a diversos enfermos, entre ellos a la suegra de Pedro, y expulsa a demonios, muchos de los cuales salen de los mismos enfermos.
Una primera observación que se desprende del relato evangélico es la distinción entre enfermos y enfermos-poseídos: hay enfermos que son curados de su enfermedad, mientras que otros, además, reciben la liberación espiritual, al ser liberados de la posesión demoníaca: “De muchos (enfermos) salían demonios”.
No es casualidad que el evangelista que hace esta distinción entre enfermos y enfermos-poseídos sea Lucas: él es médico, y conoce muy bien la diferencia que hay entre una simple enfermedad y una enfermedad asociada a una posesión demoníaca.
En el episodio del Evangelio queda claro, por lo tanto, que no solo hay una verdadera distinción entre enfermedad –corporal, mental-, posesión diabólica y enfermedad más posesión diabólica, sino que el demonio existe y busca dañar al hombre.
El demonio es un ser real, una entidad maligna, un ser angélico, una persona angélica, que por libre elección decidió rechazar el servicio y la adoración de Dios Trino, para lo que había sido creado, para perversamente adorarse a sí mismo. Con esta decisión, el demonio, y todos los ángeles apóstatas que lo siguieron, que libremente se convirtieron de ángeles de luz, en ángeles de oscuridad, perdieron para siempre la capacidad de amar, con lo cual se hicieron indignos de estar en los cielos, delante de un Dios que es Amor infinito.
Por lo tanto, el demonio sólo tiene capacidad para odiar, con un odio que supera todo lo que el hombre pueda imaginar, y debido a que no puede nada contra Dios, descarga todo su odio y toda su perversa inteligencia, contra el hombre, que es la imagen viviente de Dios.
Es así como el demonio busca la perdición eterna del hombre, engañándolo, y atrayéndolo hacia los placeres terrenos; persigue la exaltación de los sentidos, que el hombre se aturda con la televisión e internet, con la música estridente e indecente; con los espectáculos deportivos, con el cine, con la moda, con cualquier cosa, con tal de que el hombre se olvide de Dios y de que tiene un alma para salvar. Y en nuestros días, lo está consiguiendo con un éxito rotundo, vista la ausencia masiva de fieles católicos a la Iglesia, sobre todo a la Santa Misa dominical, y vista también la ausencia de presencia católica verdadera y eficaz en los medios de comunicación, en la cultura, en el deporte, en el cine, o en cualquier actividad humana.
Lamentablemente, muchos dentro de la Iglesia, niegan la existencia del demonio, y combaten e increpan a aquellos que denuncian su existencia, su presencia y su obrar, con lo cual, lo único que consiguen, es que la espesa y oscura humareda infernal que ha entrado en la Iglesia, como lo decía el Papa Pablo VI, sea cada vez más y más densa y oscura.

2 comentarios:

  1. Como sabemos, su mejor arma es hacernos pensar que no existe! Tristemente hay tantos ciegos y sordos espirituales que aún teniendo las evidencias delante de sus narices se burlan y lo niegan. Si hasta las piedras son más sensibles que algunos de nosotros. Miserere nobis!

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