domingo, 16 de septiembre de 2012

“Señor no soy digno de que entres en mi casa”




“Señor no soy digno de que entres en mi casa” (Lc 7, 1-10). El centurión pide un milagro a Jesús, pero se considera indigno de que Jesús entre en su casa. La muestra de humildad agrada a Jesús, y le dedica un elogio: “No he encontrado a nadie con más fe en Israel”.
La humildad del centurión es tan valiosa y ejemplar, que la Iglesia toma sus palabras para aplicarla al momento antes de la comunión sacramental de los fieles, con la esperanza de que cada fiel la incorpore para sí en el momento de la comunión.
La humildad, junto a la caridad, es lo que más asemeja al Sagrado Corazón de Jesús, “manso y humilde”, puesto que son las virtudes, junto con la pureza y la inocencia, que mejor reflejan el Ser divino trinitario.
En otras palabras, cuando más humilde, caritativa y pacífica sea un alma, tanto más reflejará la humildad, la caridad y la mansedumbre del Ser divino, y tanto más se asemejará a Él.
Ahora bien, para que esta declaración de humildad sea causa efectiva de crecimiento espiritual, el cristiano tiene que estar convencido de que su alma es un lugar "sórdido y oscuro", como lo dice la liturgia oriental, refiriéndose a la persona que está por comulgar, y debe estar convencido de que ese lugar "sórdido y oscuro" es él mismo, y no el prójimo que tiene al lado.
“Señor no soy digno de que entres en mi casa”. No sólo con los labios, sino además, y ante todo, con el corazón contrito, cada cristiano que se acerca a comulgar, debe elevar esta plegaria a Jesús Sacramentado, para que al ingresar a esa casa que es el alma, pueda derramar los innumerables dones y gracias que trae consigo en cada comunión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario