(Domingo XXV – TO – Ciclo B – 2012)
“El que
quiera ser el primero, que sea el servidor de todos” (Mc 9, 30-37). La enseñanza de Jesús contrarresta radicalmente la
soberbia del espíritu humano -y del cristiano-, que pretende ser el centro del universo.
Parecería una contradicción, que aquel que quiera destacarse, es decir, ser el
primero, se haga el último, es decir, el servidor de todos. Sin embargo, no es una
contradicción, ya que a los ojos de Dios, las cosas son distintas a como la
vemos los humanos y, sobre todo, a como vemos los cristianos, porque este
Evangelio se dirige, ante todo, a aquellos que tienen sed de poder, de
reconocimiento y de fama, en la misma Iglesia. Las cosas en la Iglesia no son como en el
mundo, y los que nos enseñan, con su ejemplo de vida, cómo quiere Dios que
obremos, son Jesús y la
Virgen.
Jesús
mismo da ejemplo de cómo, siendo Él el Primero, ya que es el Nuevo Adán, en
quien se origina una nueva raza humana, la raza de los hijos de Dios, es el
último, puesto que muere en la
Cruz, de una muerte humillante y dolorosísima, como si fuera
un malhechor.
También la Virgen nos da ejemplo, ya
que Ella, siendo la Primera
entre todas las criaturas, entre todos los ángeles y entre todos los hombres,
por el hecho de haber sido concebido sin mancha de pecado original, por ser la Inmaculada Concepción,
y por ser la Llena
de gracia, al estar inhabitada desde el primer instante de su Concepción, por
el Espíritu Santo, se llama a sí misma “Esclava” del Señor, tal como responde
al anuncio del ángel: “He aquí la esclava del Señor”.
Por lo
tanto, si queremos sobresalir en la
Iglesia; si queremos destacarnos en la Iglesia; si queremos,
dando rienda suelta a nuestra sed de ser reconocidos y alabados por todos, tenemos que ser
los últimos, como Jesús en la
Cruz, como la
Virgen en su humillación ante el anuncio del ángel.
“El que
quiera ser el primero, que sea el servidor de todos”. Jesús no nos está
diciendo que está mal querer ser el primero; no está diciendo que es un pecado
querer destacarse; no está diciendo que Él no aprecia a los que quieran
sobresalir porque hacen bien las cosas: por el contrario, Jesús pide que seamos
los primeros, que nos destaquemos en lo que hacemos, porque todos tendremos que
rendir cuenta de los talentos que hemos recibido, y como nadie puede decir que
no ha recibido talentos, ya que todos han recibido innumerables talentos de
Dios, todos tendrán que responder por los mismos: “Al que más se le dio, más se
le pedirá”.
Jesús entonces no nos
prohíbe querer destacarnos, pero sí nos advierte claramente que, en la Iglesia, las cosas no son
como en el mundo.
En el mundo, el que quiere
sobresalir, no duda en usar las cabezas de sus prójimos como otros tantos
peldaños para ascender; en el mundo, el que quiere ser el primero, no duda en
usar la calumnia, la mentira, la difamación, la denuncia calumniosa, la
falsedad, la hipocresía; en el mundo, el que quiere ser primero, aborrece a su
prójimo si este es un obstáculo para su reconocimiento, y busca por lo tanto
eliminarlo de su vista. Así son las cosas en el mundo, pero no en la Iglesia.
En la Iglesia, el que quiera ser
el primero, tiene que pasar por la humillación de la Cruz, lo cual significa
muchas cosas: significa considerar al prójimo como superior a uno mismo, como
lo pide San Pablo; significa jamás mentir, ni en provecho propio, ni en daño
ajeno; significa alegrarse del bien del prójimo, y no envidiarlo; significa
jamás levantar falso testimonio, aun si de eso se siguieran grandes beneficios
personales; significa pasar por alto los defectos del prójimo; significa
entender que el primer y casi exclusivo servicio que debemos prestar en la Iglesia, es el apostolado
para salvar almas, y que toda otra cosa es pérdida de tiempo; significa estar
dispuestos a dar la vida por el prójimo, sobre todo si este prójimo es un
enemigo; significa emplear al máximo los talentos recibidos, sin esperar
ninguna recompensa ni reconocimientos humanos, sino darse por bien pagados por
el sólo hecho de ser vistos por Dios Padre.
“El que quiera ser el
primero, que sea el servidor de todos”. Ser el primero, en la Iglesia, quiere decir ser
el último, el servidor de todos, recordando las palabras de Jesús: “No he
venido a ser servido, sino a servir”, y Él es quien nos sirve el Banquete
celestial, la Santa Misa,
dándonos a comer de su propio Cuerpo, y dándonos a beber de su propia Sangre.
Muchos cristianos creen que
en la Iglesia
es como en el mundo, en donde el que es primero manda con soberbia y
autoritarismo, haciéndose respetar por medio de la violencia, sino física, sí
verbal y moral; sin embargo, nada tienen que hacer estos métodos en la Iglesia. Quien en la Iglesia no sirve con la
mansedumbre y la humildad de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, no
sirve para nada.
“El que quiera ser el
primero, que sea el servidor de todos”. El que quiera ser el primero, que se
humille ante Dios, como la
Virgen en la
Anunciación, y como Jesús en la Crucifixión, y que
luego se humille delante de sus hermanos, sirviéndolos de todo corazón. El que
así obre, será el primero y el más grande en el Reino de los cielos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario