sábado, 15 de septiembre de 2012

"Apártate de Mí, Satanás, porque tus pensamientos no son los de Dios"



(Domingo XXIV – TO – Ciclo B – 2012)
“Tú eres el Mesías… Te felicito, Pedro, porque esto te lo ha revelado el Padre (…) Un poco más tarde, Pedro comenzó a reprenderlo, porque no quería que sufriera la Pasión (…) Jesús le dijo: “Retírate de Mí, Satanás, porque tus pensamientos son los de los hombres” (cfr. Mc 8, 27-35).
En pocos renglones, el Evangelio relata el cambio en la valoración que Jesús hace de Pedro y sus respuestas. Jesús cambia la felicitación primera dada a Pedro, cuando Pedro lo llama “Mesías”, por una dura reprimenda, calificándolo de “Satanás”, y de tener “pensamientos humanos”.
El episodio es altamente significativo para la vida espiritual de cada bautizado y para la Iglesia toda: cuando Pedro reconoce en Jesús al Mesías Salvador, es señal de que ha sido iluminado por el Espíritu Santo, enviado por el Padre, y merece la alabanza de Jesús; pero cuando Pedro, desechando la luz del Espíritu, rechaza la Cruz y reprende a Jesús luego de que le anunciara su Pasión, Muerte y Resurrección, merece, antes que una alabanza, una dura reprimenda de Jesús, ya que lo llama “Satanás”, y lo acusa de tener pensamientos de hombre, que nada tienen que ver con los pensamientos de Dios.
Este cambio en la comprensión y en el conocimiento de Jesús, que le sucede a Pedro, en donde primero se reconoce a Jesús como al Salvador, pero luego, cuando aparece la Cruz en el horizonte, se lo rechaza, le sucede también a todo cristiano que, en vez de vivir según los Mandamientos divinos, revelados por Cristo, vive según su propia voluntad.
Si Cristo dice: “Ama a tus enemigos”, el rechazo de la Cruz lleva a no solo no amarlo, sino a hacer la propia voluntad, que conduce a la maledicencia y a planear contra el enemigo la venganza; si Jesús dice: “Perdona setenta veces siete”, el rechazo de la Cruz hace que el enojo y la falta de perdón permanezcan siempre en el corazón; si Jesús dice: “Antes de acercarte al altar, ve y reconcíliate con tu hermano”, el rechazo de la Cruz hace que se comulgue sin haber hecho ni el más pequeño intento de reconciliación; si Jesús dice: “Felices los puros, porque verán a Dios”, el rechazo de la Cruz hace que se exalte la impureza como un estado natural del hombre; si Jesús dice: “No se puede servir a Dios y al dinero”, el rechazo de la Cruz hace que se idolatre al dinero y se deje de lado al Dios verdadero, y así sucede con todos y cada uno de los mandatos de Jesús, cuando no se quiere aceptar el misterio de la Cruz, como Pedro en su diálogo con Jesús.
Este rechazo de la Cruz no es inocuo ni está inspirado por el Espíritu Santo; todo lo contrario, está inspirado por el Príncipe de las tinieblas, el demonio, tal como Jesús le dice a Pedro: “Retírate de Mí, Satanás”. Si le está hablando a Pedro, ¿por qué le dice Satanás? Porque de manera evidente, Pedro ha escuchado la siniestra voz del demonio, que le hace ver la Cruz de Jesús como algo aborrecible y negativo, que hay que dejar de lado a toda costa, y es así como Pedro reprende a Jesús cuando Jesús le habla de lo que habrá de sufrir y de la humillante muerte en Cruz que padecerá por la salvación de los hombres, antes de la Resurrección.
Pedro cede a la tentación de un Mesías humano, de un Jesús salvador pero con fuerzas humanas; Pedro cede a la tentación gnóstica, inducida por el demonio, de pretender prescindir de Dios y de su plan de salvación, que pasa por la Cruz. El rechazo de la Cruz, por parte de Pedro, implica el rechazo de la salvación de Cristo y su gracia, que viene por la Iglesia y por los sacramentos. Pedro cede a la tentación gnóstica de decir: “No necesito la gracia de Jesús ni tampoco su Cruz, porque me valgo por mis propias fuerzas; no necesito los sacramentos; no necesito a la Iglesia; no necesito al Papa; no necesito el Magisterio eclesiástico; yo me valgo por mí mismo”.
“Apártate de Mí, Satanás, porque tus pensamientos no son de Dios, sino de los hombres”. El durísimo reproche de Jesús –el más duro de todos, ya que ni siquiera a los fariseos los había tratado así, a pesar de dedicarles también adjetivos muy duros, como raza de víboras y sepulcros blanqueados-, es tanto más duro y significativo cuanto que el destinatario es nada menos que Pedro, elegido Vicario por el mismo Cristo. Esto nos hace ver la necesidad de estar vigilantes y atentos en la oración, para no perder de vista, en ningún momento, la salvación que nos viene por la Cruz de Jesús.
Sólo la oración continua, perseverante, proporciona la luz necesaria para reconocer las insidias del demonio, y la propia flaqueza, característica de la naturaleza humana, que llevan al rechazo de la Cruz, y sólo la oración permite también la asistencia del Espíritu Santo, que nos hace ver que el único camino posible de salvación, es Cristo crucificado.

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