(Domingo XXIV – TO – Ciclo B – 2012)
“Tú eres el Mesías… Te
felicito, Pedro, porque esto te lo ha revelado el Padre (…) Un poco más tarde,
Pedro comenzó a reprenderlo, porque no quería que sufriera la Pasión (…) Jesús le dijo:
“Retírate de Mí, Satanás, porque tus pensamientos son los de los hombres” (cfr.
Mc 8, 27-35).
En pocos renglones, el
Evangelio relata el cambio en la valoración que Jesús hace de Pedro y sus
respuestas. Jesús cambia la felicitación primera dada a Pedro, cuando Pedro lo
llama “Mesías”, por una dura reprimenda, calificándolo de “Satanás”, y de tener
“pensamientos humanos”.
El episodio es altamente
significativo para la vida espiritual de cada bautizado y para la Iglesia toda: cuando Pedro
reconoce en Jesús al Mesías Salvador, es señal de que ha sido iluminado por el
Espíritu Santo, enviado por el Padre, y merece la alabanza de Jesús; pero
cuando Pedro, desechando la luz del Espíritu, rechaza la Cruz y reprende a Jesús luego
de que le anunciara su Pasión, Muerte y Resurrección, merece, antes que una
alabanza, una dura reprimenda de Jesús, ya que lo llama “Satanás”, y lo acusa
de tener pensamientos de hombre, que nada tienen que ver con los pensamientos
de Dios.
Este cambio en la
comprensión y en el conocimiento de Jesús, que le sucede a Pedro, en donde
primero se reconoce a Jesús como al Salvador, pero luego, cuando aparece la Cruz en el horizonte, se lo
rechaza, le sucede también a todo cristiano que, en vez de vivir según los
Mandamientos divinos, revelados por Cristo, vive según su propia voluntad.
Si Cristo dice: “Ama a tus
enemigos”, el rechazo de la Cruz
lleva a no solo no amarlo, sino a hacer la propia voluntad, que conduce a la
maledicencia y a planear contra el enemigo la venganza; si Jesús dice: “Perdona
setenta veces siete”, el rechazo de la
Cruz hace que el enojo y la falta de perdón permanezcan
siempre en el corazón; si Jesús dice: “Antes de acercarte al altar, ve y
reconcíliate con tu hermano”, el rechazo de la Cruz hace que se comulgue sin haber hecho ni el
más pequeño intento de reconciliación; si Jesús dice: “Felices los puros,
porque verán a Dios”, el rechazo de la
Cruz hace que se exalte la impureza como un estado natural
del hombre; si Jesús dice: “No se puede servir a Dios y al dinero”, el rechazo
de la Cruz hace
que se idolatre al dinero y se deje de lado al Dios verdadero, y así sucede con
todos y cada uno de los mandatos de Jesús, cuando no se quiere aceptar el
misterio de la Cruz,
como Pedro en su diálogo con Jesús.
Este rechazo de la Cruz no es inocuo ni está
inspirado por el Espíritu Santo; todo lo contrario, está inspirado por el
Príncipe de las tinieblas, el demonio, tal como Jesús le dice a Pedro:
“Retírate de Mí, Satanás”. Si le está hablando a Pedro, ¿por qué le dice
Satanás? Porque de manera evidente, Pedro ha escuchado la siniestra voz del
demonio, que le hace ver la Cruz
de Jesús como algo aborrecible y negativo, que hay que dejar de lado a toda
costa, y es así como Pedro reprende a Jesús cuando Jesús le habla de lo que
habrá de sufrir y de la humillante muerte en Cruz que padecerá por la salvación
de los hombres, antes de la
Resurrección.
Pedro cede a la tentación de
un Mesías humano, de un Jesús salvador pero con fuerzas humanas; Pedro cede a
la tentación gnóstica, inducida por el demonio, de pretender prescindir de Dios
y de su plan de salvación, que pasa por la Cruz.
El rechazo de la
Cruz, por parte de Pedro, implica el rechazo de la salvación
de Cristo y su gracia, que viene por la Iglesia y por los sacramentos. Pedro cede a la
tentación gnóstica de decir: “No necesito la gracia de Jesús ni tampoco su
Cruz, porque me valgo por mis propias fuerzas; no necesito los sacramentos; no
necesito a la Iglesia;
no necesito al Papa; no necesito el Magisterio eclesiástico; yo me valgo por mí
mismo”.
“Apártate de Mí, Satanás,
porque tus pensamientos no son de Dios, sino de los hombres”. El durísimo
reproche de Jesús –el más duro de todos, ya que ni siquiera a los fariseos los
había tratado así, a pesar de dedicarles también adjetivos muy duros, como raza
de víboras y sepulcros blanqueados-, es tanto más duro y significativo cuanto
que el destinatario es nada menos que Pedro, elegido Vicario por el mismo
Cristo. Esto nos hace ver la necesidad de estar vigilantes y atentos en la
oración, para no perder de vista, en ningún momento, la salvación que nos viene
por la Cruz de
Jesús.
Sólo la oración continua,
perseverante, proporciona la luz necesaria para reconocer las insidias del
demonio, y la propia flaqueza, característica de la naturaleza humana, que
llevan al rechazo de la Cruz,
y sólo la oración permite también la asistencia del Espíritu Santo, que nos
hace ver que el único camino posible de salvación, es Cristo crucificado.
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