“Jesús increpaba a
los demonios y no los dejaba hablar” (Lc
4, 38-44). En este episodio del Evangelio, Jesús cura a diversos enfermos,
entre ellos a la suegra de Pedro, y expulsa a demonios, muchos de los cuales
salen de los mismos enfermos.
Una primera observación
que se desprende del relato evangélico es la distinción entre enfermos y
enfermos-poseídos: hay enfermos que son curados de su enfermedad, mientras que otros,
además, reciben la liberación espiritual, al ser liberados de la posesión
demoníaca: “De muchos (enfermos) salían demonios”.
No es casualidad que
el evangelista que hace esta distinción entre enfermos y enfermos-poseídos sea
Lucas: él es médico, y conoce muy bien la diferencia que hay entre una simple
enfermedad y una enfermedad asociada a una posesión demoníaca.
En el episodio del
Evangelio queda claro, por lo tanto, que no solo hay una verdadera distinción
entre enfermedad –corporal, mental-, posesión diabólica y enfermedad más
posesión diabólica, sino que el demonio existe y busca dañar al hombre.
El demonio es un ser
real, una entidad maligna, un ser angélico, una persona angélica, que por libre
elección decidió rechazar el servicio y la adoración de Dios Trino, para lo que
había sido creado, para perversamente adorarse a sí mismo. Con esta decisión,
el demonio, y todos los ángeles apóstatas que lo siguieron, que libremente se
convirtieron de ángeles de luz, en ángeles de oscuridad, perdieron para siempre
la capacidad de amar, con lo cual se hicieron indignos de estar en los cielos,
delante de un Dios que es Amor infinito.
Por lo tanto, el
demonio sólo tiene capacidad para odiar, con un odio que supera todo lo que el
hombre pueda imaginar, y debido a que no puede nada contra Dios, descarga todo
su odio y toda su perversa inteligencia, contra el hombre, que es la imagen
viviente de Dios.
Es así como el
demonio busca la perdición eterna del hombre, engañándolo, y atrayéndolo hacia
los placeres terrenos; persigue la exaltación de los sentidos, que el hombre se
aturda con la televisión e internet, con la música estridente e indecente; con
los espectáculos deportivos, con el cine, con la moda, con cualquier cosa, con
tal de que el hombre se olvide de Dios y de que tiene un alma para salvar. Y en
nuestros días, lo está consiguiendo con un éxito rotundo, vista la ausencia
masiva de fieles católicos a la
Iglesia , sobre todo a la
Santa Misa dominical, y vista también la
ausencia de presencia católica verdadera y eficaz en los medios de
comunicación, en la cultura, en el deporte, en el cine, o en cualquier
actividad humana.
Lamentablemente,
muchos dentro de la Iglesia ,
niegan la existencia del demonio, y combaten e increpan a aquellos que
denuncian su existencia, su presencia y su obrar, con lo cual, lo único que
consiguen, es que la espesa y oscura humareda infernal que ha entrado en la Iglesia , como lo decía el
Papa Pablo VI, sea cada vez más y más densa y oscura.
Como sabemos, su mejor arma es hacernos pensar que no existe! Tristemente hay tantos ciegos y sordos espirituales que aún teniendo las evidencias delante de sus narices se burlan y lo niegan. Si hasta las piedras son más sensibles que algunos de nosotros. Miserere nobis!
ResponderEliminarPrecioso!
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