“Tú
eres el Mesías, el Hijo de Dios” (Lc 9, 18-22). No es casualidad que el único que conteste de
modo correcto acerca de la identidad de Jesús sea Pedro: es el Vicario de
Cristo, y como tal, está asistido por el Espíritu Santo.
El
episodio del Evangelio es significativo y válido no solo para el momento en el
que sucedió, sino para toda época, hasta el fin de los tiempos, y por lo tanto,
lo es para nuestros tiempos, tanto más, cuanto que la confusión y la oscuridad
lo han invadido todo.
Al
igual que en la época de Jesús, en la que reinaba una completa confusión acerca
de Jesús, también en nuestra época se da la misma confusión, producto del
accionar deliberado de innumerables sectas, como los Testigos de Jehová, los
Mormones, los Adventistas, Evangelistas, y muchísimos grupos religiosos más. Pero
la secta que más confusión y oscuridad provoca, en torno a Jesús, al sentido de
esta vida, y a la vida eterna, es la madre de todas las sectas, la Nueva Era o
Conspiración de Acuario, secta gnóstica y neo-pagana que persigue la iniciación
luciferina planetaria para un futuro no muy lejano.
Y
al igual que en tiempos de Jesús, sólo en la Barca de Pedro, en la Iglesia, se
encuentra la verdad en toda su plenitud, resguardada y proclamada por el
Magisterio de la Iglesia, con el Santo Padre a la cabeza.
La
confusión reina en el mundo, pero también en la Iglesia, porque, como dice
Pablo VI, “el humo de Satanás ha entrado en la Iglesia”, un humo negro, denso,
oscuro, que ofusca mentes y corazones, pervirtiéndolo todo.
Pero
la luz del Espíritu Santo, que brilla inextinguible en la Cátedra de Pedro,
disipa toda oscuridad y toda siniestra tiniebla. Quien permanece al lado de
Pedro y con la fe de Pedro confiesa que Jesús en la Eucaristía es Dios Hijo
encarnado, muerto y resucitado, no solo no será nunca envuelto en las tinieblas
que se han abatido sobre el mundo, sino que brillará siempre en él la luz de la
Verdad eterna de Dios Trino.
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