miércoles, 4 de abril de 2012

Miércoles Santo



"Quiero celebrar la Pascua en tu casa" (cfr. Mt 26, 14-25). Jesús, sumamente pobre, sin riquezas materiales de ningún tipo, no tiene un lugar donde celebrar la Pascua, y es por eso que envía a sus discípulos a la casa de una persona, cuyo nombre no se menciona, pero que posee un lugar adecuado, para pedirle prestado el lugar, con el siguiente recado: "Voy a celebrar la Pascua en tu casa".

"Celebrar la Pascua" quiere decir, para Jesús, varias cosas sublimes, inimaginables para los simples mortales, y aún para los ángeles del Cielo más poderosos.

"Celebrar la Pascua" quiere decir sentarse a la mesa con sus discípulos para compartir con ellos su Última Cena -la última que habría de tomar en esta vida terrena, pues al otro día moriría en la Cruz-, para dejarles el recuerdo sempiterno de su Amor, la Eucaristía, el misterio de algo que parece pan pero que ya no es más pan, sino su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, misterio que asombra a los ángeles porque no hay milagro más grande que Dios, con su Omnipotencia, su Sabiduría y su Amor pueda hacer, milagro que deja a los ángeles sin habla, porque la Eucaristía es algo tan grande y maravilloso que solo se compara al mismo Dios, misterio de Amor para los hombres, por medio de los cuales los hombres tienen entre ellos algo más grande que los cielos, ya que la Eucaristía es Jesús, Dios omnipotente, Creador del cielo y de la tierra.

"Celebrar la Pascua" quiere decir dejar para la Iglesia y para la humanidad toda ese otro don inefable de su Sagrado Corazón, el don del sacerdocio ministerial, por medio del cual aseguraría su Presencia sacramental entre los hombres "todos los días hasta el fin del mundo", para consolarlos en sus penas, para aliviarles sus dolores, para ayudarlos a transitar por el camino de la vida, verdadero "valle de lágrimas" que conduce a la eternidad.

"Celebrar la Pascua" quiere decir dejar también, por medio del sacerdocio ministerial, el don de la confesión sacramental, fuente no solo de perdón de los pecados, sino de fortalecimiento y crecimiento en la gracia y en el conocimiento y en el amor de Dios, necesarios para llevar la Cruz de todos los días, en el seguimiento de Cristo, camino del Calvario, hacia el Reino de los cielos.

"Celebrar la Pascua" quiere decir también, para el Sagrado Corazón, experimentar latidos de amor por aquellos que, recostados en su pecho, como Juan Evangelista, se mostrarán agradecidos por su sacrificio de Amor, dando sus vidas por Él, para compartir con Él la eternidad de alegrías sin fin, pero significa también, para el Sagrado Corazón, experimentar latidos de dolor infinito, al comprobar cómo muchos cristianos, en vez de preferir escuchar su dulce voz, prefieren escuchar el tintinear metálico del dinero, como Judas Iscariote, vendiendo sus almas al Tentador, y condenándose para siempre, haciendo inútil el derramamiento de su Sangre.

"Quiero celebrar la Pascua en tu casa, en tu alma, en tu corazón". Hoy, como ayer, Jesús busca una casa, un alma, un corazón, en donde celebrar su Pascua, en donde compartir las alegrías y los dolores de la Última Cena, las alegrías de saber de su Presencia Eucarística, los dolores de saber que muchos, muchos cristianos, desoyendo su Voz, en vez de recibirlo a Él en la Eucaristía, prefieren, al igual que Judas Iscariote, comulgar con el demonio y ser tragados por las tinieblas: "Cuando Judas tomó el bocado, Satanás entró en él. Judas salió (...) Afuera era de noche".

"Quiero celebrar la Pascua en tu casa, en tu alma, en tu corazón". Hoy, como ayer, Jesús busca corazones que lo reciban, para que sean transformados, por su Presencia, en otros tantos cenáculos, como el de la Última Cena, cenáculos en donde el alma, ofreciéndose en Cristo como víctima de la Divina Justicia y de la Divina Misericordia, adore a Cristo Eucaristía y repare por tantos y tantos cristianos que lo rechazan.

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