"Para entrar en el Reino de los cielos hay que nacer de lo alto" (Jn 3, 1-8), le dice Jesús a Nicodemo, y luego añade que para que los hombres nazcan de lo alto, es decir, tengan vida eterna, Él tendrá que ser crucificado: "Cuando el Hijo del hombre sea levantado en alto, atraerá a todos hacia Él, para que el que crea en Él, tenga la vida eterna".
En otras palabras, el nacimiento de lo alto, del agua y del Espíritu, se lleva a cabo en la contemplación de Cristo crucificado, porque es de Él, de su costado abierto, de su Corazón traspasado por la lanza, de donde brotan el Agua y la Sangre que se derraman sobre el alma por los sacramentos, infundiendo la gracia divina.
Por lo tanto, el que quiera entrar en el Reino de los cielos, el que quiera tener vida eterna, el que quiera vivir según el Espíritu de Dios y no según la carne y el espíritu mundano, debe contemplar a Cristo crucificado y alimentarse del Pan Vivo bajado del cielo, Pan que da la vida eterna, la Eucaristía.
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