“Yo Soy la Puerta de las ovejas” (Jn 10, 1-10). Para afirmar la revelación
de la parábola del Buen Pastor, acerca de la inmensidad del Amor divino por el
hombre, Jesús hace una nueva revelación: Él no es solamente el Buen Pastor, que
da la vida por las ovejas; es también la Puerta de las ovejas.
En otras palabras, Jesús no
se contenta con ser el Buen Pastor: es también la Puerta de las ovejas, y el
redil mismo; es decir, Él es el “lugar”
por donde las ovejas pasan para descansar seguras, o salen para pastar
cuando quieren alimentarse.
Así como alguien abre una
puerta, ya sea para entrar o para salir de un lugar seguro, en el que uno se
siente a gusto, así el Sagrado Corazón de Jesús es la Puerta que da acceso al
lugar más hermoso que jamás pueda siquiera ser imaginado, el seno de Dios
Padre, en donde el Amor trinitario se dona al alma que allí llega con toda su
fuerza y con todo su ser.
“Yo Soy la Puerta de las ovejas, el
que entra por Mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento”.
El Sagrado Corazón de Jesús es la
Puerta de acceso al Padre y a su Amor; el que, hambriento,
sediento, con frío, y huyendo de los espíritus malignos de los aires, llama a
la puerta y golpea, se le abre, y se le hace pasar, y allí encuentra no sólo un
hogar cálido y acogedor, sino también una comida exquisita, la Carne del Cordero, el Pan
Vivo bajado del cielo, y el Vino de la Alianza
Nueva y Eterna.
Y además, el que golpea a
esta Puerta y entra, encuentra que es recibido por tres comensales que
comparten gustosos con él la cena: Dios Padre, Dios Hijo, y Dios Espíritu
Santo.
“Yo Soy la Puerta de las ovejas”. El
alma que golpee a las puertas del Sagrado Corazón –el alma que consume la Eucaristía-, entrará
y encontrará en él los pastos verdes y abundantes y el agua fresca de la gracia
y el Amor divinos.
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