viernes, 6 de abril de 2012

Jueves Santo



"Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin" (Jn 13, 1-15). El motor del movimiento del Corazón de Jesús no es otro que el Amor infinito de Dios, un Amor sin medidas, un Amor sin límites, un Amor que no se detiene ante el sacrificio de sí para expresarse, y es así como todo lo que Jesús obra en la Última Cena, lo obra por Amor.

"Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin". En la Última Cena Jesús celebra su Pascua, su paso de este mundo al Padre, para señalar a todos el Camino, la Verdad y la Vida que conducen a la feliz eternidad. Así como los israelitas atravesaron el camino del Mar Rojo y del desierto, que los condujo desde Egipto a la Tierra Prometida, y así como creyeron en la verdad de Moisés, que era la verdad de Dios, y así como vivieron una vida nueva, de sacrificios y de penitencia en el desierto, que habría de llevarlos al lugar de la felicidad, Jerusalén, así también los cristianos, unidos a Cristo, que es el Camino, el único que conduce al Padre, transitan en Él y por Él el Via Crucis, el Camino Real de la Cruz, el único que conduce al Cielo; en Cristo, única y absoluta Verdad eterna de Dios, los cristianos conocen los eternos designios divinos de salvación; en Cristo y por Cristo, los cristianos viven la única Vida, la vida de la gracia, que los hace partícipes de la misma Vida divina.

"Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin". El amor sin límites de Jesús lo lleva a obrar un milagro inimaginable, el más grande que Él en cuanto Dios, concurriendo con Dios Padre y Dios Espíritu Santo, pueda hacer: la transubstanciación del pan y del vino en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.. Se trata de un milagro tan asombrosamente grande, que si las Tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad, poniendo la máxima potencia de su Ser divino, empeñando la suma e infinita Sabiduría divina, y aplicando el inmenso, eterno e infinito Amor que como Personas divinas tienen, quisieran hacer algo más grande, no lo podrían hacer. Por la Eucaristía, milagro de los milagros, milagro del Amor eterno de Dios Trino, Jesús, a pesar de morir al día siguiente, Viernes Santo, en la Cruz, para luego resucitar y ascender al Cielo, habría de quedarse entre los hombres "todos los días, hasta el fin del tiempo", para consolarlos en sus penas, para fortalecerlos en su camino hacia la Vida eterna, para alegrarles sus días con sus saetas de Amor.

"Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin". Los ama hasta el extremo de donar su vida en la Cruz, pero eso no le basta: su Amor infinito lo lleva a idear algo por medio del cual esa vida donada en la Cruz -su Vida, su Sangre, su Alma, su Divinidad, su Amor- sea efectivamente comunicada a las almas, por medio de la renovación incruenta de su muerte en Cruz: la Santa Misa.

"Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin". Y amó hasta el fin no solo a los discípulos que con Él compartían la Última Cena, la última de su vida terrena, sino a toda la humanidad de todos los tiempos, instituyó el sacerdocio ministerial, mediante el cual haría realidad su Presencia entre los hombres, descendiendo al altar cada vez que el sacerdote pronunciara la fórmula de consagración, renovando el don de su Cuerpo y su Sangre en el Santo Sacrificio del altar.

"Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin". Por medio del sacerdocio ministerial, haría posible también otro don de su Sagrado Corazón, la confesión sacramental, Río de gracia divina que no solo habría de quitar a las almas la mancha del pecado, sino que le concedería la gracia santificante, gracia por la cual Él en Persona iría a inhabitar en las almas.

"Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin". Para que su Amor se multiplicara entre los hombres, les dejó el mandamiento más hermoso de todos, el mandamiento del Amor: "Amaos los unos a los otros, como Yo os he amado". Nos amó con el Amor con el que Dios Padre lo amó desde la eternidad, el Espíritu Santo, y con el Amor de la Virgen Madre, amor maternal con el que lo amó en su vida terrena, y ese doble amor sagrado es el que nos comunica en el Jueves Santo, en cada Santa Misa, en cada Eucaristía, en cada confesión sacramental, y es el mismo Amor con el cual quiere que nos amemos los unos a los otros, en el tiempo de nuestra vida terrena, como requisito indispensable para entrar en la vida eterna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario