“No
temas, Zacarías, tu hijo se llamará Juan, estará lleno del Espíritu Santo y
hará que muchos vuelvan a Dios” (Lc
1, 5-25). El Evangelio que anuncia la concepción milagrosa y posterior nacimiento
de Juan el Bautista, es similar al que narra la concepción y nacimiento
milagrosos de Jesús de Nazareth; de su comparación, se destacan, entre otras
cosas, la desconfianza de Zacarías, en absoluto presente en María, ante el
anuncio del Ángel, desconfianza que le vale el quedar mudo hasta el nacimiento
del Bautista. Su concepción milagrosa –sus padres son ancianos y ya estériles,
y a pesar de eso, Santa Isabel queda encinta-, y el hecho de estar “lleno del
Espíritu Santo”, le valen el ser alabado por el mismo Jesús en Persona, quien
dice del Bautista que “no hay hombre más grande nacido de mujer”.
De
todos modos, lo importante en este Evangelio, y es el motivo por el cual la
Iglesia lo pone en Adviento, es que la figura del Bautista es modelo del
cristiano: así como el Bautista es “lleno del Espíritu Santo”, luego ya adulto
predicará en el desierto, vestido de pieles de animales salvajes, se alimentará
de langostas y miel silvestres, y predicará la conversión del corazón para
recibir al Mesías, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, así el
cristiano debe imitar al Bautista, anunciando en tiempo de Adviento la llegada
del Mesías, el Niño Dios, que habrá de nacer para Navidad.
Ante
esto, se torna pertinente la pregunta: ¿es posible, para el cristiano común,
imitar al Bautista, quien fue descripto por el Ángel Gabriel como “lleno del
Espíritu Santo”, y por el mismo Jesucristo como “el más grande nacido de mujer?
¿No parece una pretensión exagerada?
La
respuesta es que sí es posible, y aunque no recibirá el título de “más grande
nacido de mujer”, porque es un título personal del Bautista, sí lo puede imitar
en su condición de “lleno del Espíritu Santo”, desde el momento en que el
cristiano tiene a su disposición los sacramentos de la Iglesia, ante todo la
confesión sacramental, por medio de la cual el cristiano queda en estado de gracia,
lo cual quiere decir “lleno del Espíritu Santo”.
La
otra pregunta que se plantea es que si el cristiano quiere imitar al Bautista,
además de la confesión sacramental, deba vestir con pieles de animales salvajes,
ir al desierto y alimentarse de langostas y de miel, y la respuesta es que,
obviamente, no, materialmente hablando, pero sí debe imitar el sentido
penitencial del Bautista: así, el cristiano debe vestir con modestia, con
recato, no sólo sin obviamente ser causa de caída a causa de una vestimenta
indecorosa, sino también sin demasiados lujos, ni ropas costosas y caras. En cuanto
al alimento, el cristiano debe imitar al Bautista mediante la moderación y
templanza en los alimentos terrenos, alimentándose más bien de manera frugal,
medida, evitando comer sin apetito, o adquirir productos alimenticios
excesivamente costosos.
Con
respecto a la alimentación, hay que decir que el cristiano tiene a su disposición
algo que no tenía Juan el Bautista, y es el de alimentarse no con langostas y
miel silvestres, como lo hacía el Bautista, sino con la Carne del Cordero de
Dios, la Eucaristía, con lo cual, además de quedar “lleno del Espíritu Santo”,
queda “lleno de Jesucristo”, quien le comunica de su misma vida divina.
Con
todo esto, más el ejemplo de vida, el ejercicio de la caridad, de la paciencia,
de la comprensión, y de las obras de misericordia que prescríbe la Iglesia, el
cristiano está en condiciones de imitar a la perfección al Bautista,
anunciando, como este, la Venida del Redentor, en este caso, para Navidad, como
Niño Dios.
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