(Ciclo C - 2012)
Los Padres de la Iglesia sostienen que la familia debe ser
una “Iglesia doméstica”, y por este motivo es que la Iglesia nos pide en este
Domingo, a días del Nacimiento de Jesús en Belén, que contemplemos a la Sagrada
Familia, porque ella es modelo de santidad para toda familia católica.
El
matrimonio virginal entre María Santísima y San José, se transforma en familia
con el Nacimiento virginal y milagroso del Niño Jesús, y desde este momento, se
convierte en el modelo único e insuperable de santidad para toda familia
humana, pero de modo especialísimo, para la familia católica, y el motivo por
el cual es modelo de santidad es porque todo en la Familia del Pesebre es santo:
en esta Familia, todo lo humano se diviniza, y lo divino se humaniza; todo en
ella remite a Dios Uno y Trino, porque Dios Uno y Trino es su centro, su
culmen, su fuente, su punto de partida y su meta de llegada; todos sus
pensamientos, sus deseos, sus obras, están en Dios Trinidad, porque de Él
surgen y hacia Él tienden; en esta Familia, la santidad es el alimento de todos
los días, y nada se dice ni se piensa ni se desea ni se hace, sino es en la más
grande santidad de Dios, y para la mayor gloria de Dios; en esta Familia Santa
no solo no hay ni el más mínimo fastidio, ni el más ligero enojo, ni la más
leve impaciencia, y ni siquiera la más mínima imperfección, porque en esta
Sagrada Familia todo es bondad y paz y amor en el Espíritu Santo, que todo lo
llena, todo lo penetra, todo lo perfuma con su aroma exquisito; en esta familia
se alaba y se agradece a Dios Trino por su inmensa majestad y bondad, por su
infinita misericordia y por su eterno Amor, desde la madrugada hasta la noche,
y durante toda la noche hasta la madrugada y continúa durante todo el día, y
así todos los días y noches, sin cesar; en esta Familia, sólo se escuchan
cantos de alabanzas, de honor y de adoración a Dios Uno y Trino, y al igual que
los ángeles en el cielo no cesan, ni de noche ni de día, de alabar a la
Trinidad, tampoco en esta Familia Santa decae ni por un instante la alabanza,
la acción de gracias y la adoración a Dios Trino. En esta Familia, todo es paz,
serenidad, alegría, amor, aun en medio de las tribulaciones, de las penas y de
las pruebas de cada día, porque quien la sostiene, la alimenta, la guía y la
ilumina con su Amor eterno, es Dios Uno y Trino.
La Sagrada Familia es modelo para toda familia porque aunque
por fuera, cuando se la mira con ojos humanos, parece una familia humana más
–hay una madre, un padre, un hijo-, pero cuando se la mira con los ojos de
Dios, se ve que encierra esta Familia Santa un misterio insondable.
Como
dijimos, en esta Familia todo lo humano se diviniza, y todo lo divino, sin
dejar de ser divino, se humaniza. Así, la Madre de esta familia, parece una
mujer más de la región de Palestina, de hace dos mil años; parece una madre
joven y primeriza más, una más entre las miles y miles de mujeres hebreas
jóvenes que tienen un hijo por primera y única vez, y sin embargo, esta Mujer
es la Mujer del Génesis, que aplasta la cabeza de la Serpiente con la fuerza
omnipotente de su Hijo Dios; esta Mujer es la Mujer del Apocalipsis, que
aparece revestida de sol, es decir, de la gracia y de la gloria divina; esta
Mujer es la que logra, con la intercesión de sus ruegos, que la Santísima
Trinidad en pleno, decida adelantar la Hora de la manifestación pública del Hombre-
Dios, su Hijo Jesús, al autorizar a este, por pedido de la Virgen, la
conversión del agua en vino para los esposos, en Caná; esta Mujer es la Mujer
que la agonía de Jesús, se convierte en el don divino más preciado para los
hombres, junto al Cuerpo y la Sangre de Cristo, al convertirla Jesús, como
supremo testimonio de su testamento de Amor, en Madre de todos los hombres, al
pie de la Cruz.
Así,
esta Mujer, la Virgen María, es modelo para toda madre de toda familia católica,
porque como la Virgen, la madre católica debe dedicar su vida a la atención de
su esposo, de los hijos, del hogar, sin descuidar el deber de amor para con
Dios, la oración permanente, devota, continua, confiada.
El
Hijo de esta Familia Santa, aunque parece un pequeño Niño recién nacido,
frágil, débil, y necesitado de todo, como todo pequeño niño recién nacido, es
Dios Hijo, que se encarna en el cuerpo y en la naturaleza humana de un Niño,
pero sin dejar de ser Dios. Este Niño, que es Dios, es modelo de sumisión y de
amor a los padres, pues les obedece siempre y en todo momento, pero es también
modelo de cómo cumplir la Voluntad de Dios, porque cuando debe separarse de
ellos para “encargarse de los asuntos de Dios Padre”, como sucedió a los doce
años, no duda ni un instante en hacerlo; es modelo de amor para todo hijo,
porque Jesús, en cuanto Hijo de la Virgen e Hijo adoptivo de San José, fue
siempre obediente, servicial, amable, dispuesto al sacrificio, basado en el
gran amor que tenía a sus padres, María y José; Jesús alegraba los días de sus
padres, no solo no dando nunca ningún motivo de reproche, sino obrando en todo
momento con el más grande amor que jamás un hijo podría tener a sus padres,
porque los amaba con el Amor de su Sagrado Corazón, que es el Espíritu Santo,
el Amor de Dios. Jesús, el Niño Dios, el Hijo de José y de María, es modelo
para todo hijo católico, porque durante toda su vida cumplió a la perfección el
Cuarto Mandamiento de la Ley de Dios: “Honrarás padre y madre”, pero sobre todo
cumplió a la perfección este mandamiento en la Cruz, cuando derramó su Sangre
por ellos, ya que por esta Sangre su Madre fue concebida sin mancha, y su padre
adoptivo, San José, recibió la gracia de la castidad en grado sublime. Así como
Jesús demostraba el amor a sus padres obedeciéndoles en todo y ayudándoles en
las tareas domésticas y luego, ya de grande, trabajando en la carpintería, así
el hijo cristiano debe honrar a sus padres con el respeto, la obediencia, y el
servicio cotidiano.
El
esposo de esta Familia Santa –esposo meramente legal, puesto que fue en todo
momento sólo como un hermano para la Virgen- de María, y a la vez padre
adoptivo del Niño Dios –pues su Padre desde la eternidad es Dios Padre-, es San
José, varón justo, casto y puro, con un grado de santidad, de pureza, de
castidad y de bondad divina no encontrados entre las creaturas humanas, y no
podía ser de otra manera, pues aquel que había sido elegido desde la eternidad
por la Trinidad para ser el Custodio de Jesús, no podía no tener la santidad,
la castidad, la pureza y la inocencia en los grados en las que las poseía San
José.
San
José, varón casto y puro, es modelo para todo esposo, para todo padre, porque
cumplió a la perfección, aquí en la tierra, el papel de sustituto de Dios
Padre, al tener que cuidar a su Hijo adoptivo, que era Dios Hijo encarnado, y
al tener que ser esposo meramente legal, de la Esposa del Espíritu Santo, María
Santísima. Es modelo para todo padre cristiano que, al igual que San José, debe
vivir la castidad matrimonial, y dedicar todas sus fuerzas y sus empeños en la
custodia de los hijos y en la protección y amor de su esposa.
Sólo
si la familia católica tiene por modelo a la Sagrada Familia podrá cumplir su
designio divino y ser, como dicen los padres de la Iglesia, la “Iglesia
doméstica”; sólo en la imitación de la Sagrada Familia podrá, la familia
cristiana, ser fermento de transformación del mundo, porque sólo así podrá
reflejar el Amor del Hijo de esta Familia, Jesús de Nazareth, que entregó su
Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad en el altar de la Cruz, y lo sigue
entregando en cada Eucaristía, como alimento de vida eterna para las almas.
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