Benedicto XVI, el buey y el asno del Pesebre de Belén
En la gruta del Pesebre, además de las personas humanas de
María y José, y de la Segunda Persona de la Trinidad, encarnada en el cuerpo y
la naturaleza humana del Niño Dios, se encuentran dos seres irracionales: un
buey y un asno[1].
Si bien no se los menciona en el Evangelio, estuvieron desde siempre en todos
los pesebres, incluido en el que mandó a hacer San Francisco de Asís, el
inventor de los pesebres, quien quiso explícitamente que estuvieran estos dos
animales, a quien se le atribuye la siguiente frase: “Quisiera evocar con todo
realismo el recuerdo del niño, tal y como nació en belén, y todas las
penalidades que tuvo que soportar en su niñez. Quisiera ver con mis ojos,
corporales cómo yació en un pesebre y durmió sobre el heno, entre el buey y el
asno”.
¿A qué se debe la presencia de estos dos animales? La
presencia de los animales no se debe a la piedad imaginativa de San Francisco
de Asís; no se debe tampoco a la fantasía piadosa de algunos cristianos; mucho
menos es el resultado de la imaginación de las primeras comunidades de
cristianos, que inventaron hechos ficticios acerca del Jesús histórico, para
acomodar la narración a la creencia del Jesús de la fe. Si la presencia del
buey y del asno se debiera a estas circunstancias, entonces nada justificaría
su presencia, y deberían ser quitados de aquí en adelante.
Sin embargo, la presencia de estos dos animales, está
justificada teológicamente, aun cuando en los Evangelios no se los mencione, y
esta justificación teológica está dada por los Padres de la Iglesia y por el
Antiguo Testamento. Los Padres de la Iglesia, al meditar acerca del siguiente versículo
del profeta Isaías: “El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño”
(Is 1, 3), aplicaron este versículo a
toda la humanidad, tanto judíos como paganos, puesto que vieron en los animales
a aquellos a quienes el Mesías había venido a salvar. En otras palabras, los
Padres de la Iglesia interpretaron este pasaje de Isaías, en los que se
menciona al buey y al asno, como una representación y símbolo de toda la
humanidad, compuesta por judíos y gentiles, necesitados ambos de un salvador.
La introducción de estos animales en el
Pesebre, está entonces ampliamente justificada, desde el momento en que
completan el cuadro de Belén: el Mesías, la Madre de Dios, el padre adoptivo
del Niño, y los hombres, representados en los animales, a quienes el Mesías
viene a salvar. Todavía más, analizando el versículo del Profeta Isaías, puede
apreciarse la función simbólica de los animales reales, verdaderamente
presentes en el momento del Nacimiento. Isaías, el gran profeta, y profeta del
Adviento, dice: “El buey conoce a su dueño y el asno el pesebre de su amo; pero
Israel no conoce, mi pueblo no tiene entendimiento” (Is 1, 3). En el pasaje,
Yahvéh –que es quien habla por boca de Isaías-, alaba a los dos animales, el
buey y el asno, porque demuestran un conocimiento acorde a su naturaleza
animal: el buey “conoce a su dueño”, mientras que el asno conoce “el pesebre de
su amo”, pero el mismo Yahvéh se queja de Israel, que no es capaz de entender:
“mi pueblo no tiene entendimiento”. ¿Qué es lo que no entiende Israel? Que no
debe postrarse ante los dioses; que sólo Yahvéh es el único Dios que merece ser
adorado; que el becerro de oro no le dará nunca la felicidad, porque no puede
hacerlo; que los ídolos ante los que ha inclinado su corazón, son ciegos,
sordos y mudos, y es un ultraje a Yahvéh intercambiarlo a Él, el Dios de
majestad infinita, por semejantes abominaciones.
Trasladado a la escena del Pesebre, Dios Padre también
podría decir lo mismo, al contemplar, desde las alturas en las que habita, al
buey y al asno que con sus cuerpos proporcionan calor al Niño en el intenso
frío de la noche: “El buey conoce a su dueño y el asno del pesebre a su amo: ambos
han reconocido, con su conocimiento irracional, a su Creador, que es su Dueño y
su Amo, y se han acercado a la gruta de Belén para rendirle homenaje y darle
calor; pero el Nuevo Israel, el Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la
Iglesia Católica, aquellos a quienes doté de inteligencia y de amor,
haciéndolos semejantes a Mí, no conocen a mi Niño, no lo aman; los bautizados
no tienen entendimiento ni amor a mi Hijo, que ha descendido de mi seno eterno
vestido de Niño, y si los bautizados no lo entienden ni lo aman, mucho menos lo
han de entender y amar los paganos”.
Muchos cristianos católicos no entienden ni aman al Niño
Dios: no entienden, porque no quieren entender, que el Niño Dios es Dios Hijo
encarnado, el Dios tres veces Santo, único Dios al cual hay que adorar; los
cristianos católicos, la gran mayoría, no entienden que no deben postrarse ante
los ídolos del poder autoritario; del dinero adquirido ilícitamente; de la
política anticristiana; del placer sensual y hedonista, que conduce a la lujuria;
del materialismo ateo; del ocultismo satanista; de la música blasfema –entre
las primeras, la cumbia y el rock-; del cine ateo; de la cultura de la muerte,
que propicia el aborto y la eutanasia; de la avaricia, que pega el corazón al
dinero y al oro, dinero y oro que arden en el infierno provocando dolor
insoportable y sin descanso; de la moda escandalosa, que cuanto más desviste,
más éxito tiene; de la televisión llamada “basura”, porque su contenido se
asimila a un cesto de desperdicios con residuos orgánicos en descomposición,
pero más letales que estos, porque el contenido de esta televisión infecta el
alma, y de tantos otros innumerables ídolos que arrojan del corazón humano a
Dios, para instalarse ellos, convirtiendo el corazón humano, de templo del
Espíritu Santo en el que había sido convertido por el bautismo, en sucias
cuevas de Asmodeo, el demonio de la lujuria.
“El buey conoce a su dueño y el asno el pesebre de su amo;
pero Israel no conoce, mi pueblo no tiene entendimiento”. Ante la escena del
Pesebre, seamos como el buey y el asno, que reconocen, con su entendimiento
animal, irracional, a su Creador, y reconozcamos, con nuestra inteligencia
iluminada por la fe y hecha partícipe de la Inteligencia divina por la gracia,
a la Segunda Persona de la Trinidad, al Verbo del Padre, a la Palabra
encarnada, en ese Niño de Belén, y así como el buey y el asno, con su querer
animal, proporcionaron calor al Niño con sus cuerpos, así nosotros, con
nuestros pobres corazones, le ofrezcamos en humilde homenaje nuestro amor y
nuestra adoración; en recompensa, el Niño encenderá nuestros corazones en el
fuego del Amor divino.
[1] Con relación a este tema, los
medios de comunicación masivos han desatado una polémica, al sostener que el
Santo Padre Benedicto XVI afirmó, en su libro “Infancia de Jesús”, que “había
que quitar al buey y al asno del pesebre, puesto que su presencia no tenía
fundamentos evangélicos, al no ser nombrados en los Evangelios”. Además de
sostener que el Santo Padre nunca dijo esto, sino que fue una burda
tergiversación de los medios de (in)comunicación masiva, ofrecemos esta
meditación en apoyo a lo que el Santo Padre SÍ quiso expresar, que es todo lo
opuesto: el buey y el asno tienen fundamento bíblico y teológico, y por eso
deben permanecer en el pesebre.
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