viernes, 28 de diciembre de 2012

Octava de Navidad 6 2012



         Benedicto XVI, el buey y el asno del Pesebre de Belén
         En la gruta del Pesebre, además de las personas humanas de María y José, y de la Segunda Persona de la Trinidad, encarnada en el cuerpo y la naturaleza humana del Niño Dios, se encuentran dos seres irracionales: un buey y un asno[1]. Si bien no se los menciona en el Evangelio, estuvieron desde siempre en todos los pesebres, incluido en el que mandó a hacer San Francisco de Asís, el inventor de los pesebres, quien quiso explícitamente que estuvieran estos dos animales, a quien se le atribuye la siguiente frase: “Quisiera evocar con todo realismo el recuerdo del niño, tal y como nació en belén, y todas las penalidades que tuvo que soportar en su niñez. Quisiera ver con mis ojos, corporales cómo yació en un pesebre y durmió sobre el heno, entre el buey y el asno”.
         ¿A qué se debe la presencia de estos dos animales? La presencia de los animales no se debe a la piedad imaginativa de San Francisco de Asís; no se debe tampoco a la fantasía piadosa de algunos cristianos; mucho menos es el resultado de la imaginación de las primeras comunidades de cristianos, que inventaron hechos ficticios acerca del Jesús histórico, para acomodar la narración a la creencia del Jesús de la fe. Si la presencia del buey y del asno se debiera a estas circunstancias, entonces nada justificaría su presencia, y deberían ser quitados de aquí en adelante.
         Sin embargo, la presencia de estos dos animales, está justificada teológicamente, aun cuando en los Evangelios no se los mencione, y esta justificación teológica está dada por los Padres de la Iglesia y por el Antiguo Testamento. Los Padres de la Iglesia, al meditar acerca del siguiente versículo del profeta Isaías: “El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño” (Is 1, 3), aplicaron este versículo a toda la humanidad, tanto judíos como paganos, puesto que vieron en los animales a aquellos a quienes el Mesías había venido a salvar. En otras palabras, los Padres de la Iglesia interpretaron este pasaje de Isaías, en los que se menciona al buey y al asno, como una representación y símbolo de toda la humanidad, compuesta por judíos y gentiles, necesitados ambos de un salvador. 
         La introducción de estos animales en el Pesebre, está entonces ampliamente justificada, desde el momento en que completan el cuadro de Belén: el Mesías, la Madre de Dios, el padre adoptivo del Niño, y los hombres, representados en los animales, a quienes el Mesías viene a salvar. Todavía más, analizando el versículo del Profeta Isaías, puede apreciarse la función simbólica de los animales reales, verdaderamente presentes en el momento del Nacimiento. Isaías, el gran profeta, y profeta del Adviento, dice: “El buey conoce a su dueño y el asno el pesebre de su amo; pero Israel no conoce, mi pueblo no tiene entendimiento” (Is 1, 3). En el pasaje, Yahvéh –que es quien habla por boca de Isaías-, alaba a los dos animales, el buey y el asno, porque demuestran un conocimiento acorde a su naturaleza animal: el buey “conoce a su dueño”, mientras que el asno conoce “el pesebre de su amo”, pero el mismo Yahvéh se queja de Israel, que no es capaz de entender: “mi pueblo no tiene entendimiento”. ¿Qué es lo que no entiende Israel? Que no debe postrarse ante los dioses; que sólo Yahvéh es el único Dios que merece ser adorado; que el becerro de oro no le dará nunca la felicidad, porque no puede hacerlo; que los ídolos ante los que ha inclinado su corazón, son ciegos, sordos y mudos, y es un ultraje a Yahvéh intercambiarlo a Él, el Dios de majestad infinita, por semejantes abominaciones.
         Trasladado a la escena del Pesebre, Dios Padre también podría decir lo mismo, al contemplar, desde las alturas en las que habita, al buey y al asno que con sus cuerpos proporcionan calor al Niño en el intenso frío de la noche: “El buey conoce a su dueño y el asno del pesebre a su amo: ambos han reconocido, con su conocimiento irracional, a su Creador, que es su Dueño y su Amo, y se han acercado a la gruta de Belén para rendirle homenaje y darle calor; pero el Nuevo Israel, el Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, aquellos a quienes doté de inteligencia y de amor, haciéndolos semejantes a Mí, no conocen a mi Niño, no lo aman; los bautizados no tienen entendimiento ni amor a mi Hijo, que ha descendido de mi seno eterno vestido de Niño, y si los bautizados no lo entienden ni lo aman, mucho menos lo han de entender y amar los paganos”.
         Muchos cristianos católicos no entienden ni aman al Niño Dios: no entienden, porque no quieren entender, que el Niño Dios es Dios Hijo encarnado, el Dios tres veces Santo, único Dios al cual hay que adorar; los cristianos católicos, la gran mayoría, no entienden que no deben postrarse ante los ídolos del poder autoritario; del dinero adquirido ilícitamente; de la política anticristiana; del placer sensual y hedonista, que conduce a la lujuria; del materialismo ateo; del ocultismo satanista; de la música blasfema –entre las primeras, la cumbia y el rock-; del cine ateo; de la cultura de la muerte, que propicia el aborto y la eutanasia; de la avaricia, que pega el corazón al dinero y al oro, dinero y oro que arden en el infierno provocando dolor insoportable y sin descanso; de la moda escandalosa, que cuanto más desviste, más éxito tiene; de la televisión llamada “basura”, porque su contenido se asimila a un cesto de desperdicios con residuos orgánicos en descomposición, pero más letales que estos, porque el contenido de esta televisión infecta el alma, y de tantos otros innumerables ídolos que arrojan del corazón humano a Dios, para instalarse ellos, convirtiendo el corazón humano, de templo del Espíritu Santo en el que había sido convertido por el bautismo, en sucias cuevas de Asmodeo, el demonio de la lujuria.
         “El buey conoce a su dueño y el asno el pesebre de su amo; pero Israel no conoce, mi pueblo no tiene entendimiento”. Ante la escena del Pesebre, seamos como el buey y el asno, que reconocen, con su entendimiento animal, irracional, a su Creador, y reconozcamos, con nuestra inteligencia iluminada por la fe y hecha partícipe de la Inteligencia divina por la gracia, a la Segunda Persona de la Trinidad, al Verbo del Padre, a la Palabra encarnada, en ese Niño de Belén, y así como el buey y el asno, con su querer animal, proporcionaron calor al Niño con sus cuerpos, así nosotros, con nuestros pobres corazones, le ofrezcamos en humilde homenaje nuestro amor y nuestra adoración; en recompensa, el Niño encenderá nuestros corazones en el fuego del Amor divino. 



[1] Con relación a este tema, los medios de comunicación masivos han desatado una polémica, al sostener que el Santo Padre Benedicto XVI afirmó, en su libro “Infancia de Jesús”, que “había que quitar al buey y al asno del pesebre, puesto que su presencia no tenía fundamentos evangélicos, al no ser nombrados en los Evangelios”. Además de sostener que el Santo Padre nunca dijo esto, sino que fue una burda tergiversación de los medios de (in)comunicación masiva, ofrecemos esta meditación en apoyo a lo que el Santo Padre SÍ quiso expresar, que es todo lo opuesto: el buey y el asno tienen fundamento bíblico y teológico, y por eso deben permanecer en el pesebre.

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