La gloria del Niño del Pesebre
En el inicio de su Evangelio, el Evangelista Juan describe
el origen eterno del Niño Dios: “El Verbo estaba con ¨Dios, era Dios, y era luz
y vida”, y luego describe la Encarnación y el Nacimiento: “Y el Verbo se hizo
carne, y puso su Morada entre nosotros”. Luego de describir la Encarnación y el
Nacimiento, hace una afirmación que puede resultar incomprensible, puesto que
habla de la “gloria de Dios”, la cual ha sido “contemplada”: “y hemos
contemplado su gloria”, y puede no entenderse, puesto que esta gloria del Niño
de Belén, es la gloria eterna que Él como Dios Hijo recibe del Padre desde la
eternidad: “Gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de
verdad”.
La afirmación puede parecer incomprensible, desde el momento
en que la gloria de Dios, considerada como atributo propio y exclusivo del Ser
trinitario, es inaccesible a los hombres. En el Antiguo Testamento, se
consideraba que nadie podía ver la gloria de Dios y continuar vivo, porque era
tal su esplendor y brillantez, que la vida humana colapsaba, abrumada por su
resplandor; por otra parte, por la Revelación del Nuevo Testamento, se sabe que
contemplaremos la gloria del Ser divino trinitario en la otra vida, en la
bienaventuranza eterna, pero no en esta.
Por este motivo, la afirmación de Juan nos deja perplejos,
puesto que nos preguntamos qué tipo de gloria es la que contempla en el Niño de
Belén: obviamente, no se trata de la gloria mundana, incompatible con el Ser
divino, y por lo tanto, solo queda que sea la gloria divina, pero si es la
gloria divina, ¿no deberíamos morir, como sostenían los hebreos, de que nadie
podía contemplar su gloria y continuar viviendo? Y si nos llevamos por el Nuevo
Testamento, ¿no debemos esperar a estar en la otra vida, para recién poder
contemplar la gloria de Dios?
El Evangelista Juan no deja dudas de que se está refiriendo
al Niño de Belén, cuando dice que “hemos contemplado su gloria, gloria como de
Unigénito”, es decir, la gloria divina que Él posee desde la eternidad,
comunicada por el Padre. ¿A qué se refiere entonces el Evangelista Juan?
La respuesta la tenemos en el Prefacio I de Navidad del
Misal Romano: “Porque gracias al misterio de la Palabra hecha carne, la luz de
tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo resplandor, para que, conociendo
a Dios visiblemente, lleguemos al amor de lo invisible”. Es decir, la Iglesia
nos dice que el Verbo de Dios, la Palabra de Dios -poseedora de la gloria
divina, la misma gloria de Dios Padre que le es comunicada en la eternidad, y
que es contemplada en éxtasis por los ángeles y los santos en el cielo-, al venir
a este mundo por el misterio de la Encarnación, hace “brillar” la “luz de la
gloria” divina, ante nuestros ojos, los ojos de los hombres mortales, que
peregrinamos en el tiempo y en el espacio hacia la eternidad.
El Misal Romano nos dice entonces que en el Niño de Belén,
que es la Palabra de Dios encarnada, humanada, “brilla la gloria” de Dios, la
gloria ante la cual quedan arrobados en éxtasis los ángeles y los santos, con
un “nuevo resplandor”, un resplandor que es el mismo que contemplan los ángeles
y los santos en el cielo, pero que para nosotros es visible sólo con los ojos
de la fe. De esta manera, respondemos a las preguntas: contemplando al Niño de
Belén con los ojos de la fe, es posible ver la gloria de Dios y no morir, como
les sucedía a los hebreos en el Antiguo Testamento, y es posible contemplar, ya
desde esta tierra, al Dios de majestad infinita, tal como lo hacen los ángeles
y santos en el cielo, porque esa gloria brilla con “nuevo resplandor” a través
de la carne, es decir, a través de la humanidad, del Niño de Belén.
Entonces, al contemplar al Niño de Belén, contemplamos la
gloria de Dios, la misma a la cual los hebreos no podían contemplar y seguir
viviendo, y la misma gloria que contemplan los bienaventurados habitantes del
cielo. Pero además del Niño de Belén, contemplamos esa misma gloria, “gloria
como de Unigénito”, que “brilla con nuevo esplendor”, en la Eucaristía, porque
el Niño de Belén prolonga su Encarnación y Nacimiento en el Santísimo
Sacramento del altar. Contemplar la Eucaristía con los ojos de la fe es, por lo
tanto, el equivalente para nosotros, que vivimos en el destierro, a la
contemplación del Ser trinitario que realizan los ángeles y santos en el cielo.
En el Niño de Pesebre, y en la Eucaristía, contemplamos al mismo Dios de la
gloria, Cristo, Luz del mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario