Si bien el Niño Dios es engendrado en el seno del Padre en la eternidad, su Nacimiento
terrenal, como niño, se da en el tiempo y en el espacio, en lugar físico
determinado: en las afueras de un pueblo llamado Belén, en una gruta que servía de refugio a los animales. El
Creador de cielos y tierra, Aquél por quien todo fue hecho, el Dios de majestad
infinita, ante quien los ángeles se postran en adoración amorosa, nace en una
pobre gruta, una cueva, refugio de animales.
El
hecho de haber nacido en un lugar tan pobre y mísero, se debe a la Voluntad
divina, pero también a la ceguera humana, porque son los hombres quienes no se
compadecen de una mujer primeriza, y la abandonan a su suerte, negándole a
Ella, a su esposo y a su Hijo por nacer, un lugar digno y confortable para que tenga
lugar el alumbramiento.
Nada
sucede por casualidad, y es así que las puertas cerradas de las posadas y
albergues, que niegan la entrada a la Virgen con su Niño, representan al
corazón humano, que sin Dios, no es capaz del menor gesto, no ya de caridad,
sino de humanidad. Las posadas con sus puertas cerradas representan al hombre
sin Dios, que en su soberbia auto-suficiente no reconoce su Venida, viéndose privado
por lo tanto de su luz, cumpliéndose lo que dice el Evangelista Juan: “El Verbo
estaba en Dios (…) era Dios, era la Luz que alumbra a todo hombre que viene a
este mundo (…) La Luz vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron” (cfr. Jn 1ss).
Pero
la gruta donde nace el Niño de Belén también es un símbolo del corazón humano
sin Dios, aunque esta vez, a diferencia de los corazones representados en las
posadas, se trata de un corazón humilde,
porque sí reconoce a su Dios, que viene como Niño, y lo recibe. La gruta de
Belén representa entonces al corazón humano que, en su pobreza espiritual, le
concede a su Dios un lugar donde nacer. Se puede hacer entonces un paralelismo
entre la gruta de Belén y el corazón humano que recibe a su Dios, a pesar de reconocerse
como no digno: así como la gruta es oscura y fría, y así como sirve de refugio
a bestias irracionales, como el buey el asno, así el corazón del hombre sin Dios
es oscuro y frío, y sirve de refugio a las pasiones, representadas en los
animales irracionales. Pero de la misma manera a como en Belén fue
la Virgen quien limpió la gruta y la preparó para el Nacimiento de su Hijo, así
también es la Virgen la que concede las gracias necesarias para que el alma se
vea limpia y libre de afectos desordenados, para que cuando nazca su Hijo por
la gracia y por la fe, sea recibido con un amor puro.
Para
Navidad, la Virgen va buscando un corazón donde pueda nacer su Hijo, el Niño
Dios. De cada uno depende que la puerta permanezca cerrada, sin nunca abrirse,
como las posadas que no se abrieron para recibir a Jesús, o que sean grutas
que, aunque pobres y miserables, oscuras y frías, reciban con fe y con amor al
Hijo de la Virgen, el Niño Dios. A ese tal corazón, el que sea como la gruta de
Belén, cuando el Niño nazca, lo iluminará con el resplandor eterno de su Ser trinitario,
y lo envolverá en el fuego de su Amor divino.
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