“Cuando
el Esposo les sea quitado, entonces ayunarán” (Mt 9, 14-15). Mientras los discípulos de Juan y los fariseos
ayunan, los discípulos de Cristo, en cambio, no lo hacen, y esta actitud es la
que despierta la inquietud y la pregunta: “¿Por qué tus discípulos no ayunan?”.
La respuesta de Jesús es enigmática: “¿Acaso los amigos del esposo pueden estar
tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en el que el
esposo les será quitado, y entonces ayunarán”.
Jesús
relaciona a la tristeza con el ayuno: “¿Acaso los amigos del esposo pueden
estar tristes mientras el esposo está
con ellos?”, es decir: “¿Acaso los amigos del esposo pueden ayunar mientras el esposo está con
ellos?”. En cierto sentido, el ayuno se relaciona con la tristeza, porque la
privación de alimentos constituye para el cuerpo un cierto mal al no recibir lo
que necesita para el sustento diario. El cuerpo, si bien informado y vitalizado
por el alma, es material y como tal sometido a las leyes de la materia, principalmente
el desgaste y el envejecimiento y si no recibe lo que necesita se resiente en
su funcionamiento; esta es la razón de la “tristeza” que le provoca al cuerpo
el ayuno. Pero el ayuno se relaciona también con la alegría, porque la
mortificación del cuerpo que supone el privarlo de comida permite al alma
desentenderse, al menos momentáneamente, de las operaciones fisiológicas
propias del proceso de la digestión, lo cual la predispone a la recepción de la
gracia, con la cual a su vez ingresa el Ser divino trinitario, fuente de
alegría y Alegría infinita en sí mismo. El ayuno entonces, paradójicamente,
provoca cierta tristeza –de ahí la recomendación de Cristo de no poner cara
triste cuando se hace ayuno-, pero al mismo tiempo provoca alegría –de ahí que
Cristo dice que cuando se haga ayuno, se perfume la cabeza para que nadie note
el ayuno-, y la alegría es superior a la tristeza porque se trata de la alegría
del Ser divino trinitario.
“Cuando
el Esposo les sea quitado, entonces ayunarán”. Jesús les quiere decir que mientras
Él, el Divino Esposo, esté con los discípulos, esto es, mientras no sea el
tiempo de la Pasión, entonces los discípulos no ayunarán, porque están alegres
por la Presencia del Esposo, aunque todavía no esté consumada la Redención;
cuando Cristo suba a la Cruz y les sea quitado de en medio, entonces sí
ayunarán, porque vivirán más de la alegría de la esperanza en el Reino,
conquistada por Cristo Jesús en la Cruz, que del alimento corporal. La Iglesia
toda se encuentra en este último estado: se ha consumado la Redención en la cruz,
Cristo ha abierto para los hombres las puertas de los cielos, su Corazón
Traspasado, y desde ahora lo único que falta es que el tiempo terreno se
termine para comenzar a gozar, en Cristo, de la Alegría eterna del Ser
trinitario. Éste es entonces el sentido
del ayuno cuaresmal para la Iglesia: Jesús, el Divino Esposo, no está entre
nosotros –por eso la tristeza del ayuno corporal- pero esperamos firmemente en
la alegría de la vida eterna, conquistada por Él al precio de la Sangre de su
cruz –y por eso, aunque ayunamos, estamos alegres, mucho más cuando nuestro
ayuno consiste en agua, pan y vino: el agua que es la gracia santificante; el
pan, que es el Pan de Vida eterna, la Eucaristía; el vino, que es la Sangre del
Cordero de Dios, derramada en el cáliz del altar eucarístico.
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