“Tú eres Pedro (…) lo que ates y desates en la tierra quedará atado y desatado en el cielo” (Mt 16, 13-19). En este episodio del Evangelio, Jesús instituye el Papado al nombrar a Pedro como Vicario suyo. A través del Papado, la Única Iglesia de Jesucristo, la Iglesia Católica Apostólica Romana, habría de tener un representante de Cristo en la tierra, hasta el fin de los tiempos.
El fundamento del Papado reside en Cristo: así como la Iglesia descansa en el Papa –“Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”-, así el Papa descansa en Cristo. Es de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, de donde el Papa recibe, por participación, la plenitud de los poderes sacerdotales con los cuales está investido, y de tal manera los recibe, que todo cuanto el Papa “ata y desata en la tierra”, queda “atado y desatado en el cielo”.
Éste es el fundamento del poder papal: la participación en el sacerdocio de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, y es el fundamento por lo tanto de la obediencia debida de toda la Iglesia al Papa. Puesto que está asistido por el Espíritu Santo, el Santo Padre tiene el don de la inerrancia y la infalibilidad en materia de fe y de moral, lo cual significa que obedecer al Papa es obedecer a Cristo, y que desobedecer al Papa, es desobedecer a Cristo.
Sin embargo, esto no significa que el Papa, por ser Vicario de Cristo, pueda introducir cambios en los dogmas, puesto que su poder se extiende y abarca la Revelación de Jesucristo, fundamento de los dogmas, los cuales, por este motivo, son inmutables, desde el momento en que no dependen de razonamientos humanos, sino de la naturaleza misma de Dios Uno y Trino y del Ser trinitario. Tampoco significa que tenga potestad para hacer algo contrario al Querer divino, como por ejemplo, la ordenación sacerdotal de mujeres, o la cancelación del celibato sacerdotal. Aunque un Papa, junto a toda la Iglesia de todo el mundo, se pusieran de acuerdo para ordenar mujeres, o para abolir el celibato sacerdotal, no lo podrían hacer, y todo lo que dictaminaran sería inválido, porque sería algo equivalente a establecer, por común acuerdo, que el círculo deja de ser círculo, para ser cuadrado. El hecho de que el Papa sea Vicario de Cristo, no implica que tenga potestad para hacer cosas contrarias a la razón natural y, mucho menos, contrarias a la Sabiduría Divina. Precisamente, fue la Sabiduría Divina quien estableció, desde la eternidad, que los sacerdotes ministeriales fueran célibes, para imitar a Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, y que las mujeres desempeñaran cargos y funciones importantes en la Iglesia, pero nunca el de ser sacerdotisas.
Dios es Uno y Trino; la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se encarnó en María Virgen; la Virgen es Madre de Dios; Jesús es el Hombre-Dios, el mismo que, por el milagro de la Transubstanciación, convierte las substancias inertes del pan y del vino en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
Estos dogmas son inmutables, y si un Papa pretendiera cambiarlos, demostraría con esa intención que el Espíritu Santo no está en él y que tampoco lo asiste, por lo que no hay –en el supuesto de que se presentara la ocasión- la obligación de obedecer en este caso. A lo largo de la historia, ha habido anti-Papas que han sido fácilmente reconocidos, y es precisamente por el hecho de haber sostenido proposiciones contrarias a la Verdad revelada y a los dogmas de la Iglesia.
“Tú eres Pedro (…) lo que ates y desates en la tierra quedará atado y desatado en el cielo”. Oremos y elevemos súplicas ardientes y fervorosas al Espíritu Santo, para que en el próximo cónclave sea elegido un Papa acorde al Sagrado Corazón de Jesús, que guíe a la Iglesia a los cielos eternos.
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