(Domingo
IV – TO – Ciclo C – 2013)
“Todos
(…) estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su
boca (…) Al oír estas palabras (…) se enfurecieron y lo empujaron fuera de la
ciudad (…) con la intención de despeñarlo” (Lc
4, 21-30). Sorprende el cambio radical de actitud de los que se encuentran en
la sinagoga, ya que pasan de la admiración a la furia homicida. De hecho, no
matan a Jesús en ese momento, porque Jesús es Dios y no lo permitió, pero la
ira era tan grande, que de haberles sido concedida la posibilidad, hubieran
arrojado a Jesús por el precipicio, tal como lo dice el evangelista Lucas:
“llevaron fuera de la ciudad a Jesús con la intención de despeñarlo”.
¿Cuál
es la razón del cambio tan radical en quienes escuchan a Jesús? Analizando sus
palabras, podremos llegar a la respuesta. En un primer momento, Jesús les dice
que “el Espíritu del Señor” se ha “posado sobre Él”, y que lo ha enviado a
“anunciar la liberación a los cautivos y a dar la Buena Noticia a los pobres”,
además de sanar a los enfermos. Cuando el mensaje es positivo y no toca
directamente la necesidad de la conversión, todos están “admirados” de las
“palabras de gracia” que salían de su boca. Es decir, cuando el mensaje no hace
referencia a la necesidad del cambio, todo “está bien” para los asistentes a la
sinagoga, porque esto quiere decir que por un lado, pueden asistir al servicio
religioso y de esa manera tener tranquila la conciencia, porque se cumple con
Dios, y por otro lado, se puede continuar con la vida de todos los días, vida
caracterizada por la falta de caridad para con el prójimo y por la complacencia
de las pasiones. Es decir, es como si los asistentes a la sinagoga dijeran:
“Puedo asistir al servicio religioso, cumplir con Dios, y seguir con mi vida de
pecado de todos los días, ya que no hay necesidad de conversión. Todo está
bien, no tengo nada para cambiar en mi vida”. Así, es lógico que surja la
aprobación a las palabras de Jesús.
Sin
embargo, inmediatamente después, Jesús dice algo que cambiará substancialmente
el ánimo de los asistentes a la sinagoga, porque precisamente les hace ver la
necesidad imperiosa de la conversión del corazón.
Jesús
les cita dos ejemplos del Antiguo Testamento: la visita del profeta Elías a una
viuda de Sarepta, en el país de Sidón (1
Re 17, 7-24). En ese episodio, Elías concede la lluvia esperada –la región
llevaba tres años y medio de sequía- a través de esta viuda, que era pagana y no
pertenecía al Pueblo Elegido, y no lo hace a través de las viudas de Israel. En
teoría, debería haber concedido el milagro de la lluvia a través de alguna de
las viudas de Israel, puesto que estas pertenecían al Pueblo Elegido, y sin
embargo, lo hace a través de una viuda de origen pagano. La razón está en que
esta viuda, a pesar de no pertenecer al Pueblo Elegido, demuestra que posee la
esencia de la religión, que es el amor sobrenatural al prójimo, amor demostrado
en la solicitud con la que atiende al profeta Elías: le da al profeta de su
propio alimento, lo cual demuestra que, aunque no pertenece formalmente al
Pueblo de Dios, posee sin embargo la esencia de la religión, que es la caridad.
La viuda obra con caridad porque ofrenda la totalidad de los alimentos que
tenía para su subsistencia y la de su hijo, y en recompensa, Dios le concede, a
través del profeta Elías, la lluvia, que termina con la sequía, y que tanto la
harina como el aceite no se terminen.
En
el caso del general sirio con lepra que es curado (2 Re 5, 10-13), tampoco pertenece al Pueblo Elegido, pero al
bañarse en el río según lo indica el profeta, demuestra que posee la otra
cualidad esencial de la religión, que es la fe en la Palabra de Dios. En ambos
casos, los dos protagonistas, la viuda y el rey, son paganos, no pertenecen al
Pueblo Elegido, y sin embargo son elegidos por Dios para obrar en ellos sus
milagros. El mensaje que les transmite Jesús entonces es: no basta con
pertenecer formalmente a la Iglesia de Dios; se debe poseer la esencia de la
religión, que es la caridad –como lo hace la viuda de Sarepta- y se debe poseer
la fe, que debe manifestarse en obras –como lo hace el rey pagano que es curado
de la lepra-.
La
enseñanza en los dos episodios es que la esencia de la religión es la caridad –el
episodio de la viuda de Sarepta- y que la fe en Dios debe traducirse en
obediencia práctica a sus mandatos –el episodio del general sirio que es curado
de su lepra-; la falta tanto de caridad como de fe hacen que Dios no se
manifieste con sus milagros y portentos.
El
mensaje indirecto es captado por los integrantes de la sinagoga: al desconfiar
de Jesús, puesto que muchos dicen: “¿No es éste el hijo de José?”, demuestran
que, a pesar de pertenecer al Pueblo de Yahvéh, no poseen ni fe ni caridad, y
este es el motivo por el cual el ánimo cambia substancialmente, y de admiración
por sus palabras, pasan a la furia homicida que lleva a intentar despeñar a
Jesús.
Hoy
sucede lo mismo con muchos cristianos: no tienen fe, porque no creen en Cristo
como Hombre-Dios, muerto en Cruz y resucitado para la salvación de los hombres,
y en consecuencia tampoco tienen caridad, porque la falta de fe en Jesús
bloquea el don del Amor del Sagrado Corazón, que no puede de esta manera llegar
al corazón para convertirlo.
Esta
falta de fe en Cristo como Hombre-Dios, como Cordero de Dios, que se dona con
su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad en la Eucaristía, se ve ante todo
en la misa dominical, puesto que esta es abandonada por el fútbol, la
diversión, los atractivos falsos y vacíos del mundo; la falta de en Cristo Dios
se ve en el enorme crecimiento de las sectas, del ocultismo, de la magia, de la
hechicería, de la superstición, de las falsas devociones a ídolos paganos como
el Gauchito Gil y la Difunta Correa; la falta de fe en Cristo Dios se ve en el
recurso de los cristianos a los Nuevos Movimientos Religiosos, propios de la
Nueva Era, en los que se mezclan el gnosticismo, el ocultismo y el
orientalismo, en desmedro de las enseñanzas de Jesús y sus Mandamientos.
La
falta de caridad en los cristianos se ve en el hecho de que la gran mayoría de
los delitos y crímenes, públicos y ocultos, son realizados por bautizados, es
decir, aquellos que en teoría, deberían transmitir al mundo el Amor y la
Misericordia de Cristo; la falta de caridad de los cristianos se ve en el grado
de violencia en el que se encuentra sumergido el mundo, violencia contraria al
mandamiento del amor de Cristo “Amaos los unos a los otros”, violencia engendrada,
producida, mantenida y exacerbada por cristianos. Los cristianos deberían ser “la
luz del mundo y la sal de la tierra”, y en vez de eso, se han convertido en oscuridad
y en sal insípida que ni alumbran las tinieblas del mundo ni ayudan a sus
prójimos a cargar la Cruz.
Por
último, la falta de fe y caridad de los cristianos se ve en la ausencia de
grandes santos, como los que caracterizaron y caracterizan a la Iglesia en
todos los tiempos, porque para llegar a la santidad, se necesita creer en las
palabras de Jesús: “El que quiera seguirme, que cargue su Cruz y me siga”, y seguirlo significa seguirlo camino del Calvario, lo cual quiere decir negarse a sí mismo en las
pasiones desordenadas. Negarse a sí mismo para seguir a Cristo camino del Calvario significa estar dispuestos a morir antes de cometer un pecado
mortal, antes de perder la gracia santificante, y esto es válido para cualquier cristiano en cualquier estado de vida: para un político, significa estar dispuesto a morir, antes que aceptar dinero a cambio de votar leyes contrarias a la vida; para un joven, significa estar dispuesto a morir, antes que faltar a los Mandamientos de Dios, principalmente los relativos a la pureza; para un hombre casado, significa estar dispuesto a morir antes que cometer una traición contra el matrimonio; para un niño, significa estar dispuesto a morir antes que levantar la voz a sus padres; para un comerciante, significa estar dispuesto a morir antes que aceptar mercancía robada o de dudosa procedencia, o vender mercancía que induce al otro a cometer pecados; para un científico, significa estar dispuesto a morir, antes que trabajar en un proyecto que sea contrario a las leyes divinas; para un sacerdote, significa estar dispuesto a morir, antes que traicionar la Verdad de Cristo.
La crisis de fe conduce, inevitablemente, a la crisis de santos, y por eso hoy no se ven santos como en la Edad Media. Sin embargo, el Evangelio de hoy, con los ejemplos de la viuda de Sarepta y de Naamán el Sirio, que recibieron grandes dones de parte de Dios, a causa de su caridad y de su fe, nos alienta a crecer en estas dos virtudes, esenciales para ser santos y en consecuencia para alcanzar la vida eterna. A ejemplo de estos dos paganos, los demás deberían ver en cada cristiano una imagen viviente de Cristo Jesús, que brilla en las tinieblas del mundo por su fe, su esperanza y su caridad.
La crisis de fe conduce, inevitablemente, a la crisis de santos, y por eso hoy no se ven santos como en la Edad Media. Sin embargo, el Evangelio de hoy, con los ejemplos de la viuda de Sarepta y de Naamán el Sirio, que recibieron grandes dones de parte de Dios, a causa de su caridad y de su fe, nos alienta a crecer en estas dos virtudes, esenciales para ser santos y en consecuencia para alcanzar la vida eterna. A ejemplo de estos dos paganos, los demás deberían ver en cada cristiano una imagen viviente de Cristo Jesús, que brilla en las tinieblas del mundo por su fe, su esperanza y su caridad.
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