“Fueron
a predicar, exhortando a la conversión” (Mc
6, 7-13). Jesús envía a los discípulos a predicar la Buena Noticia de la
llegada del Reino de Dios y al enviarlos les concede poder para realizar signos
o milagros –curación de enfermos, expulsión de demonios- que actuarán
reforzando la fe de quienes escuchen.
El
motivo por el cual Jesús da este poder divino a sus discípulos, como el curar
enfermos o expulsar demonios, es ayudar a la conversión, porque la conversión
es esencial para poder entrar a ese Reino de los cielos que “está cerca” y “ya
ha llegado”.
Aun
cuando la concesión de poderes divinos sea la causa de los signos
extraordinarios que acompañan la misión, el objetivo de la prédica de los
discípulos no es ni la curación de enfermos ni la expulsión de demonios, sino
la conversión: “Fueron a predicar, exhortándolos a la conversión”, y el motivo
es que sólo un corazón convertido es capaz de recibir primero en la tierra, en
la mente y en el corazón, la noticia del Reino, y de entrar después, en la vida
eterna, en el Reino de los cielos.
La
conversión es algo absolutamente necesario para la salvación porque, como
consecuencia del pecado original, el corazón humano ha quedado invertido y
mirando en un sentido opuesto al sentido original, de manera tal que si en el
momento de su creación fue creado orientado a Dios -para poder así recibir de Él
su influjo vital, su luz, su amistad, su amor-, a causa del pecado original, ha
quedado orientado hacia el sentido opuesto, es decir, ha quedado orientado hacia
las cosas terrenas, hacia la oscuridad, hacia las propias pasiones, hacia el
mundo, hacia las tinieblas. Además de invertido el sentido, el corazón sin
conversión es duro como una piedra, negro como el carbón y frío como el hielo,
y es imposible de toda imposibilidad que pueda salir de ese estado con sus
solas fuerzas naturales.
Sólo la gracia santificante puede obrar el milagro de la
conversión del corazón, es decir, del retorno del corazón hacia su orientación
primigenia, el rostro de Dios. Sólo la gracia santificante puede hacer que el
corazón deje de mirar hacia las cosas terrenas y bajas, y se vuelva hacia el
Sol de justicia, que es Dios, en un movimiento que recuerda al de los girasoles
en el paso de la noche al día, cuando ante la salida del sol, se orientan y
siguen su recorrido por el cielo. Sólo la gracia santificante puede hacer que
el corazón no solo deje de ser duro, frío y negro, sino que se convierta en una
imagen viviente del Sagrado Corazón. Sólo la gracia santificante puede obrar el
milagro de la conversión del corazón, conversión por medio de la cual deja de
mirar las cosas de la tierra, para orientar la mirada del alma hacia el Sol del
Nuevo Amanecer, el Sol que sale en el horizonte de la eternidad, el altar
eucarístico, Jesús Eucaristía.
“Fueron a predicar, exhortándolos a la conversión”. El alma
que se convierte contempla, como el girasol al sol, al Sol de justicia, la
Eucaristía, y se deja iluminar por su luz, luz que es Amor y Vida eterna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario