miércoles, 13 de febrero de 2013

“El que quiera venir tras de Mí, se niegue a sí mismo, cargue su Cruz cada día y me siga”



“El que quiera venir tras de Mí, se niegue a sí mismo, cargue su Cruz cada día y me siga” (Lc 9, 22-25). En un solo renglón, Jesús nos da el camino para conseguir la felicidad que tanto anhelamos. El hecho de que no lo sigamos, o de que lo hagamos con reticencia, se debe a que el camino que nos propone no es como lo imaginamos, ni como lo presenta el mundo. No se trata de un camino fácil, lleno de complacencias, de gustos mundanos, de felicidades pasajeras y superficiales. Se trata del camino de la Cruz, porque se trata de seguirlo a Él, que va camino del Calvario, cargando la Cruz.
         Se trata también de un camino de amor que es elegido libremente, ya que Jesús no nos obliga, puesto que dice: “El que quiera seguirme”. Jesús no nos obliga a seguirlo, Él sólo pasa al lado nuestro, caminando, abrazando la Cruz, cubierto de heridas sangrantes, de golpes y de hematomas, coronado de espinas, y nos dice: “Si quieres seguirme, sígueme”. Y por esto es un camino de amor, porque debemos amar a Jesús para tomar la cruz y seguirlo. Pero como se trata del Via Crucis, del Camino Real del Calvario, que lleva a la cima del Monte Gólgota, en donde Jesús será crucificado, seguir a Jesús implica ser también nosotros crucificados junto con Él, y es esto lo que Jesús quiere decir cuando nos dice: “El que quiera seguirme, se niegue a sí mismo, cargue su Cruz cada día y me siga”. “Negarse a sí mismo” significa obrar en contra de nuestra naturaleza caída, en contra del desorden de las pasiones que buscan de imponerse a la razón. La negación de sí mismos es la mortificación y constituye el camino más rápido para llegar a la santidad, porque cuanto más negamos al cuerpo lo que el cuerpo no necesita, cuanto más contrariamos nuestra tendencia al enojo, a la queja, a la impaciencia, a la crítica, al egoísmo, tanto más fácilmente seguimos a Jesús camino de la cruz.  Esta es una tarea cotidiana, que comienza al despertar y continúa incluso estando dormidos, por eso Jesús nos dice “cada día”, porque no podemos decir nunca, mientras vivamos en esta vida que “ya estamos convertidos” y que por lo tanto no necesitamos de la mortificación y de la cruz. El querer seguir a Jesús, el negarse a sí mismo, el cargar la cruz, el seguir efectivamente a Jesús, es una tarea que terminará solamente el día que demos el último suspiro, el día de nuestra muerte. Hasta tanto, la propuesta de Jesús “El que quiera venir tras de Mí se niegue a sí y cargue su Cruz cada día y me siga”, para quien ame verdaderamente a Jesús y quiera participar de su amor en la vida eterna, será la consigna que guiará sus días en la tierra, como único modo de conquistar la eterna bienaventuranza.
         “El que quiera venir tras de Mí, se niegue a sí mismo, cargue su Cruz cada día y me siga”. Muchos toman la resolución de seguir a Jesús, pero no combaten su propio egoísmo, su impaciencia, su falta de caridad, su susceptibilidad, su apego a sus propias opiniones, su pereza, su acedia, su falta de oración, su falta de lucha, todo lo cual es igual a aferrar la cruz para inmediatamente tirarla. La Cuaresma es el tiempo para abrazar la cruz de todos los días, negarse a sí mismo y seguir a Cristo camino del Calvario, para ser crucificados con nuestras pasiones, único modo de resucitar a la vida de la gracia en el tiempo y a la vida eterna en los cielos.

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