“El
que quiera venir tras de Mí, se niegue a sí mismo, cargue su Cruz cada día y me
siga” (Lc 9, 22-25). En un solo
renglón, Jesús nos da el camino para conseguir la felicidad que tanto
anhelamos. El hecho de que no lo sigamos, o de que lo hagamos con reticencia,
se debe a que el camino que nos propone no es como lo imaginamos, ni como lo
presenta el mundo. No se trata de un camino fácil, lleno de complacencias, de
gustos mundanos, de felicidades pasajeras y superficiales. Se trata del camino
de la Cruz, porque se trata de seguirlo a Él, que va camino del Calvario,
cargando la Cruz.
Se trata también de un camino de amor que es elegido
libremente, ya que Jesús no nos obliga, puesto que dice: “El que quiera seguirme”. Jesús no nos obliga a
seguirlo, Él sólo pasa al lado nuestro, caminando, abrazando la Cruz, cubierto
de heridas sangrantes, de golpes y de hematomas, coronado de espinas, y nos
dice: “Si quieres seguirme, sígueme”. Y por esto es un camino de amor, porque
debemos amar a Jesús para tomar la cruz y seguirlo. Pero como se trata del Via
Crucis, del Camino Real del Calvario, que lleva a la cima del Monte Gólgota, en
donde Jesús será crucificado, seguir a Jesús implica ser también nosotros
crucificados junto con Él, y es esto lo que Jesús quiere decir cuando nos dice:
“El que quiera seguirme, se niegue a sí mismo, cargue su Cruz cada día y me
siga”. “Negarse a sí mismo” significa obrar en contra de nuestra naturaleza
caída, en contra del desorden de las pasiones que buscan de imponerse a la
razón. La negación de sí mismos es la mortificación y constituye el camino más
rápido para llegar a la santidad, porque cuanto más negamos al cuerpo lo que el
cuerpo no necesita, cuanto más contrariamos nuestra tendencia al enojo, a la
queja, a la impaciencia, a la crítica, al egoísmo, tanto más fácilmente seguimos
a Jesús camino de la cruz. Esta es una
tarea cotidiana, que comienza al despertar y continúa incluso estando dormidos,
por eso Jesús nos dice “cada día”, porque no podemos decir nunca, mientras
vivamos en esta vida que “ya estamos convertidos” y que por lo tanto no
necesitamos de la mortificación y de la cruz. El querer seguir a Jesús, el
negarse a sí mismo, el cargar la cruz, el seguir efectivamente a Jesús, es una
tarea que terminará solamente el día que demos el último suspiro, el día de
nuestra muerte. Hasta tanto, la propuesta de Jesús “El que quiera venir tras de
Mí se niegue a sí y cargue su Cruz cada día y me siga”, para quien ame
verdaderamente a Jesús y quiera participar de su amor en la vida eterna, será
la consigna que guiará sus días en la tierra, como único modo de conquistar la
eterna bienaventuranza.
“El que quiera venir tras de Mí, se niegue a sí mismo, cargue
su Cruz cada día y me siga”. Muchos toman la resolución de seguir a Jesús, pero
no combaten su propio egoísmo, su impaciencia, su falta de caridad, su susceptibilidad,
su apego a sus propias opiniones, su pereza, su acedia, su falta de oración, su
falta de lucha, todo lo cual es igual a aferrar la cruz para inmediatamente tirarla.
La Cuaresma es el tiempo para abrazar la cruz de todos los días, negarse a sí
mismo y seguir a Cristo camino del Calvario, para ser crucificados con nuestras
pasiones, único modo de resucitar a la vida de la gracia en el tiempo y a la vida eterna en los cielos.
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