(Domingo
IV - TP - Ciclo B – 2015)
“Yo Soy el Buen Pastor” (Jn 10, 11-18). Jesús utiliza la figura
de un pastor de ovejas para representar su misterio pascual de muerte y
resurrección y puesto que se trata de un oficio ancestral y universal, que no se
limita solo a la región de Palestina y que existe mucho antes que Jesús, la
parábola puede aplicarse universalmente, en todo tiempo y por todas las
culturas.
El misterio pascual del Hombre-Dios se grafica y
representa entonces con la figura de un pastor humano, pero no solo de un
pastor, sino de un “buen” pastor, ya que Jesús lo dice explícitamente: “Yo Soy
el Buen Pastor”. Es decir, Jesús se compara con un pastor dedicado a su rebaño,
que se preocupa por sus ovejas, al punto de arriesgar su vida por ellas: “El
Buen Pastor da su vida por sus ovejas”. Él es un pastor bueno y por lo tanto verdadero, que se contrapone al pastor falso, que no da la
vida por las ovejas porque “no le pertenecen, puesto que es un “pastor asalariado”, ya que el rebaño no es suyo y esa es la razón por la cual trabaja por dinero. El falso pastor, a diferencia del buen pastor, cuida a las ovejas solo por el
interés del dinero y no por el bien del rebaño y es por eso que, cuando ve
venir al lobo, huye, dejando a las ovejas indefensas, a merced del lobo: “El
asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas,
cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y dispersa.
Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas”. Jesús es el Buen Pastor; es
un pastor que se diferencia netamente del mal pastor, desde el momento en que
este último abandona a las ovejas y no le importa la suerte que estas corran.
Jesús utiliza entonces la figura de un pastor humano
bueno, que hace frente al lobo cuando este aparece, a diferencia del pastor
malo o falso que, cuando aparece el lobo, abandona a las ovejas, dejándolas a
merced de lobo. Jesús no es cualquier pastor, sino un pastor “bueno”: así como entre
los hombres un buen pastor da la vida por sus ovejas, al acompañarlas en su
pastoreo y al hacer frente a las bestias salvajes que pretenden devorarlas, así
Jesús, el Buen Pastor que es Cristo, da la vida por sus ovejas.
Ahora bien, para entender mejor la figura del Buen
Pastor, es necesario hacer una traslación de los elementos presentes en la
figura y darles su real y verdadero sentido y significado sobrenatural, porque
Jesús utiliza la imagen del Buen Pastor para graficar, como dijimos, una
realidad sobrenatural, la realidad de su misterio pascual de muerte y
resurrección.
El Buen Pastor es Jesús; el rebaño es la humanidad
redimida, que ha recibido el bautismo y ha entrado en el redil de las ovejas,
la Iglesia Católica; las “otras ovejas”, son los hombres que todavía no han
recibido el bautismo, pero que están llamados a recibirlo; el cayado del buen pastor
es la cruz; el lobo es el demonio; el aprisco al que baja el buen pastor es
esta tierra, porque Jesús baja del cielo a la tierra por la Encarnación; la
oveja herida es la humanidad caída por el pecado original; el aceite con el que
el buen pastor cura a su oveja, es la gracia santificante.
Jesús es entonces el Buen Pastor, porque obra como el
buen pastor que literalmente da la vida por sus ovejas: así como el buen pastor,
cuando ve que llega el lobo, no las deja a estas abandonadas, sino que le hace
frente al lobo y lo ahuyenta a riesgo de su propia vida, así hace Jesucristo,
que desde la cruz, enfrenta y derrota al Lobo Infernal, el demonio, ofrendando
su vida al Padre, salvándonos de las acechanzas del Lobo infernal y evitando
nuestra eterna condenación.
Jesús da la vida por sus ovejas, no solo salvándolas de
las dentelladas del Lobo infernal, sino acudiendo en su auxilio cuando alguna
de sus ovejas, extraviada, cae por el barranco. Al igual que un buen pastor
humano, que si una oveja, desviándose por el camino, se resbala y cae por la
ladera, fracturándose los huesos y quedando malherida en el fondo del barranco,
no duda en arriesgar su vida y descender por la ladera del barranco por más
empinada que sea, apoyándose en su cayado para acudir en su auxilio y vendarla,
aplicándole aceite en sus heridas para luego cargarla sobre sus hombros y
llevarla segura al redil, así Jesucristo, Buen Pastor, desciende desde el
cielo, hasta el fondo barranco de esta tierra -que eso es la Encarnación-, y
desciende con el cayado de la cruz, para curar al hombre, que ha caído del
Paraíso, desbarrancándose por el pecado original -quedando herido de muerte-, lo
cura con el aceite de su gracia santificante, le da a beber de su Sangre, lo
carga sobre sus hombros, y lo conduce seguro, hacia el redil, hacia el Reino de
los cielos.
“Yo
Soy el Buen Pastor”. Cristo en la Eucaristía es el Buen Pastor que nos alimenta
a nosotros, sus ovejas, con el pasto verde de su Cuerpo glorioso y con el agua
fresca de su gracia santificante; Él en la Eucaristía es el Buen Pastor que nos
da su Vida, su vida de Pastor resucitado, que es la Vida Eterna, la Vida misma
de Dios Uno y Trino, y a Él, nuestro Buen Pastor resucitado, le clamamos como
Iglesia: “Tú, que eres
nuestro Buen Pastor resucitado, ten piedad de nosotros”[1].
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