miércoles, 25 de diciembre de 2019

Octava de Navidad 7 2019


Resultado de imagen de la adoracion de los magos

         Al contemplar la escena del Pesebre de Belén, nos damos con los siguientes personajes: se encuentran tres personas, dos humanas, la Virgen y  San José, y una divina, la Segunda de la Trinidad, en forma de Niño; además, hay dos animales, quienes son los habitantes “originales” del pesebre, un buey y un asno[1].
         ¿Por qué están presentes estos dos animales? Su presencia no se debe a la imaginación de San Francisco de Asís, inventor del pesebre, ni a la imaginación de ninguna comunidad cristiana. Su presencia, aunque no es mencionada en los Evangelios, sí lo es por los Padres de la Iglesia y también por el Antiguo Testamento. En efecto, los Padres de la Iglesia, al meditar sobre el pasaje “El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño” (Is 1, 3), aplicaron este versículo a todos los hombres, ya que contemplaron en esos animales a todos aquellos a quienes el Mesías había venido a salvar.
         La presencia de estos animales en el Pesebre está entonces justificada, completando la imagen de Belén: el Niño Dios, la Virgen, San José y la humanidad entera, representada en los animales, humanidad a la que el Mesías viene a salvar. Cuando se analiza el versículo del Profeta Isaías, se puede apreciar el simbolismo de los animales reales, verdaderamente presentes en el momento del Nacimiento. Isaías dice: “El buey conoce a su dueño y el asno el pesebre de su amo; pero Israel no conoce, mi pueblo no tiene entendimiento” (Is 1, 3). En este pasaje Dios, quien habla por boca de Isaías-, hace una alabanza de los dos animales, el buey y el asno, desde el momento en que demuestran “conocer a su dueño” y al “pesebre de su amo”; sin embargo, el mismo Yahvéh se queja de Israel, porque no es capaz de entender, al carecer de entendimiento: “mi pueblo no tiene entendimiento”. Nos preguntamos: ¿qué es lo que no entiende Israel? Lo que Israel no entiende es que Yahvéh es el único Dios que debe ser adorado y que como Pueblo Elegido, no debe postrarse ante ídolos y mucho menos ante el becerro de oro, no solo porque nunca le darán felicidad, sino porque esta actitud de Israel es un ultraje a Yahvéh, el Dios Verdadero, que es intercambiado por ídolos abominables.
         Ahora bien, si aplicamos el pasaje a la escena del Pesebre –podemos suponer que la gruta de Belén símbolo del corazón humano-, podríamos decir que Dios Padre tiene la misma queja con respecto al Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, porque podría decir que tanto el buey como el asno han reconocido al Mesías y se han acercado a la gruta de Belén para homenajearlo y proporcionarle calor con sus cuerpos; sin embargo, el Nuevo Israel, el Nuevo Pueblo de Dios, no conoce al Niño Dios y si no lo conocen, no lo aman y por eso no se acercan a adorarlo”.
En otras palabras, lo que se quiere decir es que muchos de aquellos elegidos por el Niño Dios para ser Nuevo Pueblo, los cristianos católicos, no ven en el Niño de Belén a Dios Hijo encarnado y al no verlo, no lo aman, no lo entienden, no lo adoran y entonces cometen el mismo error del Pueblo Elegido: en vez de postrarse ante el Único Dios Verdadero, que viene en forma de Niño humano, van a postrarse ante dioses e ídolos paganos que son mudos, ciegos y sordos y que no pueden salvar de ninguna manera. Hay una multiplicidad de ídolos ante los que los católicos se postran, cuando no se postran ante el Niño de Belén: el poder autoritario, el dinero ilícito, el ocultismo, el placer, el materialismo, la cultura de la muerte, el cine, la música y la cultura anti-cristianos, etc.
         “El buey conoce a su dueño y el asno el pesebre de su amo; pero Israel no conoce, mi pueblo no tiene entendimiento”. Cuando nos encontremos delante de la escena del Pesebre, pidamos la gracia de ser como el buey y el asno, que aunque son irracionales, reconocen, con su entendimiento animal, irracional, a su Creador, y desde ese reconocimiento natural, con la luz de la inteligencia iluminada por la fe, reconozcamos, en el Niño de Belén, a la Segunda Persona de la Trinidad, al Verbo Eterno del Padre, que ha venido a nuestro mundo como un Niño humano, para salvarnos. Y si el buey y el asno, con su corporeidad animal, proporcionaron calor al Niño en la fría noche de Nochebuena, nosotros, con nuestros pobres corazones, le demos el calor de nuestro humilde amor a Dios que se ha hecho Niño y así el Niño Dios, en recompensa, encenderá en el fuego del Divino Amor nuestros corazones.



[1] Con relación a este tema, los medios de comunicación masivos han desatado una polémica, al sostener que el Santo Padre Benedicto XVI afirmó, en su libro “Infancia de Jesús”, que “había que quitar al buey y al asno del pesebre, puesto que su presencia no tenía fundamentos evangélicos, al no ser nombrados en los Evangelios”. Además de sostener que el Santo Padre nunca dijo esto, sino que fue una burda tergiversación de los medios de (in)comunicación masiva, ofrecemos esta meditación en apoyo a lo que el Santo Padre SÍ quiso expresar, que es todo lo opuesto: el buey y el asno tienen fundamento bíblico y teológico, y por eso deben permanecer en el pesebre.

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