domingo, 22 de diciembre de 2019

Navidad 23 de diciembre 2019


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            “¿Qué será este niño?” (Lc 1, 57-66). Para comprender este Evangelio –para saber quién llegará a ser el Bautista-, es necesario leerlo a la luz del Evangelio de la Visitación, en donde se dice que “El niño saltó de alegría al oír el saludo de María” (cfr. Lc 1, 39-45). La Santísima Virgen, que ha concebido por obra del Espíritu al Verbo de Dios, va a visitar a Santa Isabel, quien también está encinta. Cuando el niño que lleva Isabel escucha la voz de la Virgen, salta de alegría en su seno y este hecho no puede explicarse sino por un hecho sobrenatural, por la acción del Espíritu Santo.
          La Santísima Virgen no es portadora de un niño santo: Ella es la portadora del Verbo Eterno del Padre; Ella es quien trae a la tierra a la Palabra del Padre eternamente pronunciada, encarnada en su seno por el Santo Espíritu de Dios; la Virgen es la Custodia Viviente que lleva en su seno purísimo al Hijo de Dios, al Logos Eterno del Padre, a la Palabra eternamente pronunciada, generado, no creado, en el seno del Padre desde siglos sin fin y encarnado en el tiempo en el seno virgen de María.
          “El niño saltó de alegría al oír el saludo de María”. El movimiento que implica el salto del Bautista en el seno de Isabel no es un movimiento entre tantos, de los que experimentan las madres que están embarazadas: se trata de un movimiento especial, originado no en la fisiología o en el cuerpo del Bautista, sino en la alegría que le comunica el Espíritu Santo al escuchar la voz de la Virgen. El Bautista salta de alegría cuando escucha la voz de la Virgen y quien le hace escuchar la voz de la Virgen no como la voz de un humano, sino como la voz de la Madre de Dios –es lo que explica la alegría del Bautista- es el Santo Espíritu de Dios, como ya dijimos. No se trata de una alegría más entre tantas, ni es una alegría que se origina en causas terrenas: es una alegría sobrenatural, que no se origina en este mundo, sino en el Espíritu Santo y en la Virgen, como portadora de Aquel que es la Alegría Increada, Cristo Jesús.
          “El niño saltó de alegría al oír el saludo de María”. La causa de la alegría del Bautista, y que será el núcleo de su prédica cuando adulto, es que la Virgen, Aurora y Estrella de la Mañana que anuncia el fin de la noche y la llegada del día, porta con Ella al Sol de justicia, Cristo Jesús; Es la Virgen quien nos anuncia que con Ella viene, en su seno, la Luz eterna del Padre, que ha venido a iluminar, con la luz de su gracia y de su gloria, a nuestro mundo que vive inmerso “en tinieblas y en sombras de muerte”.
“El niño saltó de alegría al oír el saludo de María”. Juan el Bautista se alegra porque escucha a la voz de la Virgen que anuncia su Visita y, con Ella, la Visita del Hijo de Dios; sin embargo, no debe ser sólo él quien se alegre por el saludo de la Virgen: todo cristiano, al escuchar por medio de la Iglesia el anuncio de la Llegada del Niño Dios que prolonga su Encarnación en cada Eucaristía, debe saltar de alegría como el Bautista en el seno de Isabel. Por la Virgen viene al mundo el Verbo Encarnado; por la Iglesia viene al mundo ese mismo Verbo Encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía.
          La alegría de la Navidad debe estar causada e impregnada por la misma alegría sobrenatural del Bautista y no por una alegría mundana y pasajera –fiestas, regalos, banquetes-, porque se trata de una alegría que viene del cielo y es traída por la potencia del Espíritu Santo. Y por la potencia del Espíritu Santo, se renueva cada vez sobre el altar el prodigio que el Espíritu hizo en María: así como el Espíritu llevó al Hijo del Padre y lo encarnó en las entrañas virginales de María Santísima, así el Espíritu Santo, por su poder, realiza la prolongación de la encarnación del Verbo en el seno de María Iglesia, el altar eucarístico, para que el Hijo de Dios, presente en la Eucaristía, nazca en los corazones que lo reciban con amor, fe y gracia.
“El niño saltó de alegría al oír el saludo de María”. Al escuchar el anuncio de la Iglesia de la llegada del Verbo de Dios, por las palabras de la consagración, los cristianos, al igual que el Bautista, deberíamos saltar de alegría al saber que María Iglesia nos trae en cada misa al Verbo de Dios, a Dios Niño, oculto bajo las apariencias de pan, así como ayer estuvo oculto bajo la forma de un niño humano.
          La alegría del encuentro con Cristo Eucaristía, que viene al alma por la acción de María Iglesia, debe ser la verdadera alegría del católico en Navidad.


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