sábado, 21 de diciembre de 2019

“José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo”



(Domingo IV - TA - Ciclo C - 2019 – 2020)

         “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo” (Mt 1, 18-24). El Evangelio nos relata, en una sola frase, el origen celestial y divino del Niño que está concebido en el seno purísimo de María: viene del cielo, porque ha sido concebido por obra del Espíritu Santo. El Niño que ha sido concebido no es otro que el Hijo de Dios, el Verbo Eterno del Padre, que procede eternamente del Padre. El Niño concebido en el seno purísimo de la Virgen María no proviene de hombre alguno: si bien nace en el tiempo y su humanidad es creada por obra del Espíritu Santo, también su origen es eterno y por obra del Espíritu Santo es que es concebido en el seno de María Santísima. El Evangelio nos revela así la doble naturaleza de Jesús, una naturaleza humana, por eso es concebido en el seno de María y nace en el tiempo, y una naturaleza divina, porque es engendrado en el seno del eterno del Padre desde toda la eternidad.
         Éste es el secreto de la Navidad: el Niño que nace en Belén no es un niño humano; no es un niño santo, ni siquiera el más santo de todos los niños santos: el Niño que nace en Belén es el Niño Dios, es Dios que sin dejar de ser Dios, se hace Niño, para que nosotros, siendo niños por la gracia, nos hagamos Dios por participación.
         Al contemplar el Pesebre de Belén, debemos recordar el Evangelio y las palabras del Ángel dichas a San José: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo”. Si fuera de otra manera, si el Niño fuera obra de una concepción humana, podría llegar a ser santo y un gran santo, pero de ninguna manera sería el Redentor de la humanidad, el Salvador de los hombres, el Vencedor Invicto del Pecado, del Demonio y de la Muerte. Pero el Niño que es concebido en María por obra del Espíritu Santo, el Niño que nace en Belén, es Dios Hijo encarnado, que ha venido a este mundo de lágrimas, de oscuridad y de tinieblas de muerte, para iluminarnos con la luz de su gloria, para disipar las tinieblas de muerte en las que estamos inmersos sin darnos cuenta, para derrotar a nuestros tres grandes enemigos, el Demonio, el Pecado y la Muerte; ha venido para darnos su gracia y adoptarnos como hijos de Dios, para llevarnos al cielo y hacernos herederos del Reino de Dios; ha venido, en fin, para donársenos como Pan Vivo bajado del cielo, como Pan de Vida eterna, en la Eucaristía, para que nos alimentemos con su substancia divina, para que nos alimentemos con el manjar de los ángeles en el tiempo que nos queda de vida terrena, para que luego sigamos adorándolo en la gloria del Reino de Dios.
         El Niño que nace en Belén para Navidad es el fin de nuestras vidas, es la alegría de nuestros corazones, es el Emmanuel, el Dios con nosotros; es la esperanza que tenemos para salir de esta vida de tinieblas y llegar al Reino de la luz. Y hasta que eso suceda, el Niño de Belén, el mismo Niño que nace en Belén, Casa de Pan, se nos entrega en cada Eucaristía, para que su gloria, su alegría y su vida divina sean nuestras, en el tiempo y en la eternidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario