lunes, 23 de diciembre de 2019

Navidad 25 de diciembre de 2019


Resultado de imagen de la adoracion de los magos

          En el día de Navidad, la Iglesia nos presenta una imagen por todos conocida, la imagen del Sagrado Pesebre de Belén. En esta imagen podemos ver a una joven madre, primeriza, que sostiene embelesada a su Hijo recién nacido; podemos ver al padre de este niño –en realidad sabemos que es un padre adoptivo, porque el verdadero Padre del Niño de Belén es Dios Padre-, el cual se encuentra también extasiado por el niño, al cual adora y contempla con amor inefable, igual que la Madre. En el Portal de Belén vemos también animales, un burro y un buey, puesto que el lugar en donde nació el Niño era originalmente un establo para estos mansos animales campestres.
          Para el día de Navidad, el día inmediato posterior a Nochebuena, la Iglesia nos presenta, para la contemplación, al Niño que ha nacido en Belén, junto a su Madre y a su padre adoptivo.
          Si lo vemos con ojos humanos, podríamos creer que el Pesebre de Belén se trata de nada más que un hecho cultural, como el retrato del nacimiento de un niño hebreo pobre en un lugar que está destinado al descanso de los animales
          Ahora bien, esto es lo que nos dicen los sentidos y puesto que nuestra religión es una religión de misterios, debemos trascender lo que nos dicen los sentidos e incluso la inteligencia, para por la gracia ser iluminados por el misterio de Belén.
          ¿De qué manera trascender lo que los sentidos y la inteligencia nos dicen?
          La pregunta es importante porque en el mundo en el que vivimos, un mundo materialista y agnóstico, relativista y consumista, el cristianismo y más específicamente el catolicismo, ha pasado a ser nada más que una construcción cultural, forjada por siglos caracterizados por visiones arcaicas, al cual hay que deconstruir y desmitificar, porque está “atrasado”. Para el mundo materialista, ateo y consumista de hoy, el catolicismo con sus misterios es solamente el producto de una construcción cultural, forjada a través de los siglos, que representa la cosmovisión hebrea, romana y palestina de tiempos antiguos, pero que ha quedado “desfasada” con relación a los tiempos post-modernos como el nuestro.
          Para el mundo, el catolicismo es solo una cosmovisión antigua, de origen greco-hebreo-romana, que tenía una forma determinada de relacionarse con la divinidad, la cual ha perdurado hasta nuestros días, pero esa cosmovisión ha quedado arcaica y necesita ser modificada. Para el mundo de hoy, por lo tanto, el Pesebre de Belén no es más que un hecho artificial cultural que debe ser modificado cuanto antes, o más bien, que debe ser dejado de lado.
          Para el mundo de hoy el catolicismo, con el mensaje del Pesebre, de un Dios que se encarna para salvar al mundo, es algo que debe ser cambiado y reemplazado por nuevas cosmovisiones. El mundo de hoy considera que el contacto con la divinidad, propiciado por el catolicismo, que se da mediante un Mediador entre Dios y los hombres, que es el Niño de Belén, Cristo Jesús, debe dejar paso a una nueva cosmovisión en la que el hombre no tiene necesidad de mediador alguno, porque él es su propio dios.
          Esta visión pagana e inmanentista del mundo moderno –que es la visión de la Nueva Era- es radicalmente falsa y ésa es la razón por la cual debemos volver la mirada del alma al Pesebre de Belén, para descubrir en él los misterios divinos, revelados en el Niño de Belén.
          En otras palabras, en la imagen del Pesebre de Belén se contiene la Verdad Absoluta de Dios Trino, Verdad que en cuanto tal es Inmutable e Increada y se ha materializado, se ha hecho carne, en el Niño del Pesebre: Dios, Acto de Ser perfectísimo, purísimo, omnipotente y omnisciente, sin dejar de ser lo que es, se nos manifiesta como un débil niño humano recién nacido. Porque es Dios Hijo encarnado, el Niño de Belén es un sacramento, es el sacramento del Padre, “que el Padre envía por su Espíritu para revelársenos, y para que entremos en contacto, por medio de este Niño, con Él”[1].
          Si el Niño de Belén es un sacramento, es entonces un misterio, porque el sacramento es un misterio, desde el momento en que en el sacramento se unen de modo misterioso y de manera indisoluble, un elemento divino, sobrenatural, y un elemento humano, natural, creatural[2].
          Ésta es la cosmovisión del catolicismo, que es perenne y eterna, inmutable a través de los siglos: el Niño que nace en Belén es un sacramento, porque en Él se unen de modo misterioso lo divino y lo humano: se unen la Persona y naturaleza divina del Hijo del Padre eterno, el Logos del Padre, con la naturaleza humana de Jesús de Nazareth; se unen el Verbo Increado con el cuerpo y el alma humanos de Jesús de Nazareth, creados por el Espíritu Santo en el momento de su Inmaculada Concepción en el seno virginal de María Santísima.
          Como todo sacramento, que por por medio de lo visible y creatural revela lo invisible y divino, el Niño de Dios, a través de la visibilidad de su naturaleza humana, revela el misterio absoluto de Dios, el plan salvífico de Dios Trino para la humanidad, que pasa por su misterio pascual de muerte y resurrección. El Niño de Belén, Sacramento del Padre, hace aparecer visiblemente, a los ojos del los hombres, la gloria Increada del Dios invisible, de este Dios que, habitando en una luz inaccesible, empieza también a habitar en el Portal de Belén, para luego inhabitar en los corazones de los hombres por medio de la gracia. El Dios inaccesible se hace accesible por medio de la encarnación en este Niño que nace del seno virgen de María.
En esto consiste el misterio de Navidad y la novedad siempre nueva y que nunca pierde su novedad, aunque pasen los siglos: el Niño que nace en Belén es el Sacramento del Padre, que viene a nuestro mundo para iluminarnos con la luz de su gloria.
Al contemplar el Pesebre de Belén, no nos dejemos llevar simplemente por lo que ven nuestros ojos y por lo que nos dice nuestra inteligencia, sino que nos dejemos iluminar por la luz de la fe: el Niño Dios, Sacramento del Padre, constituido por la unión invisible e indisoluble de lo divino y humano –en su Persona divina se unen la naturaleza divina y humana, sin confusión- es un misterio imposible siquiera de imaginar para la razón humana, por lo que, para contemplar el Pesebre de Belén, es preciso e imperioso implorar la luz del Espíritu Santo, única forma de trascender lo que aparece a los sentidos y a la inteligencia y único modo de no ver a una simple mujer hebrea que da a luz a su unigénito, sino a la Madre de Dios que, permaneciendo Virgen, da a luz al Hijo Eterno del Padre, que se nos manifiesta como Dios hecho Niño.




[1] Cfr. Juan Alfaro, Cristo, Sacramento del Padre, ...
[2] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, ...

No hay comentarios:

Publicar un comentario