“Habéis
convertido la Casa de mi Padre en una cueva de ladrones” (Jn 2, 13-22). Jesús llega a Jerusalén y al entrar en el
templo, se da con la desagradable visión del templo convertido en un mercado de
compra y venta de mercaderías, además de una casa de cambios monetarios. Esto desencadena
la ira de Jesús, quien arma un látigo de cordeles y comienza a echar a los
mercaderes del templo, a los vendedores de bueyes y palomas y a los cambistas
con sus mesas, como lo relata el Evangelio. Mientras lleva a cabo su acción
purificadora, Jesús da la razón de su ira: han convertido la Casa de su Padre,
el Templo, en un mercado. En otras palabras, en donde se debe adorar a Dios, se
adora el dinero.
Ahora
bien, para entender un poco más el episodio del Evangelio y ver mejor el
aspecto espiritual, debemos reemplazar todos los elementos naturales y
reemplazarlos por elementos espirituales y sobrenaturales. Así, el Templo, es
la “Casa del Padre” de Jesús, es decir, es la Casa de Dios y como tal, está
destinado a la oración, a una función eminentemente espiritual y no al
intercambio comercial; Jesús no es un mero rabbí,
un maestro de la oración, sino el Hijo de Dios encarnado, a quien le pertenece,
por herencia, el templo de su Padre y por lo tanto lo considera como algo suyo
propio, lo cual justifica todavía más su reacción; la ira de Jesús, no es una ira
pecaminosa, de ninguna manera, puesto que Jesús es Dios y en cuanto tal, no
puede en absoluto cometer un pecado, por lo cual se trata de la justa ira de Dios;
los mercaderes del templo representan a los cristianos que viven pensando sólo
en esta vida terrena, sin preocuparse en lo más mínimo de la vida eterna y de la
vida de la gracia; los animales –bueyes, palomas-, con su irracionalidad y su
falta de higiene, representan a las pasiones del hombre que, sin la gracia de
Dios, escapan al control de la ración y ensucian al alma haciéndolo caer en
pecado; los cambistas de monedas representan a los cristianos que endiosan al
dinero y a los bienes materiales, entronizándolos en sus corazones y desplazando
a Dios del lugar que les corresponde.
“Habéis
convertido la Casa de mi Padre en una cueva de ladrones”. La Justa Ira de Jesús no se
detiene en los mercaderes del templo del episodio del Evangelio, puesto que
también nosotros podemos caer en el
mismo error de los mercaderes y confundir, el lugar de oración y
adoración a Dios Uno y Trino, con un lugar más entre tantos, en los que
solamente se diferencia de los demás porque se celebran ceremonias religiosas y
esto enciende la Justa Ira de Dios. La Justa Ira de Dios también se enciende
cuando convertimos al cuerpo humano, templo del Espíritu Santo, en un templo
profano y pagano en donde, en vez de adorar a Jesús Eucaristía y en vez de
brillar la luz de la gracia, se adoran al dinero, a los placeres y se entroniza
al pecado. Hagamos el propósito de mantener siempre impecable, en estado de
gracia, el templo de Dios que es nuestro cuerpo y de que en nuestros altares,
nuestros corazones, no se adore a nadie más que no sea el Cordero de Dios, Jesús
Eucaristía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario