(Ciclo
B – 2021)
Al finalizar el año litúrgico, la Iglesia proclama que su
Fundador, el Hombre-Dios Jesucristo, es “Rey del universo”, lo cual quiere
decir que para la Iglesia Católica, Jesucristo es Rey no sólo para ella, sino que
es Rey de “todo el universo”, es decir, de todo el planeta y de todo el universo
literalmente hablando, lo cual hace incluir el sol, los planetas, las galaxias.
Además, hay otro aspecto a considerar en esta proclamación de Jesucristo como
Rey del universo: esta proclamación implica que Jesucristo no sólo es Rey de
las naciones –de todo hombre, de todo ser humano, sin importar si es ateo o si
practica cualquier otra religión que no sea la católica-, sino que es también Rey
del universo invisible, el que está compuesto por los ángeles, seres puramente
espirituales, que son invisibles al ojo humano, pero no por eso dejan de
existir. De acuerdo a lo expresado, la proclamación de Jesucristo como Rey del
universo, implica afirmar que Jesucristo es Rey del universo visible y también
del invisible, es decir, es Rey de toda la humanidad y es Rey de todos los
ángeles. Que sea Rey de toda la humanidad significa que es mi Rey personal –por
eso Jesús Eucaristía debe ser entronizado en ese altar interior, espiritual,
que es el corazón humano-, pero también es el Rey de las familias, es el Rey de
la Nación Argentina, es el Rey de todas las naciones de la tierra y es el Rey
de los ángeles de luz, los ángeles que permanecieron fieles a la Santísima
Trinidad y, a las órdenes de San Miguel Arcángel, expulsaron en nombre de la
Trinidad a Satanás y a todos los ángeles apóstatas. Sobre estos ángeles caídos,
los demonios, cuyo lugar preparado para ellos por su rebeldía es el Infierno
eterno, Jesucristo también reina sobre ellos, pero no con su Bondad y
Misericordia, sino con su Justicia Divina y su Ira Divina. En otras palabras,
los demonios no escapan a la reyecía universal del Hombre-Dios Jesucristo,
porque si bien no le obedecen por amor, sí le obedecen por terror, al ser
aplastados permanente y eternamente por el peso de la omnipotencia, de la Ira y
de la Justicia Divina.
Ahora bien, la reyecía que la Iglesia proclama en
Jesucristo, será reconocida y aceptada, lo quieran o no lo quieran, por todos
los hombres y por todos los ángeles, de forma unánime y universal, en el Día
del Juicio Final, en el que el Señor Jesús vendrá en el esplendor de su gloria
divina, por Segunda Vez, para juzgar a vivos y muertos, para dar a los que
creyeron en Él y vivieron y murieron en gracia, la felicidad eterna del Reino
de los cielos y para dar a los hombres malos, a los perversos que libremente
rechazaron la gracia y eligieron la malicia como eje de sus vidas, el horror
eterno de la eterna condenación en el Infierno. Será en el Día del Juicio
Final, entonces, en el que todo el universo visible y el invisible, reconocerá
a Jesucristo como Rey Eterno, de majestad divina y de poder invencible. Unos, ángeles
y santos, lo reconocerán para su alegría y gozo por toda la eternidad; otros,
los demonios y los condenados, lo reconocerán también como Dios Omnipotente,
pero para su espanto y horror, en la eterna condenación en el Infierno. Hasta que
ese día llegue, proclamemos, en el tiempo que nos queda de vida terrena, junto
con la Santa Iglesia Católica, que Jesús Eucaristía es nuestro Rey, el Único
Rey de nuestros corazones, para así seguir proclamándolo como Rey Eterno por
toda la eternidad, en el Reino de los cielos.
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