“¿Dónde
están los otros nueve?” (Lc 17,
11-19). Jesús cura milagrosamente, con su omnipotencia divina, a diez leprosos,
pero sólo uno de ellos, que era samaritano, regresa para dar gracias a Jesús
por el milagro recibido. Jesús se muestra sorprendido por la ingratitud de los
restantes nueve leprosos que, luego de haber sido curados milagrosamente, no
han regresado ni siquiera para mínimamente dar las gracias, como sí lo he hecho
el samaritano. El episodio nos muestra, por un lado, la gratuidad y la
inmensidad del Amor de Dios por nosotros, porque Dios no tiene la obligación de
curar nuestras enfermedades y si lo hace, es por su Divina Misericordia; por
otro lado, muestra que la inmensa mayoría de los seres humanos, representados
en los nueve leprosos curados que no regresan para dar gracias, son igualmente
ingratos y desconsiderados para con Dios Uno y Trino. La Trinidad nos da
sobreabundantes bienes, materiales y espirituales, naturales y sobrenaturales,
todos los días, todo el día, desde el ser, hasta la vida, la existencia, la
inteligencia, la memoria, los dones
innatos y muchísimos dones más; nos dona la salvación en Cristo Jesús; nos dona
el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Cordero de Dios en cada
Eucaristía y ni siquiera así somos capaces de dar gracias a Dios, porque estos
dones son infinitamente más grandes y valiosos que el simple hecho de ser
curados de una enfermedad. No seamos ingratos para con Dios y, en acción de gracias
y en adoración, por sus inmensos e infinitos dones, ofrezcámosle el Único Don
digno de su Divina Majestad, el Pan de Vida eterna, la Carne del Cordero de
Dios, la Sagrada Eucaristía.
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